Sergio Arturo Venegas Ramirez
Enviado Especial
Llegó el Papa León XIV a la imponente Basílica de Santa María la Mayor y se arrodilló ante la tumba de su predecesor Francisco, colocó una rosa blanca en memoria de Santa Teresa y rezó.
A las 19.05, transcurrido el horario de cierre de las visitas, el Papa llegó a la plaza de la Basílica Liberiana donde los fieles se disponían a ocupar sus lugares para el rezo del Rosario vespertino.
La guardia papal bloqueó entradas y pasajes; Era la primera señal.
-“¿Pero quién viene?” gritó una mujer cerca de la barrera.
-“¡El Papa, señora!” ¿El Papa? ¿Cómo el Papa?
No tuvo tiempo ni de terminar la frase cuando el todoterreno negro apareció en la rotonda frente a la iglesia, recibido por una ovación, aplausos y gritos de “Leone, Leone” que ahora acompañan cada aparición del recién elegido Papa.
Sentado delante, informó El Vaticano, el Papa Prevost saludó a todos desde la ventana para luego entrar por la puerta lateral, esa que ha visto entrar más de cien veces al Fiat 500 L blanco con el Papa Francisco a bordo, camino de Santa María Maggiore para saludar a su “madre”.
Unos cien fieles corrieron a las afueras de la Basílica y se ubicaron entre las columnas valladas a los lados de la nave central para esperar la entrada del Papa.
Los aplausos fueron muy fuertes, más fuerte aún el grito de “Papa León”, que acompañó la llegada del Pontífice, sonriente, tranquilo, con la mano derecha levantada para saludar a quien tenía delante.
Un centenar de celulares y cámaras inmortalizó cada paso, acentuado por algunas caricias y apretones de manos.
La dirección era la capilla de la Salus Populi Romani, donde León XIV se detuvo unos instantes en oración ante el icono del santo patrón de Roma que según la historia y la tradición fue pintado por San Lucas.
El Papa colocó un ramo de rosas sobre el altar.
Junto a él, el cardenal Rolandas Makrickas, arcipreste de Santa María la Mayor, y el cardenal argentino Ángel Sixto Rossi. A la salida, el Papa quiso saludar a un grupo de monjas y algunas mujeres y niños que lograron alcanzar la cuerda de terciopelo. Algunos apretones de manos, bajo el control de los gendarmes, mientras, en torno a los mosaicos y los frescos de la Basílica, resonaban coros en italiano y español.
La cruz de “Francisco”
Una última sonrisa a la multitud, luego el Papa León dirigió su mirada hacia el nicho donde el juego de luces ilumina la cruz del buen pastor, la que Jorge Mario Bergoglio llevó alrededor de su cuello durante más de 12 años por encima de su sotana blanca, reseña prensa de El Vaticano.
Un ayudante pasó la rosa y el Papa se arrodilló y la dejó a un lado. Luego, siempre de rodillas y en silencio –silencio compartido también por todos los presentes en la Basílica–, rezó durante algunos minutos, con la cabeza inclinada y las manos juntas.
Dos Papas, uno de rodillas y el otro mirando desde el cielo, reunidos en un espacio pequeño, seco y completamente blanco. Un marco de fuerte impacto.
El papa León XIV continuó luego su breve recorrido, deteniéndose bajo la estatua de María Regina Pacis, mirando hacia la Capilla Paulina y deteniéndose brevemente en las primeras filas detrás de los cordones.
Y de nuevo la salida hacia la sacristía, más saludos, filmaciones, incluso un hombre que hizo una videollamada a la familia para mostrar lo que estaba sucediendo.
—¡Qué suerte! Vinimos esta misma tarde y el Papa estaba allí —exclama una mujer.
Y un último rugido, un último coro de “Leone, Leone” junto al inevitable “Viva il Papa”, luego la sotana blanca, la que Prevost usa desde hace menos de 72 horas, desapareció entre las puertas de madera. Otra prisa para saludar la salida hacia el Vaticano.
Pero el coche del Papa hizo el recorrido inverso, pasando por el cementerio de enfrente, sobre el Esquilino, para decepción de quienes esperaban una última despedida y para gran sorpresa de quienes en cambio se habían perdido la llegada, es decir, los numerosos peregrinos que habían hecho cola durante horas para rendir homenaje a Francisco .