Los vastos campos del camino de las minas del Real del Potosí han pasado del frondoso frescor de los olivos incandescentes a dorados destellos otoñales donde los caballos lo resienten por su belfo, respiran vapor del helado amanecer, nerviosos tratan de aminorar el castigo, el ritmo del bufido es la señal del síntoma ante el largo camino después de la batalla, si aún se lograran salvar seguro quedarán en cojas ancas si no, es mejor el sacrificio.
Los salones en donde se llevan a cabo las recepciones para los capitanes y generales lucen sus mejores momentos, galas musicales interpretando lo último que suena en la vieja Europa como Schubert, Chopin y el revolucionario e insidioso Paganini; el pulido parquet da recepción a los lustrosos zapatos de alta vestiduras de las damas, vestidos de cintura baja ceñido al cuerpo le da volumen a la falda que cae, encajes brillantes hacen contraste con los marrones y celestes oscuros de las elegantes telas, un fino chal y sencillos peinados vuelven locos a los militares que son la atracción a estas galas.
Cabe recordar que al generalísimo Antonio López de Santa Anna estas recepciones aguzan sus sentidos y le vuelan la cabeza entre tantas mujeres y licores – razón de sus desencantos- es propicio para la ocasión el que todos sus mandos del poderoso Ejército del Norte, que se ha conformado de tal manera que se sienten “Invencibles” los todos poderosos, es obligación asistir a estos bailes de las mujeres casaderas de la ciudad.
Sus hombres se saben ya en constante ensayo y dominan el arte de la batalla a la que enfrentarán del camino de Saltillo hacia la ciudad e San Luis Rey de las minas del Potosí, un momento de esparcimiento no cae mal a nadie. Los generales Mora, Villamil, Micheltorena, Blanco, Corona, Pacheco, Lombardini, Urrea y José Tomás Mejía se presentan en gallardos uniformes de gala, una chaqueta color celeste marrón, con finos hilados de oro, sus charreteras de grado en grana y dorados, collarín y vueltas encarnados ribeteados con galones dorados, sus pantalones en albos y vivos en grana, así como su lustrosa espada en encajes de oro y rubíes, las botas de carne negra y lustrosa grasa, si eran nuevos generales aún portan las espuelas de castigo, una vez ganen una batalla le son retiradas el único que las porta es le recién general Tomás Mejía, sus medallas otorgadas por valentía las lucen a todo destello.
¡Su entrada es esperada por todas las jóvenes casaderas de la ciudad!
Los gallardos generales de carrera han acompañado a su serenísimo general a todas sus batallas excepto Mejía, él es un elegido de Santa Anna, su fiereza y bravura le han dado el mote de “Mesías de la libertad” puesto por sus hombres después de las batallas en Chihuahua y porque fue encontrado por unos milicianos en su natal Pinal en la sierra queretana domando a los caballos ¡Un elegido salido del campo! Es una señal.
¡Curiosamente es quien mayor llama la atención de las jóvenes! Su aspecto recio de importante ceño nativo de la sierra, su seriedad ante cualquiera de las carcajadas de los generales le hacen del tono fino, mientras que los más aguzados en encontrar jóvenes son Corona y el general Pacheco, los demás mientras prueban los vinos hacen del bullicio y entre ellos bromean.
– ¡Mirad aquella de grandes ojos! Destella su mirada ¡Que voy por ella! ¿De quién es hija?
– ¡Calmad el ansia general! Es la heredera de los Diez Gutiérrez, afamados comerciantes y poderoso dueños de media ciudad ¡Es la joya más de más alta estima de la corona!
– ¡Cansad el alma amigo! Que a partir de esta noche me consideren sus majestades como uno más de los Diez Gutiérrez.
– ¡A bravura cansa mi general! – le indicó el joven recio general Mejía.
-Señor de mis amistades, que las mujeres de esta noche vienen a cazar osos de primer linaje ¡Prestas están a la lid del campeador! No lo olvidéis.
-Al mejor cazador se le va la presa por desinterés.
– ¡O por falta de vista mi señor general! Si me lo permitís ¡Ah por ella! Deséeme la ventura.
