EL JICOTE
En sus conferencias mañaneras el Presidente pronuncia arengas, homilías, apotegmas, diatribas; corrige a miembros de su gabinete; descalifica al periódico Reforma; da lecciones de economía a los especialistas en finanzas; promete ganso refinerías. Riza el rizo de las palabras con exageración y desparpajo como quien tira alpiste a las palomas en un jardín. ¿Por qué nuestra tozudez de analizar algunas de sus disertaciones?
En virtud de que en su despanzurrado discurso, López Obrador también formula enunciados ideológicos concretos, en los que define juicios y actitudes que sintetizan lo que será su comportamiento futuro como Presidente, por ello es necesario analizarlos. Uno de esos enunciados de López Obrador fue su convicción de que ante el dilema entre la ley y la justicia, él no dudaría por la alternativa de la justicia.
En colaboraciones pasadas intenté de alertar sobre esta postura. ¿La causa? La ambigüedad de lo que se entiende por justicia, lo que deja a la sociedad a expensas de la discrecionalidad subjetiva del Presidente. En cualquiera, pero sobre todo en un hombre tropical y emotivo como López Obrador, la justicia se concibe en la mente, pero también en el corazón, hígado e irritación del colon de quien pretende proclamarla. Pero no sólo es un problema de vaguedad y subjetivismo, sino que la naturaleza misma de la justicia, como la suma de todas las virtudes, tiene la gravísima inercia de intentar perfeccionarse con la práctica de algunas de las otras virtudes que forman parte de la justicia misma.
La primera de esas virtudes consustanciales a la justicia es el amor, realmente no habría necesidad de leyes ni de instituciones si las relaciones de convivencia estuvieran impregnadas de amor a nuestro prójimo. Sobre pasaríamos con facilidad nuestros deberes de ciudadanos y compartiríamos todo con quienes amamos. La siguiente virtud que forma parte de la justicia es la misericordia, que es perdonar a quien amamos. Disculparlo todo, pues nadie hace el mal voluntariamente sino por ignorancia.
No estoy inventando nada, este peligro de elegir la justicia y sumarle las virtudes que la enriquecen lo observamos en López Obrador. Recordemos sus llamados a forjar una República amorosa; no menos grave era su convocatoria al perdón a los ex presidentes. Decía: “No soy un hombre de rencores”. Muy sagrados y respetables sus sentimientos justicieros, amorosos, misericordiosos y, por supuesto, la salvación de su alma, pero esto debe quedar en su ámbito personal y privado y no en la realidad pública y social controlada y regida por las leyes.