EL JICOTE
No solamente yo, también los lectores, se aburren de leer críticas a un Presidente que, de acuerdo con unas palabras de Kant: “Es confuso en su pensamiento e inconstante e incierto en sus acciones”. El último ejemplo es lo de la rifa avión, que ya no tiene ni alas ni turbina, por no decir ni pies ni cabeza. El agotamiento se deriva de que a pesar de toda una corriente nacional e internacional en contra, el Presidente sigue amachado en su capricho. Es más fácil tirar a topes y pellizcos la Peña de Bernal que hacer que cambie de opinión. Me invitan a escribir de otro tema, conscientes de que soy como cecina en el mercado y me engancho en cualquier lado, me presionan para que escriba sobre el suicidio. El problema es que yo soy de natural triste y, como consecuencia, me da por reírme y encontrar lo ridículo de la realidad. Tengo graves problemas internos para escribir sobre tema tan trascendental. Paso a explicarme. El suicida como el romántico viven en los extremos: en la entrega y la intensidad absoluta a una pasión. Todo es trascendente, como afirma la canción: “Júrame que aunque pase mucho tiempo no olvidarás el momento en que yo te conocí”. Su “majestad el odio”, es también fuente de inspiración de los destructivos apasionados: “Virgencita de Talpa, y si no me la traes, vale más que se muera, que si su alma no es mía que sea de Dios”. Las empalagosas fijaciones del romántico y el profundo nihilismo del suicida chocan contra lo ácido del humorista; el fuego envolvente del enamorado y el frío brutal del suicida, nada tienen que ver con el desafecto distante del humorista. El romántico y el suicida no se ríen y su arrobamiento nos impide reír. El romántico y el suicida nos provocan compasión, lástima, emoción, sentimientos incompatibles con la inteligencia y ligereza del humor. Si queremos reírnos del romántico y del suicida tenemos que crear un artificio adecuado para quitarnos toda sensibilidad. Por ejemplo, si el romántico contara la boda de una mujer de 60 años, la describiría así: “Después de un profundo amor y entrega, por fin, llega al altar. Su rostro virginal, su vestido blanco, coinciden con su pureza. Lleva flores de azahar en su hermoso pelo ya canoso”. Esto a nadie le causa risa, aunque sí es para carcajearse por cursi. En cambio el humorista diría: “La novia tiene 60 años, en su pelo blanco lleva flores de azahar, aunque por la edad, tiene derecho a llevar naranjas. En su rostro es difícil adivinar si sonríe o son las arrugas de la edad.” El humorista saca a flote con crudeza y hasta crueldad una realidad profunda y contradictoria de algo que se nos ocultaba, Nada hay más lejano de un romántico y un suicida que un humorista. Ante los sentimientos absolutos y totales del romántico y del suicida, ante su visión tan simplificada como vehemente y radical de lo que anhela, el humorista opone su escepticismo y su relativismo. Acepto el reto de escribir sobre el suicidio, pero de antemano pido su indulgencia tanto por mi falta de conocimientos sobre la cuestión como por esos deslices chocarreros que, por más que trato, no puedo gobernar. Comparto en todas sus letras lo que afirmaba Stephen Hawking: “La vida sería trágica si no fuera tan cómica”.