La semana pasada se conmemoró con marchas y otros sucesos el día internacional del orgullo gay, que nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la disputa del género. Se trata de un asunto de gran importancia para la realización y puesta en práctica de todos los derechos fundamentales de la persona de toda la sociedad, pero, a la vez, de un fenómeno controvertido por ser escasamente comprendido. Lo primero que hay que desechar es la idea del sexo binario: hombre-mujer.
Algunas personas, sean conservadoras o no, todavía sostienen que el sexo es binario “científicamente”. Esta primera afirmación se desvanece aún si sólo la consideramos gramaticalmente. En el idioma castellano existen, al menos, seis géneros: masculino, femenino, neutro, ambiguo, epiceno y común de dos. Pero si nos adentramos a la ciencia, tampoco en cuanto a la gestación del nuevo ser humano éste es binario. Al nacer, un bebé tiene cinco capas de sexo, un óvulo o un esperma quizá carezcan de un cromosoma sexual o tengan uno adicional. El embrión resultante tiene un sexo cromosómico poco común —XXX, XXY, XYY o XO—. Así que, incluso si se considera sólo la primera capa del sexo, hay más de dos categorías. Sin embargo, en el sexo cromosómico, cada capa subsecuente no siempre se convierte estrictamente en un binario. Además, las capas pueden entrar en conflicto entre sí, una siendo binaria y la otra no: un bebé que tiene cromosomas XX puede nacer con un pene, y una persona que tiene cromosomas XY puede tener una vagina, etcétera. Este tipo de discrepancias frustran cualquier intento de asignar el sexo como hombre o mujer, de manera categórica y a perpetuidad, tan sólo mirando los genitales de un recién nacido. De ahí que las alteraciones heterocromosómicas determinan ciertos síndromes, como el de Turner, el síndrome de triple X, o el síndrome de duplo “Y” que determinan ciertas características morfológicas de quienes los portan.
La siguiente capa, la hormonal, también hace diferencias específicas que hay que tomar en cuenta. Las hormonas fetales también afectan el desarrollo cerebral y producen otra capa más llamada sexo cerebral. Un aspecto del sexo cerebral se vuelve evidente en la pubertad cuando, generalmente, ciertas células cerebrales estimulan los niveles y patrones hormonales del hombre o la mujer adultos, los cuales provocan la maduración sexual adulta. Money llamó a estas capas sexo hormonal puberal y sexo morfológico puberal. No obstante, éstas también podrían variar mucho, más allá de una clasificación binaria.
Ahora sabemos que, en vez de desarrollarse en la dirección de un solo gen, los testículos o los ovarios embrionarios fetales lo hacen según redes genéticas opuestas, una de las cuales reprime el desarrollo masculino mientras estimula la diferenciación femenina, y la otra hace lo opuesto. Entonces, lo importante no es la presencia o la ausencia de un gen en particular, sino el equilibrio de poder entre las redes genéticas que trabajan en conjunto o en una secuencia específica. Esto socava la posibilidad de usar una prueba genética simple para determinar el verdadero sexo.
Las hormonas también juegan un papel importantísimo en el desarrollo y manifestación de la sexualidad. Una persona puede ser cromosómicamente XY, pero sus células pueden ser insensibles a la testosterona. Me enteré de esa condición (Androgen Insensitivity Syndrome, o AIS, en inglés) cuando estaba en el doctorado y estaba aprendiendo sobre el neurodesarrollo y cómo influyen las hormonas sexuales en el organismo en desarrollo. Así podemos encontrar personas adultas con facciones de mujer, con pechos, voz y figura de mujer. Del mismo modo, las hormonas sexuales influyen en el deseo y por lo tanto en la libido. Y una vez más, son las mujeres las más afectadas por las fluctuaciones hormonales. Es más notable en la menopausia, ya que la disminución sensible del índice de hormonas sexuales también afecta psicológicamente a los órganos genitales.
Pero demos un paso más en la discusión sobre el género. El DSM V (que es el manual sobre los trastornos mentales) determina una condición de trastorno derivada del sexo: La disforia de género, cuando un niño, joven o adulto no se siente bien con el sexo asignado de acuerdo con ciertas manifestaciones conductuales.
El grado de complejidad para determinar el género es mucho mayor. En el sistema límbico se encuentran las principales estructuras que regulan las hormonas y el deseo sexual. No se atribuyen a partes separadas, se asocian con el apetito (área hipotalámica lateral) y la saciedad (núcleo ventromedial del hipotálamo), las respuestas sexuales, y la regulación de los ritmos circadianos (sueño y vigilia). El cerebro funciona como un todo.
