EL JICOTE
López Obrador, dos años después de haber llegado a la presidencia, es víctima de algo que bien conoce: un compló. Lo interesante de esta maquinación es que es abierta, tiene nombres y apellidos; todo un descaro. Por si fuera poco tiene representantes en todos los sectores del país; parece una acción concertada. Hay periodistas, empresarios y un largo etcétera, bueno, hasta miembros de su propio partido, se suman a la cruzada. Entre saco las declaraciones de algunos complotistas. Porfirio Muñoz Ledo afirma: “La polarización es una trampa. Perjudica a las comunidades y las tontas discordias desmembran el tejido social”. Sergio García Ramírez, profesor emérito de la UNAM, le recuerda que llegó con treinta millones de votos, pero que ahora debe responder a 120 millones. Es el nuevo universo para su desempeño Manifiesta su preocupación por esta obsesión presidencial de sembrar discordia. Le recuerda su predilección por los evangélicos y sabe cuáles son las consecuencias de una casa dividida. Con el discurso presidencial las posiciones se han enconado. Basta de filias y fobias, preferencias y reproches. Su discurso es de odio. En tono de súplica, concluye García Ramírez: “Por favor, Presidente, un gesto de concordia. Urge”. La revista Proceso trata de explicar la consigna de los complotistas y entrevista a varios intelectuales que afirman que la estrategia del Presidente es seguida por líderes de derecha. Afirman que la idea es dividir a la sociedad en dos bandos, en campaña es para llevarlo al poder, pero ya en el gobierno es para evitar la evaluación con criterios racionales. “El resultado es la formación de fanáticos a favor o en contra del Presidente. Son fanáticos porque ya no hay posibilidad de argumentación, ya no son simpatizantes a un partido o a un proyecto sino son como aficionados al futbol”.
La convicción que comparten los complotistas desde diversas trincheras es que el Presidente deje lo que ya representa su tic político: polarizar a México. Contrasta el tono de sus ofensas contra sus adversarios, cuando modosito el Presidente se refiere a la delincuencia organizada. Después del gravísimo y trágico atentado hizo una declaraciones más aguadas que una mantequilla bajo el sol: “No se cambiará la estrategia de seguridad, no se pactará, pero que tampoco se declarará la guerra”. De Júpiter tronante contra fifís, periodistas, empresarios e intelectuales, se metamorfosea en un golpeado que sangrando de la nariz le dice a su agresor: “Mejor ahí que muera”.
No es mucho mérito, pero lo que ahora ya es una demanda nacional la advertí desde hace tiempo. El Presidente debe renunciar a su mundo binario de buenos contra malos, a ese su gusto por sentar pública y cotidianamente a un supuesto villano en el banquillo de los acusados. A esa dinámica de la confrontación la hemos llamado la cainización del país.
El país vive una crisis económica, social, sanitaria y de seguridad, que el Presidente deje su vocación de organizador de un palenque y se erija como un estadista, símbolo y promotor del diálogo tolerante y la unidad del país.