EL JICOTE
La salida, no únicamente para superar el conflicto entre el neoliberalismo y la democracia social, sino también para avanzar en la pacificación y unidad del país, es impulsar lo que llamaba Habermas, una democracia deliberativa. No hay duda de que López Obrador ha polarizado a los mexicanos, pero también paralelamente se han pluralizado las concepciones de la política y el proyecto nacional, provocando la impresión de que estamos en una lucha campal de todos contra todos. Al Presidente López Obrador le urge ampliar su legitimación, ya no simplemente sustentada en treinta millones de votos y en una euforia ganadora; “se las metimos doblada”. Es necesario generar nuevos consensos sobre la base de decisiones políticas, construidas con la participación y el apoyo de amplios sectores de la población, lo que sólo será resultado si se garantiza una deliberación abierta, intensa y plural. El Presidente de la República debe ser el primer animador de esta discusión pública, pero su egocentrismo, mezcla de esquizofrenia y paranoia, lo impiden. Dicho esto último, con todo respeto, como él afirma cuando califica a los periodistas. Analicemos cómo boicotea el Presidente las posibilidades de diálogo.
1.- “Tengo otros datos”. Así desmiente a las instituciones especialistas nacionales y organismos públicos y privados internacionales. ¿De dónde saca los otros datos? Nunca lo dice. Sólo él y Dios lo saben, el problema es que López Obrador no especifica sus fuentes y Dios no responde a solicitudes de información. Lo cierto es que la frase: “Tengo otros datos”, ya se repite en tono de chunga y cancela toda posibilidad de diálogo.
2.- Optimismo fuera de control. El Presidente tiene una concepción de su gobierno muy favorable: “Vamos bien, re que te bien”; la actitud de los ciudadanos es reflejo de semejante condición: “La gente está feliz, muy feliz”. Lo que complementa con una gran seguridad en todo lo que emprende: “Me canso, ganso”. También motivo de bromas múltiples. Por supuesto que el optimismo es muy valioso e importante en un jefe de Estado, un Presidente amargado o pesimista, sería un lastre para la participación ciudadana. El problema es que un optimismo sin que se aporten pruebas de su fundamento en la realidad, un optimismo al que desmienten los hechos, deja de transmitir tranquilidad, al contrario, engendra desconfianza y preocupación. Me recuerda al suicida que se lanza desde la azotea de la Torre Latino Americana, en plena caída alguien le pregunta: “¿Cómo vas?” Responde: “Hasta aquí voy bien, muy bieeen”. No olvidemos que Churchill conquistó su autoridad al asumir el liderazgo contra la guerra, cuando no prometió laureles, triunfo rápido y bonanza, sino sangre, sudor y lágrimas. No se espera un Presidente catastrofista, sino alguien que transmita veracidad, realismo. No se puede establecer un debate ni con alguien que se ríe de todo, síntoma de enfermedad mental, ni con nadie que dogmáticamente todo lo ve negro y que es incapaz de ponderar los claroscuros de la política, Matizar es la clave. La naturaleza nos da, tal vez, un mensaje: la masa encefálica no es ni blanca ni negra, es gris.