EL JICOTE
El aumento de la tasa de suicidios hasta en los niños preocupa a las familias, me acusan de sembrarles la angustia pero mostrar poco empeño en aportarles remedios. Me defiendo argumentando que no tengo estudios del comportamiento humano y que mis sugerencias pueden ser muy chabacanas. Tembloroso y trastabillando me atrevo a decir lo siguiente. El problema es, como escribe Amos. Oz: “¿Cómo podemos escuchar un inaudible grito de socorro que vaticina el suicidio?”.
El potencial suicida está deprimido, la depresión se refleja en nuestro cuerpo y sus sensaciones, la misma palabra encarna esta impresión anímica. El término “depresión” tiene su origen en el latín “de” y “premere”, que significan apretar, oprimir; “deprimere” quiere decir: empujar hacia abajo. La depresión hace referencia a esa sensación, cuando menos al principio, no de angustia, sino un estado bajo de espíritu; algo parecido a la melancolía. Su perfil no es claro, pues es una especie de atmósfera, de nube mustia, que nos cubre en forma casi imperceptible; no es cansancio es languidez. No tiene el aire brutal y descarnado de la tragedia, de la muerte; la depresión es una especie de pérdida de impulso, de marchitamiento. Aquí va mi consejo, ante el deprimido y potencial suicida lo mejor es hacerlo reír. Hay una discordancia absoluta entre la depresión y la risa, por algo se dice: “Desternillarse de risa”. En la depresión el cuerpo se contrae, se aprieta. “Desternillarse” nos envía a la separación de los cartílagos, a un descoyuntamiento de lo que estaba forzadamente unido. La palabra tiene una gran semejanza con “desatornillar” y no es en balde, la risa actúa como un desarmador que da vueltas en sentido contrario al tornillo opresor de la depresión.
A reserva de profundizar en cada caso, empecemos por el exterior, la risa es un signo corporal suficiente para soportar la existencia. Así lo sostiene el nihilista genial de Cioran. Un día un amigo le pide su beneplácito para suicidarse, el escritor le responde: “Si aún puedes reír no lo hagas, pero, si no puedes, entonces sí. Mientras puedas reír, aunque tengas mil razones para desesperarte, debes continuar. Reír es la única excusa de la vida, ¡la gran excusa de la vida! La risa es una victoria, la verdadera, la única, sobre la vida y la muerte”.
El libro de Dale Carnegie “Cómo Ganar Amigos e influir sobre las personas”, en la línea gringa tan dada a los recetarios, sugiere: “Una sonrisa cálida es atributo esencial del encanto. Para lograrla, ejercite su labio superior siguiendo este método: 1. Estire el labio superior hasta por debajo de los dientes. Diga «Mu–u–u». 2. Oprima el labio entre los dientes y sonría. 3. Frunza los labios échelos hacia abajo y haga muecas. 4. Deje caer la mandíbula inferior y trate de tocar su nariz con el labio superior. Serán necesarios meses de práctica diaria para eliminar lo forzado de la nueva manera de sonreír, pero finalmente será algo tan natural como todas las sonrisas seductoras”. No recomiendo ni siquiera que se intente perpetrar esta sonrisa, lo que podría dejarle un rostro tan flexible que ni la cirugía plástica podría regresarlo a su estado normal. La sugerencia es hacer reír al deprimido y potencial suicida, con la convicción de que lo exterior es sólo el principio.