EL JICOTE
Uno los rasgos culturales más singulares de México ha sido su gran capacidad de adaptación y vocación de unidad de sus habitantes. Ningún colonialismo logró una integración racial tan rápida como en México, ni los ingleses, ni los holandeses ni los franceses avanzaron con tal rapidez en su mestizaje. La Independencia se logró gracias a la participación del pueblo original, mestizos y criollos. La invasión francesa fraguó nuestro espíritu nacional, con Juárez como líder se logró establecer una República laica y moderna. La otra hazaña histórica fue la Revolución, en ella participaron hombres de todas las clases sociales, letrados e ignorantes, unos aportaron su valor, otros su razón y muchos su sensibilidad. Cuando los mexicanos nos unimos “aguas”, somos capaces de cualquier gesta. Cuando nos dividimos somos víctimas de los extranjeros, empezando por la Conquista, que sólo se pudo lograr con el apoyo de los locales.
La unidad, la estabilidad, nuestro marco jurídico y las instituciones han sido claves para que México haya pasado la alternancia de poder con diversos partidos políticos sin que haya habido ningún balazo ni siquiera un vidrio roto. La Cuatro T pudo llegar al poder gracias a este pasado y a este gran patrimonio político y social, que le dio a López Obrador una gran plataforma para promover sus cambios.
Por todo lo anterior, resulta desde antipatriótico y hasta criminal que el Presidente haya dejado pasar la gran oportunidad del movimiento feminista y el corona virus para consolidar su liderazgo y la unidad del país. Fue tan torpe el Presidente que el movimiento feminista que era contra la violencia de la que son víctimas, lo desacreditó, lo ofendió y finalmente aceptó o propició reventadores de la manifestación. Logró lo que parecía imposible, bifurcar la protesta: contra la violencia y en contra de él.
La defensa de la salud de los mexicanos que era propicia para convocar a la unidad, al sacrificio de intereses particulares, a sumar esfuerzos independientemente de ideologías y partidos, la utilizó para dar satisfacción a su tic político: dividir al país. En una declaración nefasta y perversa, dijo: “Los conservadores quieren que nos contagiemos”. La calumnia más vil como instrumento para despertar el odio.
En su paranoia o egocentrismo, donde no puede moverse la hoja de un árbol si no da la orden, le parece inconcebible que se llene el zócalo sin que él haya intervenido, que lo desborde el pueblo y la presión internacional para que acate los protocolos de salud. Prefiere posicionarse internacionalmente, ratificando su papel de hazme reír del mundo, primero lo del avión y ahora sus amuletos. De gobernante a comediante.
Cíclicamente López Obrador hace mención a un golpe de Estado. Daría todo, y creo que la mayoría de los mexicanos igual, para impedirlo. El problema es que él mismo lo provoca, ejerciendo un liderazgo autoritario; un monólogo que no busca conciliar sino al contrario, fomentar un ambiente de división, de discordia. Señor Presidente: ¡Detente!. No pongas al país a la orilla del abismo del resentimiento, que es prólogo de la violencia.