Hubo un tiempo, no tan lejano, en que los equipos mexicanos surcaban Sudamérica como Quijotes modernos, soñando con conquistar tierras míticas y ajenas a punta de talento, garra y goles. Cruz Azul en La Bombonera, Chivas en el Morumbí, América en Maracaná, Toluca silenciando estadios imposibles. Y, cómo olvidar al Pachuca en Santiago de Chile, alzando la Copa Sudamericana como si fuera un cáliz sagrado, como si el fútbol, en esos días, tuviera una brújula que apuntaba al sur.
Aquellas noches eran distintas. Olían a sangre, sudor y pasto viejo. Estaban hechas de tensión, de árbitros que no sabían español neutro y de cánticos que retumbaban como poesía popular. Eran noches donde se tejía la leyenda, donde no importaba la geografía ni el estadio, solo la camiseta, la hinchada, el escudo. Noches en estadios vetustos pero sabios.
Y ahora… la Leagues Cup.
Un torneo hecho en los despachos y no en la calle. Junto a McDonald’s y no junto al barrio. En estadios que parecen naves espaciales, modernos, sí, pero sin prosapia. Estadios que no conocen la angustia de un gol en el 90’ ni la euforia de un penal atajado por puro coraje. Ahí, todo es más limpio, más seguro… y eso está bien, pero también es más insípido. Hoy se juega donde se vende. No donde se sueña.
Porque en esta nueva cartografía del fútbol, los dólares valen más que los goles.
Y eso duele. Ya no hay viaje a Montevideo, ni temor a la altura de Bolivia. No hay duelos con el Boca más bravo ni con el Palmeiras más táctico. Ahora se juega y lo peor, hasta se pierde, no contra equipos, sino contra franquicias diseñadas en oficinas de marketing, nacidas no del barrio ni de la leyenda, sino de estudios de mercado y colores aprobados por comités incluyentes. Equipos sin cicatrices, sin hinchadas que canten con la garganta rota, sin héroes que hayan jugado descalzos en un potrero. Rivales que no sudan historia, que no tienen santos ni fantasmas, que no aprendieron a perder antes de saber ganar. Rivales que respetamos, sí, pero que no despiertan la misma hambre ni el mismo mito. Las cosas como son.
Quizá esta sea la nueva realidad. Quizá haya que adaptarse. Pero mientras los dólares manden sobre los sueños, mientras se prefiera el “soccer” al fútbol, y mientras el marketing defina el calendario, nosotros seguiremos extrañando esas noches de Libertadores, donde un gol en el minuto final valía más que todo el oro del norte. Yo aun sigo emocionándome de las Chivas contra Boca, de Toluca contra River y del Pachuca contra Colo Colo… Porque en aquel fútbol, aunque perdiéramos… jugábamos para ganar la gloria. Maldita y bendita nostalgia. Ahora, solo jugamos para cumplir el contrato.
Gabriel García Márquez decía que lo que importa no es lo que uno vive, sino lo que recuerda y cómo lo recuerda. Y aquí estoy, recordando aquellas hazañas con nostalgia de abuelo futbolero, como quien hojea un álbum polvoriento. Porque en la Libertadores, aunque no siempre ganáramos, sentíamos que jugábamos al fútbol de verdad. Que éramos parte de algo más grande, más caótico, más vivo. Mas como nosotros.
La Leagues Cup, en cambio, se parece más a un centro comercial: todo está bien iluminado, todo funciona, todo vende. Pero nada duele, nada vibra, nada arde.
Y el fútbol, el de verdad, necesita arder.