– ¡Que así sea mi señor! – le indicó el general Mejía mientras levanta su fina copa de doradas piernas, mirando entre los brillos al fondo, donde divisa a una mujer sencilla vestimenta, que a luces observa no es de las demás invitadas de atención. El gallardo Mejía se acercó con la intención de hacer de su tono la voz, pero al acercarse varias de las bellas mozas interrumpen a admirar un deslumbrante destello del general, su viveza de caballero que a luces ¡todo el salón observó!
-Señor mío indicarnos a todas nosotras ¿Cuál de las grandes heroicidades qué se dice de su señoría son verdad? ¿Qué diseminó a cien mil apaches en Chihuahua con solo levantar su espada? O de cuando aprisionó a los espías norteamericanos y los hizo a sangre y sable hablar de su estadía cercanas a esta ciudad ¿Su arrojo es leyenda ya? De cuando obtuvo el grado por su serenísimo general, es por mucho ¿Aquel mesías de la nación que tanto pregonan los mercachifles y porrones de periódicos de todo México? ¡Vaya metralla de las señoritas
-Señoritas mías, mujeres bellas, en atento me pongo a sus manos a considerar de mi sencilla persona lo que gustéis, pero en sí me encantaría la posibilidad de lograr que sus mercedes se apeguen única y en ocasión a la verdad ¡No diseminé a los apaches por razón de magia! Mis hombres solo cumplieron lo cometido ¡Que por dios no soy su amable servidor quien logró capturar a los espías americanos! Siguieron de cerca a la retaguardia y eso fue suficiente para terminar en su totalidad con ellos, y en nada soy un Mesías reconfortante, estoy al grado por mis acciones, pero no determino mi estancia más que por mis sencillas obras.
– ¡Modestia infinita a mi señor! Cualidad de pocos – insinuaban las doncellas entre sus chaperonas.
A rescate se apareció el general Pacheco – ¡Dejad señoritas respirar a mi señor general! Andad que de un momento en el baile haremos de las galas de a quien en tan alta estima le tenéis- apresurado lo sacó de tal embrollo – ¡Señor mi general serenísimo Santa Anna le requiere estar junto a su persona! Asistid.
– ¡Sí señor! – Mejía se dirigió hacia el centro del salón en donde ya le espera la escolta de dragones, aquellos mejores capitanes del generalísimo a su vez tres doncellas le hacen de pajes para, ante reverencias, le suben a un pequeño templete. Santa Anna le tomó del hombro y en voz de rugido hizo saber de sus intenciones para aquella noche.
– ¡Atended mis anfitriones! Atended mis amables señoritas – mientras alza su copa de finos borbotones- ¡Mis generales! – dijo a voz de trueno.
– ¡Señor a su voluntad! – todos alzaron la voz en intempestivo alarido.
– Esta noche como muchas preceden los ejercicios que llevamos a cabo en los llanos de este rincón de nuestro libre y soberano México, que al ser el fruto de insaciables enemigos ¡Quieren beber sus elíxires! No los dejaremos- alzó la voz y continuó- El enemigo hoy duerme bajo las estrellas del manto celeste mexicano, en sitio santo por nuestra santa Madre María de Guadalupe ¡Que seguro les envía pesadillas y distracciones abismales para vencer sus mentes! Aliada nuestra de todos los días.
Deseo agradecer la anfitriona de esta noche a nuestra querida Wilfrida Diez de Gutiérrez ¡Mujer de todos los sentidos y educación! Que esta noche abre su salón a mis generales, capitanes y héroes de este nuestro poderoso ejército.
¡Todos aclamaron las palabras! Entre vítores y exaltaciones de guerra.
-Permitidme por favor señores- continuó- ¡Sé que las doncellas ya desean tener en sus brazos a mis gallardos generales y capitanes! Pero esperad un poco de favor os pido ¡No desesperéis por fortuna! Tendrán sus sueños complacidos hoy y tal vez esperemos que de improviso ¡Un compromiso se ganen! Mis señores generales son por alto materia fina de estirpe ¡Valientes como ninguno! Se fajan sus hombres a la voz de ir delante en las batallas comandando la estrategia ¡La historia les premie!
– ¡Bendición a todos! – aplaudieron las señoritas.
