Hay lugares donde parece que nada cambia. Donde el miedo se volvió costumbre, las malas noticias corren más rápido que las soluciones y la violencia fue, por años, la única constante. Y sin embargo, ahí es donde es más necesario estar.
Decidimos trabajar en una colonia señalada por años como foco rojo. El reto no era solo rehabilitar un parque, sino entrar a un lugar con liderazgos enfrentados y una participación ciudadana sin acuerdos ni rumbo.
Se decía que ahí asaltaban, que era zona de riesgo. Y sí, muchas de esas cosas eran ciertas. Pero también era cierto que quienes vivían ahí necesitaban ser escuchados. Y eso fue lo primero que hicimos.
Primero el diálogo: escuchar antes de actuar
Estoy convencida que rehabilitar un espacio público es, ante todo, una oportunidad para abrir diálogo, generar confianza y entender lo que no aparece en los informes.
Cuando llegamos como Secretaría de la Juventud, llegamos con oídos atentos y con la convicción de que el proyecto tenía que construirse con ellos, no para ellos. Nos sentamos con las y los vecinos, hicimos mesas de trabajo, abrimos espacios de participación. Preguntamos cómo querían su parque, cómo lo imaginaban, cómo lo soñaban.
Y en ese proceso descubrimos muchas cosas: dónde se vendían sustancias nocivas, en qué calles ocurrían más robos, qué zonas se percibían como más inseguras. Entendimos que lo que parecía ser “solo un parque” era, en realidad, una puerta para mirar a la colonia entera.
Después, participación para generar identidad
Cuando la ciudadanía se siente parte del proyecto, lo cuida, lo defiende, lo hace suyo. Les preguntamos dónde querían la cancha, dónde los ejercitadores, qué tipo de juegos necesitaban sus hijas e hijos.
Y, además de responder, se comprometieron.
Lo que antes parecía imposible —que los liderazgos vecinales trabajaran juntos— empezó a tomar forma. Por ejemplo, cada familia adoptó un árbol y se encargó de regarlo, no porque alguien les ordenara, sino porque el parque empezó a sentirse como suyo.
Actuar con eficacia: atender lo que no se ha resuelto
La escucha no puede quedarse en la anécdota. Tiene que convertirse en acción. Y eso hicimos.
Nos dimos cuenta de que había una coladera abierta desde hace meses. Se necesitó una llamada y voluntad para que se resolviera al día siguiente. Un problema grave de agua, que llevaba años sin solución, se destrabó al coordinar esfuerzos con otras dependencias.
El parque fue el inicio, no el único objetivo
Aquel parque terminó siendo mucho más que eso. Fue el detonante de una estrategia integral. Logramos coordinar acciones con distintas áreas del gobierno estatal con quienes hicimos equipo. Se hicieron cateos, se alumbraron zonas oscuras, se instalaron luminarias, y lo más importante: se recuperó la confianza.
Hoy ese parque es un punto seguro. Pero, sobre todo, es un espacio que volvió a unir a la comunidad.
La política que transforma empieza en el territorio
Durante años, nadie había logrado que los liderazgos de esa colonia trabajaran juntos. Siempre hubo choques, conflictos, desacuerdos. Hoy, esa misma comunidad logró ponerse de acuerdo. Porque cuando se abre la puerta del diálogo, cuando se escucha de verdad, cuando se construye con ellos, sí se puede transformar y trascender.
Este proceso me confirmó algo que creo profundamente: la política no siempre consiste en traer respuestas, sino en llegar con disposición a escuchar y construir juntos. A veces, rehabilitar un parque parece una acción pequeña. Pero si se hace con cercanía, con confianza y con la gente al centro, puede detonar algo mucho más grande: puede restaurar el tejido social, puede despertar el sentido de pertenencia y puede devolverle dignidad a una comunidad.
Hacer comunidad no es automático. Requiere tiempo, empatía y decisión. Y hacer política desde ese lugar —con los pies en la calle y con el corazón en las personas— no solo es posible, es urgente.
Los problemas colectivos no se resuelven en solitario. Se resuelven con voluntad, con diálogo y con acción compartida. Y eso, para mí, es hacer política de la buena.
