Los vastos campos del camino de las minas del Real del Potosí han pasado del frondoso frescor de los olivos incandescentes a dorados destellos otoñales donde los caballos lo resienten por su belfo, respiran vapor del helado amanecer, nerviosos tratan de aminorar el castigo, el ritmo del bufido es la señal del síntoma ante el largo camino después de la batalla, si aún se lograran salvar seguro quedarán en cojas ancas si no, es mejor el sacrificio.
La noche avisa de lo helado del tiempo, los generales Ignacio Mora y Tomás Mejía han sido asignados para encontrar a los Capellanes para los ejercicios religiosos, en su plática resalta la infancia de Mejía en su añorado Pinal, un helado páramo escarpado de la sierra queretana.
-… una borrega pequeña llegó a la helada casa, mi padre que al no encontrar al dueño decidió que ¡Solo por esta noche! Pernoctara con nosotros al abrigo, pero sin adueñarnos de ella, solo hasta encontrar a su verdadero pastor.
Las noches en mi Pinal amigo son férreas con el durmiente, de un momento a otro el gélido escozor llega a los pies y sube de a poco, los leños de la fogata son ahora brazas candentes de rojizo destello que chisporrotean al tronido del agua retenida ¡Uno de ellos me hizo despertar! Cuando observé la pequeña borrega que a ese tiempo no le teníamos nombre aún ¡Había logrado abrir la puerta! Me cobijé con mi gabán y decidí salir a buscarle, seguro no estaría más allá de la casa, un patio de hojarascas marrones pinta los azules del abierto cielo, a lo lejos junto al árbol de más follaje la borrega pareciera me esperaba, me mira y salta, da una vuelta, regresa la vista y fijamente me atrapa ¡Vuelve a saltar! Ahora me invita a seguirle.
– ¡Voto a Dios mi general! – incrédulo Ignacio Mora le refuta.
El general Tomás Mejía hizo un sorbo más de la belicosa bebida, dio un jalón a su crocante tabaco y aromatizó todo su rostro con la salida humeante, respiró sus sabores, cálidos destellos del virginiano, miró de nuevo a las estrellas y continuó.
-La pequeña borrega caminó hacia lo que conocemos como “el destello” un abrupto camino que conduce a una cueva a donde mi padre nos tenía estrictamente prohibido ir, se dice porque brujas y chamanes curan a los enfermos dejando la enfermedad en las plantas y los animales que pernoctan, por ello el peligro está en que si se visita ¡Se corre el riesgo de apropiarse el mal retirado! Usted sabe, se queda ahí, como una telaraña y si nadie le toma desaparece, pero eso lleva tiempo.
-Mi general ¿De verdad cree en esas supercherías?
– ¿Cómo le curaban el mal de estómago mi señor?
-Con éteres de una comadrona vecina de mis abuelos ¡Vaya tunda que nos pegaba! Entre tanta sobada y escupideras.
-Y eso a usted mi señor ¿No le parece algo digno de tomar en cuenta? Más chamanismo pareciera lo que le hacían; cómo le comento, la pequeña borrega tomó al camino de la cueva y no me quedó de opción que seguirle ¡A la mínima compasión! Lo hice por evitar el regaño de mi padre ante la pérdida del animal que de seguro no hubiera sido de total verdad cualquier argumento que yo diera, al ingresar descubrí dentro de la cueva un frondoso manantial de cristalino celeste en el cual dorados pececillos revolotean de un lado al otro, girando en una corriente que te adormila, me embelesaron en su ritmo, fue tal mi distracción que apremiante un personaje de lúgubres barbas ¡Me tomó de las manos y me sacudió con tal fuerza que caí cerca del manantial! Él caminó hacia una especie de rincón, abriendo bien los ojos alcancé a ver a la pequeña borrega cerca de sus pies mientras el extraño personaje acariciaba la tersa lana, el berrido era suave e invitante.
– ¿Qué buscas aquí? – confrontativo me preguntó aquella persona.
¡No le respondí! Un sentido temor iba creciendo desde mis pies hasta mis rodillas ¡Como si entrara al agua fría! Señor solo vine a buscar a la pequeña borrega, cierto no es de mi propiedad, pero me siento con el compromiso de resguardarle, le dije, para regresársela a su pastor, este pequeño animal del frondoso bosque me condujo hasta aquí, traté de explicarle.