-Escuchadme, me es grato presentar en esta ocasión al ideal de general que todo comandante serenísimo desea tener, ese que le da tranquilidad y valor en la batalla, que sabe que nadie lo herirá y que por dios ¡No se retira bajo ninguna circunstancia! Les pido a su presentación la bienvenida a mi general José Tomás Mejía de silla simple y buen calado.
¡El general Mejía no atinaba de tal situación!
-Agradeció con una humilde reverencia las palabras del concurrente mientras Santa Anna lo cubre con un abrigo de armiño, señal inequívoca de ser elegido.
¡Todo el salón grita al unísono! – ¡Mesías!… mesías…
Al bajar del templete las mujeres se arremolinan por él, desean tan solo el fervor de sus palabras, una voz instaurada por el serenísimo es por mucho la mejor recomendación que una chica casadera tuviera a pedir de mano ante cualquier padre agradecido – ¡Será comandante supremo una vez Santa Anna se retire! – piensa cualquier interesado padre.
Mejía está abrumado ¡En nada había pensado que la noche se suscitara así!
Calmados los ánimos y después de varias comprometidas pedidas en danzar con las jóvenes que hacen fila por lograrlo, sin contar las atrevidas insinuaciones de las que fue objeto – a las que no está acostumbrado- decide tomar un poco de aire del sudoroso salón en donde los aromas y humores de ambos nutren el olfato del más experto – ¡Entre bailes te veas! … y huelas- decían otros, camina hacia el patio que desde arriba da justamente al campamento de sus hombres. Observa las estrellas que se repiten una y otra vez igual multiplicando en número cada soldado ¡Por miles sus hombres! Ahora duplicados por la sombra de la luna ¡Se miran invencibles!
– ¿Extraña su natal sierra general? – ¡Una hermosa joven le sorprende!
– ¡Disculpad mi Lady! No le vi llegar.
– ¡Imagine mi señor si hubiera tenido una daga! Le hubiera partido su garganta ¡Que atrevimiento saberle absorto en sus pensamientos y sorprenderle como una garra de oso! -Sorprendido del arrojo y desfachatez de la chica el general se dio por agradecido de tal distracción, que en parte la joven tiene razón ¡Un general no puede distraerse! Aprende cada día.
-Dígame señorita que razón le hace saber que su siervo le es grato ante esta noche especial ¡Seguro ninguno de mis iguales le ha tentado! ¿Porqué fijarse en un humilde servidor?
– ¡Mi general Mejía! Tampoco crea que he salido del salón a perseguirle ¡Vamos que arrogancia! No mi señor, es porque el aroma de allí dentro ya no me hace de lograr respirar ¡Solo vine por frescura! Pero dígame, claro atendiendo el tiempo que nuestro general insaculado se de tiempo de poner los pies en la tierra ¿Si cree que logremos victoria en la batalla que se aproxima?
El general Mejía volteó a verle con una mueca de incredulidad.
– ¿Qué considera que un varón sin ser consorte o pretenso se atreva de declarar la estrategia de todos nuestros ejercicios militares? Cierto que a hermosa doncella no se le niega una sola flor, pero ¿Descifrar la estrategia es un menester de faldas? Lo dudo.
La chica alzó su ceja, tomó su abanico de finos encajes, lo movió acercando sus humores al general sobre atrevido escote y de vuelta le volvió a insistir.
-No pretendo saber la estrategia ¡Es una simple cuestión! ¿Podemos vencer a los norteamericanos en batalla frontal? Mi padre es un gran estratega militar que peleó en la independencia, ya su edad le hace solo de recuerdos fatuos ¡Pero fue invencible! Disculpe usted mi general que me atreva a preguntarle sus cuitas.
-Cualquier mexicano orgulloso de su tierra desea fervientemente que esta invasión americana no se haya dado ¡Por dios que perderemos mucho más que hombres! Pero si su cuestión irradia en la inocente duda de si lograremos vencerlos ¡Responderá que sí! Pero si su oración está invadida por espiar cualquier ejercicio de estrategia a su servidor, para llevarla al invasor ¡Juro por mi vida que la buscaré hasta encontrarle y atravesar mi espada en su cálido y destellante cuerpo! Tened cuidado con su respuesta.
-La hermosa joven se acercó ¡Tomó el rostro con sus manos al general! En apasionado beso aclaró su intensión.
Continuará…