De esta manera llegamos a encontrar personas con genitalidades específicas muy diversas, con distintos tamaños del pene, del clítoris, con características de los órganos combinadas, ausentes, magnificadas, alteradas, con especificidades sexuales secundarias muy diversas en los externo y en el orden orgánico, hormonal, cerebral, sináptico, cromosómico y con abundancia o deficiencia de determinados neurotransmisores, trastornos y disforias, pero el meollo del asunto no se encuentra sólo en lo orgánico, en lo hormonal o en lo psicológico, sino en la interpretación psicoanalítica y ésta es necesariamente mucho más compleja.
¿Tiene sentido para el psicoanálisis hablar de homosexualidad o de heterosexualidad? Mujeres y hombres no son un reflejo de la realidad “natural”, sino que son el resultado de una producción histórica y cultural, basada en el proceso de simbolización y como productos culturales desarrollan un sistema de referencias comunes.
Hablar de homosexualidad o heterosexualidad en psicoanálisis no aporta ningún elemento en relación al modo particular de goce del sujeto ni tampoco clarifica sobre su estructura clínica. La cultura marca a los sexos con el género y el género marca la percepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano. La determinación sexual está en el inconsciente. La estructura psíquica del deseo se da de manera inconsciente y, además, lo masculino y lo femenino no corresponden al referente biológico.
La dualidad sexual no es más que una simplificación, cada sujeto interpreta su sexualidad con una infinidad de variantes y las inviste con cargas afectivas muy particulares. El sexo se construye en el inconsciente, independientemente de la anatomía, la fisiología, la sociología, la filosofía o la religión, por lo que se subraya el papel del inconsciente en la formación de la identidad sexual y la inestabilidad de tal identidad, impuesta en un sujeto que es fundamentalmente bisexual. Lo subjetivo incluye la forma individual en que el dato biológico o sociológico es simbolizado en el inconsciente.
Preguntarse cómo han sido inscritas, representadas y normadas la feminidad y la masculinidad implica un análisis de las prácticas simbólicas y los mecanismos culturales que reproducen el poder a partir del eje de la diferencia anatómica de los sexos. Esto requiere decodificar significados y metáforas estereotipadas, cuestionar el canon y las ficciones regulativas, criticar la tradición y las resignificaciones paródicas.
Es necesario deconstruir los procesos sociales y culturales del género y comprender las mediaciones psíquicas y profundizar en el proceso de la constitución del sujeto. La historia familiar, el nacimiento, el destete, la solución del complejo de Edipo etc. el papel del padre y de la madre en la construcción del ideal del yo. El mérito del psicoanálisis está en analizar, en mostrar cómo los sujetos aprehenden y vuelven subjetivas estas relaciones sociales e históricas, y confrontar el contenido de esas relaciones inconscientes en la clínica.
El psicoanálisis explora la forma como cada sujeto elabora en su inconsciente la diferencia sexual y cómo, a partir de esa elaboración se posiciona su deseo sexual y su toma de conciencia de género, cualquiera que éste sea. De esta manera, la identidad social de las personas, como mujeres u hombres, la identidad de género y la identidad sexual, estructurada en el inconsciente no son lo mismo, esto se expresa con mayor claridad cuando la identidad sexual no corresponde con la identidad de género.
El psicoanálisis rompe con la idea de la complementariedad, especialmente con Lacan, quien señala que la complementariedad es imaginaria. ¿Quién es hombre o mujer? ¿Quiénes cargan con los cromosomas que les corresponden? ¿Quiénes se sienten como tales o quiénes son reconocidos así por su entorno social? ¿Qué ocurre con las personas que aceptan los emblemas correspondientes a la masculinidad y a la feminidad, aunque el cuerpo no corresponda a tal prescripción?
Existe una discusión mucho más amplia sobre el género entre varios filósofos y pensadores. En sus libros El Género en disputa y, sobre todo, en Cuerpos que importan, Judith Butler sostiene que la existencia del sujeto no está decidida por el género. Si no hay tal sujeto que decide sobre su género y si, por el contrario, el género es parte de lo que determina al sujeto, ¿cómo podría formularse un proyecto que preserve las prácticas de género como los sitios de la instancia crítica? Afirmar que el sexo ya está “generizado”, que ya está construido, no explica todavía de qué modo se produce forzosamente la “materialidad” del sexo. Para profundizar esta discusión se recomienda leer a Zizek, Lacan, Michel Foucault y otros autores que han profundizado en el tema y son imprescindibles para generar argumentos para la comprensión de los distintos géneros de la comunidad LGBTTT+…