– ¡Ven acércate! Toma un poco de este caliente potaje. Me lo dio en un platón que escurría el caldo en abundancia, una hogaza le acompaña y decidí comerlo, el frío arreciaba no había manera de menguarlo.
Al rato de estar probando el suculento manjar el extraño personaje me preguntó mi nombre:
-Tomás, le dije.
-Bien Tomás ¿Sabes en dónde estás?
-No señor, pero me imagino que es la cueva en donde hacen las limpias y sanaciones a los del pueblo, mi padre me ha explicado un poco lo que sucede.
– ¿Sabes porque las personas vienen a verme?
Un rato me quedé pensando y le respondí de la manera en cómo mejor sentí me explicaba,
– ¡Se sienten mal y vienen a buscar alivio señor!
-No muchacho, vienen porque aquí les cuento su futuro, les vaticino lo que llaman destino ¡Una vez lo saben se sanan! Al encontrar un propósito de vida su cuerpo logra sanarse y caminan hacia un lugar al que están seguros que llegarán ¡Hay muchas personas que enferman muchacho por no saber cuál es su camino!
-Pero también hay quien no le interesa señor, le contesté mientras terminaba mi potaje ¡Yo persigo una borrega bajo el frío! La regresaré y continuaré recogiendo leña.
– ¡Ese no es tu destino pequeño! Ese no es.
¡El general Tomás Mejía paró la narración! Lo platica a tal grado que quien lo escucha siente no solo el frío de la cueva, sino la voz de aquel extraño hombre. Caminó un par de pasos dio la vuelta y regresó.
-No deseo estimado amigo que de mi lucides tenga duda, que de mi inteligencia observe fallido sentido ¡No es mi intensión! A ninguna persona he contado esto, pero con gusto lograré de ser lo cuerdo más posible.
-Continúe mi general- le insistió su escucha.
Tomó el último sorbo de tan espirituosa bebida, dándole vueltas al pequeño trago que en el asiento quedó, prendió un nuevo cigarro y en la bocanada aun en sabores trató de hilar palabra.
-Aquel hombre de extraño aspecto me tomó de la mano y se me quedó viendo entre mis cejas, al tanto comenzó a decirme una serie de palabras que no entendí por muchos años.
-Escucha bien Tomás, pon mucha atención a lo que yo te digo ¡Serás invencible! Nadie en toda tu corta vida logrará pasarte el acero por entre tu cuerpo, ni herida alguna tendrás, no existirá enemigo tal que doble tu bridón o lastime uno solo de tus huesos ¡Serás invencible Tomás!
-Señor no miro en mi camino estar en lucha armada ¡Por mi Dios que no estimo tal virtud!
– ¡Así será! Brillarás como un fulgurante sol, pero ten a resguardo una sola cosa: ¡No imagines que algo saldrá mal! Si lo haces, cada ocasión que tu corazón sienta que fallarás ¡Pasará! No habrá piedad con tu pensamiento negativo, cuando te atrape no te soltará.
El joven general Tomás Mejía bajó la mirada, como si el recuerdo aún lo sintiera tan cercano vivido esa misma madrugada, se miró sus manos, guardó su caja de cigarros y se acomodó su elegante casaca de mando.
A su merced dejo amigo general la veracidad de tal maldición o bendición ¡Cómo usted logre creerlo! Por ello mi arrojo es tal que sé que no habrá quien me hiera, se que no moriré en batalla ¡No pierdo nada en arrojarme a la boca del lobo! Saldré victorioso, pero sí de alguna manera ocurre que tenga un pensamiento en dónde yo observe que algo saldrá mal ¡Por dios que sucede! Lo he puesto a prueba y no ha fallado en concederse ¡Vaya maldición!
La incredulidad del joven general que acompaña a Tomás Mejía hace de poca veracidad lo relatado, más bien piensa que no le desea contar de dónde saca el arrojo para haber diezmado a los Apaches en Chihuahua ¡Que le hizo tener un grado inmediato! De la batalla del llanito en dónde logra su alta envestidura al derrotar a la pequeña reserva de espías americanos ¡No regresó ninguno de ellos! -Por dios que se escucha a una persona cuerda en mi general con ideas disparatadas- pensaba.
Aquella noche el general Tomás Mejía tuvo reunión con todos sus batallones, revisó el arma, uniformes, botas y toda la indumentaria y arreos para lograr tenerlos listos a batalla, la llegada de más efectivos que están en constantes ejercicios para lograr conjuntar al ya afamado Ejército del Norte, del cual es responsable de una mitad del grosso; ahora habrá que adiestrarlos para hacer de la monta y el jinete ¡El mítico centauro! Labor de encargo al mismo general Santa Anna.
Los ejercicios deben hacerse en el pleno apenas el gallo cante, los miles de jinetes en sus montas hacen de la formación una alfombra de recíprocas humanidades, en elegantes uniformes y con la gallardía que amerita, se adiestran en la emboscada ¡Aquella sorpresiva maniobra romana! Donde cada uno de los bridones se entrelaza en la retaguardia de la infantería y rematar frontal al enemigo, o como es en este caso ¡Atacar de manera sorpresiva los flancos! El general Santa Anna es creativo en el uso de su caballería, maniobra que son un esfuerzo de más para el jinete y su monta al resguardarse en el frondoso escarpado y bajar con gran fuerza sorprendiendo al enemigo ¡Esa manobra es la que está el general Tomás Mejía obligado de llevar a cabo! Dos mil centauros por el flanco izquierdo, según el plan de batalla, mil de apoyo a la infantería y dos mil más por el flanco derecho, eso asegura un golpe directo a los más de seis mil hombres de Taylor.
¡Asegura la victoria!
El joven general tomó el mando, sus hombres formados ponen atención a las indicaciones, mismas que van desde el pase de lista hasta el cántico marcial por lo capitanes dirigiendo ¡El tono de coro es marcial! Hace remembranzas de las batallas de la independencia, del cómo se vencieron a los franceses invasores ¡Levantando a todo el ejército para observar las maniobras de entrenamiento!
Llegó el momento de las palabras del general a sus hombres en la maniobra de entrenamiento, todos guardan silencio, solo el bufar de las montas y la doma de las bestias irrumpen el silencio del alba.
“… señores este día se marca como el inicio de los ejercicios para lograr vencer al enemigo norteamericano que ha mancillado con sus plantas nuestra tierra santa, ellos tomaron ya la ciudad de Monterrey y Saltillo, han demostrado habilidades de combate que pocas veces hemos visto, estudian el arte de la guerra, someten a sus académicos a juicios de filosofía de guerra y del enemigo, nos estudian desde hace ya varios lustros ¡Quieren nuestra tierra!
Sabemos que sus grados son por todo lo que saben y que estudian en sus escuelas de guerra, pero ¿Qué saben ellos de defender una patria si no han pasado siquiera cien años que nacieron? Son unos mozalbetes apenas de la historia que nos precede.
Nuestros antepasados levantaron la sangre de sus enemigos y la escupían en sus tierras como señal de victoria, luego devoraron la carne del vencido y la ofrecían en rito a la vida ¡Nuestra historia está tejida entre el telar de sangre y victoria! Vamos señores ¡Levanten sus espadas y construyan en sus pensamientos como traspasarán el corazón del enemigo! No los hagan sufrir ¡Sean letales!
¡Sigan a sus capitanes!” gritó con la fiereza que le es reconocida.
La embestida de los jinetes que por miles se cuentan ¡Hizo temblar la tierra! Los soldados de infantería rugen en gritos de guerra, arengando a los jinetes, al ver el espectáculo de maniobras entre una elegante danza de precisión, donde cruzan a toda velocidad los jinetes entre los espacios dejados por quien viene de costado, haciendo lo que se denomina “coladera” La precisión es la maniobra del día. ¡En comienzo hubo los abruptos considerados naturales! Por la destreza que se exige, pero al paso de la mañana se volvieron diestros en lograr hacerlo. Al caer la tarde y sin haber comido los batallones de caballería tienen en su haber la maniobra de mayor eficacia ¡Un intrincado procedimiento que los norteamericanos no cuentan sea posible!
¡Los centauros están listos para la batalla!
Continuará…