Al menos este año podemos decir con absoluta certeza que el premio Nobel de Literatura, así como el de la Paz, otorgados a László Krasznahorkai y a María Corina Machado, respectivamente, son ante todo dos galardones bien merecidos. Y se puede afirmar, además, que los dos aluden a la valentía; dos formas distintas de valentía, es claro, pero que remiten igualmente a la integridad de los ganadores.
En el primer caso, para enfrentar de forma pacífica, efectivamente, a una dictadura infame y criminal, que ha castigado al pueblo venezolano desde hace años. Y en el segundo, porque el escritor húngaro ha tenido la entereza de defender el arte literario revelándonos su más profundo sentido crítico frente a las atrocidades del totalitarismo y, ahora, del populismo autoritario que padece Hungría.
Se comprende (aunque no se justifica) la mezquindad de diversos personajes de la política internacional que no han sabido apreciar la distinción que se le hace a Corina Machado y, con ella, a la sociedad venezolana, que resiste con heroísmo a la tiranía bananera de su país. Es una pena que le escatimen un mínimo reconocimiento a esta luchadora que, sin duda, adquiere una mayor estatura gracias a la atinada decisión de la Academia Sueca.
En el futuro, su premio será recordado como el inicio de una nueva etapa para Venezuela, porque ha evidenciado el respaldo internacional a la lucha por la democracia en esa nación y el aislamiento de un Nicolás Maduro que detenta el poder mediante un fraude electoral y la fuerza militar. Quienes han ninguneado a Machado -incluso algunas mujeres, vergonzosamente la Presidenta Sheinbaum entre ellas- han antepuesto sus anteojeras ideológicas para no observar la trascendencia de este Premio para la recuperación de la democracia en esa nación.
También en el campo del Nobel de literatura no ha faltado algún descontento o por lo menos quien exprese alguna duda o suspicacia. Desde los que por no conocer a Krasznahorkai y jamás haberlo leído se inconforman y aducen que se trata de un nuevo estropicio eurocéntrico de la academia sueca, hasta quienes esperaban que lo ganara algún representante de la literatura light, sufriente o deslactosada que vende por millones sin comprometerse jamás con la reflexión y el examen a fondo de la realidad que, aunque brutal, sólo consiguen abordar superficialmente o con lacrimógena mediocridad.
Sin entrar directamente a ninguna polémica, la editora de Acantilado, Sandra Ollo –gracias a cuyo esfuerzo conocemos la obra del autor húngaro en español –, declaró: “todos consideran que realmente su autor tiene algo que decir, pero tengo la sensación que el Nobel ha vuelto a la literatura de los grandes contadores, aquellos que crean un mundo más complejo”.
La Academia, en su trayectoria, todos lo sabemos, ha vivido horas muy bajas con algunas de sus decisiones. Recordemos, para no ir tan lejos, cuando le concedió el Premio a Bob Dylan, con lo que ganó sin duda mucha popularidad y simpatía entre muchos sectores, pero muy poco reconocimiento en el ámbito estrictamente literario. En su momento, el novelista Irvine Welsh calificó esta decisión como un “premio de nostalgia mal concebido”, sacado de las “próstatas rancias de hippies seniles y balbuceantes”.
Después vino el desaire de Dylan, que llegó a convertirse en una abierta grosería cuando en una actitud poco poética entregó su “discurso” (una grabación de 26 minutos) meses después de la ceremonia de premiación, tal vez únicamente para cubrir el requisito previo para poder cobrar los 900 mil dólares del Premio. Y todo lo vino a rematar poco después, en 2018, un escándalo de grandes proporciones que puso en abierta crisis a la Academia Sueca, y que incluyó denuncias de acoso sexual contra el dramaturgo francés Jean-Claude Arnault, esposo de Katarina Frostenson, miembro de la Academia, así como la revelación de que Arnault filtró a los apostadores el nombre del ganador del Nobel de Literatura hasta en siete ocasiones, entre ellas, el de Bob Dylan.
Ahora el Premio vuelve a la gran literatura. Las apuestas y las agendas extraliterarias se han hecho a un lado y se tiene un gran ganador (“el maestro contemporáneo del Apocalipsis”, como lo definió Susan Sontag), con una obra inmensa y profunda, pero que también mira y responde hacia la grave situación por la que atraviesa no sólo Hungría –en manos de un populista autoritario como Viktor Orbán, quien se mantiene en el poder desde hace más de 25 años– sino el mundo entero que ve con estupor la caída de los regímenes democráticos en muchas partes. En medio de este colapso, la prosa de Krasznahorkai y la decidida lucha de Corina Machado representan el consuelo y la esperanza que necesitamos.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez
