INGENIERIA HUMANA
La tristeza del bien ajeno a la alegría por el mal ajeno sólo hay un paso, y a esta última también la categorizaríamos como envidia. Hay muchas formas de envidia y los sentimientos de inferioridad constituyen su piedra angular. La envidia no puede ser entendida en todo su espectro sin considerar las sensaciones de precariedad narcisista y las vicisitudes de las pulsiones agresivas en la infancia, dentro del seno familiar. En efecto, las diversas modalidades de envidia no son sino un eco de los sentimientos de inferioridad y rivalidad sufridos por el niño en su desarrollo psicológico, con padres, hermanos y otras figuras significativas. Aunque nos auto-disculpamos diciendo “es que es envidia de la buena”.
Envidia. –
W. G. Parrott y R. H. Smith, en su artículo “Distinguishing the experiences of envy and jealousy”, publicado en el número 64 del Journal of Personality and Social Psychology, señalan que el vocablo “envidia” deriva del latín, concretamente de la palabra “invidia”, que podría traducirse como “mala voluntad” o “malquerencia”, lo que ilustra el cariz hostil adscrito a dicha emoción. De hecho, en la bibliografía científica especializada numerosas aproximaciones conceptuales convienen en caracterizarla como una emoción singularmente desagradable. Más específicamente, podría definirse como una emoción compuesta por sentimientos de inferioridad, hostilidad y resentimiento resultantes de la toma de conciencia de que otra persona o grupo posee un atributo personalmente ambicionado.
Hostilidad. –
R. H. Smith y S. H. Kim, en el artículo “Comprehending envy”, publicado en el número 133 del Psychological Bulletin, citan que, dada su naturaleza marcadamente hostil, no es de extrañar que estudios previos la hayan relacionado invariablemente con conductas perniciosas, dirigidas fundamentalmente hacia la persona envidiada. Por ejemplo, se la ha relacionado con el Schadenfreude, esto es, el sentimiento de alegría originado como resultado del mal que sufre una persona, con la voluntad de socavar la reputación de otras personas, con distintas medidas de hostilidad o con una menor tendencia a la cooperación durante la participación en dilemas sociales.
Abreviando. –
Smith y Kim señalan que, en síntesis, la envidia es una emoción social caracterizada por un componente fuertemente desagradable y hostil, difícilmente reconocida por las personas que la experimentan, lo que dificulta su evaluación, así como la de variables potencialmente predictoras y respuestas conductuales asociadas.
Insignificancia. –
Cecilio Paniagua en su artículo “Psicología de la envidia”, comenta que la envidia instaurada en el carácter del adulto es, por lo general, una reacción ante las experiencias de pequeñez y desvalimiento de la infancia. Esto da cuenta de su universalidad y su frecuente irracionalidad. En cada persona, la intensidad de la envidia estará en función de sus sensaciones reprimidas de insignificancia. Las manifestaciones de la envidia generalmente nos dirán más de los sentimientos de inseguridad del envidioso que de la personalidad del envidiado.
La envidia como proyección. –
El penoso sentimiento de la envidia ha de ser objeto, a su vez, de otra defensa psicológica. Una de ellas es la proyección. Por medio de ésta, el sujeto logra convencerse de que el sentimiento envidioso le es ajeno y de que él es el envidiado; pero, ¡ay!, entonces temerá que los males que le deseó al prójimo se vuelvan a modo de bumerán contra él. A propósito de este mecanismo; al respecto, Sigmund Freud hizo la siguiente reflexión: “Quien posee algo precioso, pero perecedero, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que habría sentido en lugar del prójimo”.
Formas de envidia. –
Paniagua señala que la forma más conflictiva de envidia es, sin duda, aquélla que se dirige hacia las personas que, simultáneamente, uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos más de nosotros mismos: nuestras representaciones buenas y nuestros sentimientos amorosos. Además, nuestra conciencia se carga de atormentadora culpa si contempla la propia malevolencia hacia aquéllos que dicta que debemos querer. Ante este conflicto, a veces procuramos convencernos de que la persona hacia quien profesamos amor o gratitud ambivalentes, después de todo, no es tan buena. Se trata de un intento por “justificar” nuestra animadversión culpógena.
La envidia profesional. –
La envidia entre los seres humanos suele aumentar de modo directamente proporcional a la similitud de sus circunstancias y, por tanto, se acentúa entre los hermanos de profesión. Record e m o s, por ejemplo, a aquellos envidiosos astrónomos que no se dignaron siquiera a mirar por el telescopio de Galileo, o a aquellos científicos que rehusaron asomarse al microscopio de Malpigio, objetando que se trataba de un aparato para deformar la Naturaleza, obra de Dios.
