EL JICOTE
La autocrítica y la felicidad
Para Guadalupe Segovia, ejemplo de una guerrera valiente.
Soy un escritor bastante fallido, no me flagelo, tengo pruebas concretas de esta tragedia. Escribí un libro sobre los beneficios del ocio y me decían que al leerlo daban ganas de trabajar; escribí una novela erótica y comentaban que es el mejor libro de humorismo que han leído; escribí sobre la risa y las consideraciones son, que es mi libro más serio; escribí recientemente sobre el erotismo y los lectores sostienen que es un estímulo para la inclinación mística. Finalmente, escribí un artículo sobre López Obrador y su idea de felicidad con la esperanza de que me demandaran que siguiera con la evaluación de su mandato y ahora me reclaman que mejor escriba sobre la felicidad y no de política. Me rindo y obedezco.
La primera obligación del ser humano es ser feliz, al representar un mandato existencial se convierte en un derecho y una obligación. Somos felices cuando cumplimos y realizamos nuestra esencia. Todas nuestras potencias aterrizadas en actos. Tener cuerpo y estar sano, poseer espíritu y buscar respuestas más allá de la materia: disfrutar la inteligencia y extraer todas las posibilidades de conocer; establecer buenas relaciones interpersonales, en lo más importante: en la capacidad de amar y ser amado.
Es difícil identificar la felicidad en el momento, por eso casi siempre la vemos y agradecemos cuando ya ha pasado, por el espejo retrovisor de la vida. La felicidad es tan importante para todos que siempre es objeto de negociación, negociación con la pareja, con la familia, con la sociedad, con el país. La más difícil: la negociación con nuestras posibilidades no utilizadas para cumplir nuestros sueños. Simplemente no hicimos lo suficiente.
Es en la vejez cuando hace crisis esa comparación entre lo que anhelábamos y lo que somos. Para poder sobrevivir es necesario hacer de nuestras frustraciones y crecientes limitaciones objeto de risa. De esta forma, conforme pasa la vida tenemos más motivos para ser felices. El pasado es nostalgia, añoranza que en el presente nos hace recordar y gozar de aquellos bellos momentos.
Luchar con todas nuestras fuerzas para no suscribir con Borges su gran confesión: “Dios mío, he cometido el peor de los pecados, no he sido feliz”. Y sí, es el peor de los pecados, es el pecado de la ingratitud, derrochar en amargura y desaprovechar la oportunidad de vivir, en su mayor y fundamental misión: ser felices.