Sin duda que la pretensión del presidente López Obrador de modificar al actual INE es ya en los hechos una verdadera obsesión política.
Las encuestas que ha realizado el gobierno de la 4T son, por decir lo menos, muy poco creíbles, aunque la verdad se les pudiera calificar de mentirosas.
Ahora la reforma electoral que busca el gobierno lopezobradorista tendría en el INE un nuevo Consejo General “electo” por esa masa informe que en estos casos suelen llamar los nuevos dueños del poder en México, “el pueblo”.
Y ese nuevo Consejo General del INE quedaría, si se conserva la pauta de las anteriores consultas, encuestas o como se les quiera llamar a los ejercicios que se han hecho para la Revocación de Mandato o la construcción del Tren Maya, quedaría integrado por representantes del pueblo al gusto del actual primer mandatario.
A la sociedad, ya en sus expresiones individuales o colectivas, no le gusta para nada la idea de que, como hace casi cinco décadas, las elecciones fueran manejadas a trasmano por el gobierno en turno.
Desde luego que no pesan lo mismo opiniones desbrujuladas como las que emite el membrete que comandan Claudio X. González y Gustavo de Hoyos, que las que han externado instituciones de tanta importancia como la dirigencia del Episcopado mexicano, la Coparmex o, individualmente, ex presidentes del INE tan prestigiados como José Woldemberg.
La democracia en México se pondría en riesgo si López Obrador llega a imponer, de la manera que estila con sus consultas al pueblo, al nuevo Consejo General del INE.
No es la idea estar en contra de que se reformen en el Instituto electoral, que funciona tan bien en la actualidad, algunas de sus consideraciones pecuniarias como los altos sueldos que devengan sus más altos funcionarios o el trato de privilegio que le dan a sus viajes o conferencias.
Pero fuera de ello, la condición autónoma del INE es una garantía para que los procesos electorales que se vienen en los años 2023 y, sobre todo, en el 2024, sean creíbles tal y como lo han sido hasta la fecha, incluyendo desde luego, la elección de 2018 en la que Andrés Manuel López Obrador fue reconocido como vencedor en la contienda por la presidencia de la república.
Quitar al INE los excesos personalizados es algo sano.
Pero meterle mano desde el gobierno para formar su Nuevo Consejo General, sería una acción que tendría un gran parecido a la organización electoral que se hacía en los tiempos en que el PRI era realmente el partido único y dominante.
Y regresar a esa falsa democracia es lo que no quiere la sociedad.