Envidia y odio. –
Es odio lo que, de forma natural, sentimos hacia aquéllos que nos maltratan o nos humillan. Paniagua señala que el odio es, o así nos parece, una pasión reactiva a una ofensa y, como tal, nos resulta más admisible que la envidia. Así, con frecuencia, procuramos hacer pasar a ésta por aquél, del modo en que Yago, alférez de Otelo, intentó disfrazar su envidia al gran moro de Venecia de odio “justificado”. Los malos deseos resultan entonces mucho más tolerables al Superyó y se reducen los sentimientos de culpa.
Odio y placer. –
En el odio puede haber un componente muy importante de placer, sobre todo si se perpetra una venganza que creemos que reparará alguna situación de indignidad. La envidia, sin embargo, como se ha visto, no constituye nunca una experiencia placentera: nos pone en contacto con nuestras sensaciones de inferioridad de forma demasiado directa. La envidia siempre supone sufrimiento. En su Sueño de la muerte, Quevedo (1622) retrata así a la envidia: “[Estaba] en ayunas de todas las cosas, cebada en sí misma, magra y exprimida. Los dientes, con andar siempre mordiendo de lo mejor y de lo bueno, los tenía amarillos y gastados
Envidia entre familiares. –
Ocurre, tanto con el odio como con la envidia, que tienden a ser más intensos cuanto más conocidas o próximas son las personas objeto de dichos sentimientos. “Acerrima proximorum odia”, dijo Tácito en una frase que por la contundencia peculiar del latín suena mejor sin traducir. Es entre familiares que suelen darse las pasiones más fervientes, y no sólo las amorosas, sino, efectivamente, también las rencorosas y envidiosas.
Afirmación imposible. –
En el estudio de las múltiples formas de presentación de la envidia es crucial comprender que todos los s e res humanos tenemos que negociar intrapsíquicamente de alguna manera el dolor de nuestra vanidad herida en las comparaciones desfavorables. Ninguno nos libramos. El refrán “Si los envidiosos volaran, no nos daba nunca el sol” es inexacto; la conclusión correcta sería, “¡No quedaría nadie con los pies en la tierra!”. Aquéllos que aseguran no haber sentido nunca envidia están afirmando lo imposible.
Posición inferior. –
Juan Ormeño Karzulovic, en su artículo “Envidia, resentimiento e igualdad”, publicado en el volumen número 9, número especial de HYBRIS. Revista de Filosofía, Vol. 9 N° Especial: Debates contemporáneos sobre Justicia Social, citando a Rawlls, cita que, con todo, algunas veces las circunstancias que suscitan la envidia son tan imperiosas que, dado que los seres humanos son como son, a nadie puede pedírsele que venza sus sentimientos de rencor. La posición inferior de una persona, medida por el índice de bienes primarios objetivos, puede ser tanta que hiera su autorrespeto; y dada su situación, simpatizaríamos con su sentido de pérdida.
Envidia benigna y maligna. –
M. Zeelenberg y R. Pieters, R. en su artículo “Feeling is for doing: a pragmatic approach to the study of emotions in economic behavior”, publicado en Social Psychology and Economics, señalan que, si bien las investigaciones se han centrado tradicionalmente en el estudio de la envidia como una emoción homogénea, varios autores han propuesto la existencia de dos formas de envidia: maligna y benigna.
Función pragmática de la envidia. –
En este sentido, N. Van de Ven, M. Zeelenberg y R. Pieters, en el artículo “Appraisal patterns of envy and related emotions”, publicado en el número 36 de Motivation and Emotion, citan que, considerando que las emociones tienen una función pragmática mediante la preparación y motivación para las acciones, se señala que los dos tipos de envidia se caracterizan por poseer contenidos experienciales distintos y desencadenar comportamientos diferentes. Así, estos autores reportaron que la experiencia de envidia benigna motivaba a la persona envidiosa a realizar mejoras sobre sí mismo (en el atributo deseado) para alcanzar la posición superior en la que se encontraba el envidiado, mientras que en la experiencia de envidia maligna la motivación del envidioso estaba dirigida a “tirar hacia abajo” o a una posición inferior al envidiado. Adicionalmente, Van de Ven y sus colaboradores, sostienen que los tipos de envidia se pueden distinguir a partir de los aspectos valorativos de merecimiento y potencial de control.