Es común que dependencias e instituciones gubernamentales busquen aderezar o enderezar los programas, proyectos, soluciones o atención, con el verbo “integrar” queriendo decir que todo es parte de todo y que atenderán todo, pero en la práctica, al menos en los asuntos más visibles para la mayoría de la gente, la desintegración es evidente.
El transporte colectivo urbano que incide en la ciudad de Querétaro, por ejemplo, proviene de los municipios de Querétaro, Corregidora, Huimilpan y El Marqués; al centro de la ciudad capital, llegan por Constituyentes los rojos, por Pasteur Sur los azules, por Zaragoza los verdes y de varios puntos más, las famosas rutas, que también traen camiones de chile, dulce y manteca. Rojos, azules y verdes cobran lo que quieren, según ellos por distancia recorrida, pero al final, hasta el viaje más corto ronda entre los quince y veinte pesos. Salir sin moretones o rasguños de un viaje en cualquiera de estos es ganancia, porque los choferes corren a velocidades inimaginables para sus armatostes, llevando en su penumbra interior, cortinas sebosas en las ventanas, música guapachosa, altarcito con alguna imagen religiosa incluidos flores, foquitos y borlas doradas; afuera, llantas con picos para que nadie se les acerque. ¿De dónde vienen y a dónde van?, quién sabe, lo cierto es que corren despavoridos, compiten entre ellos mismos, se emparejan para insultarse y avientan su espantajo al que se les atraviese. Los azules llegan a una terminal sobre Pasteur, en pleno centro histórico, a unas dos cuadras de la Alameda y entre ellos y los azulejeros, arman un desastre vehicular: trailers bajando excusados, camiones descargando boilers, grúas trasladando bloques de mármol o mega paquetes de mosaicos, los azules esperando entrar o salir de su corralón, autos reparando parabrisas, y aquí si, la calamidad es integral, todos quebrando impunemente banquetas, camellones, atravesados en la avenida hasta por largos minutos, repercutiendo el atasco en otras áreas de la ciudad sin restricción ninguna a pesar de ser zona urbana y cultural, claro, llena de estanquillos de comida y residuos de aguas negras, que antes fueron de horchata.
Este ejemplo se replica en diversas zonas de la capital agregando la “estacionadera” indiscriminada de autobuses de transporte de personal en las calles, otro caso de desorden, porque la mayoría lo hacen en zonas habitacionales, afuera de la casa del chofer o donde alguien les venda agua para lavarlo, pero siempre ahorrándose el estacionamiento; se agrava también por el paso forzado y rallando coches, de los azules, verdes, rojos o rutas, cuando por alguna fiesta popular, accidente vehicular o por acortar camino y ganarle al otro, se desvían a calles angostas de colonias y barrios; al desorden se suman los taxis que se detienen sin importarles obstruir, aguantando las refrescadas, en tanto llega pasaje o sale de la casa quien lo solicitó.
Los directamente afectados son los usuarios del transporte que esperan a la intemperie, sin seguridad de horario ni de que el camión se detenga para que lo aborden, ni de que vaya cómodo, ni de que no se ensucie sentándose en un chicle o en una escupitina, ni de que lo bajen donde solicita la parada, ni de que lo deje a medio camino, porque por muy chinos que sean se descomponen a cada rato, ni de que el aparato lector de la tarjeta sirva o le baje de golpe todo su dinero, ni de que acabe colgando de la puerta o le metan mano aprovechando la bola.
Los indirectamente afectados, son los transeúntes bañados en humo o pestilencia de gas que arrojan los que ya están carcachas, que son muchos; los que están en riesgo de ser atrapados por uno de tantos que se pasan los altos, que abandonan su carril para rebasar o simplemente porque el chofer va hablando por celular y hasta texteando; quizá nunca se tenga un cálculo de todos los indirectamente afectados por el caos vehicular que ocasionan, por el deterioro causado a banquetas, postes, cableado, registros y hasta rejas de ventanas por su impertinencia de querer pasar al mismo tiempo y por los gastos ocasionados a quienes, con el tiempo encima por la larga espera, tienen que pagar otro tipo de transporte o perder el día de trabajo.
Por esto y más, él problema del transporte colectivo es grave y no se arregla con la idea peregrina de hacer paraderos que no se usan, ni de llenar las paradas con agentes de vialidad, ni de pintar las unidades otra vez, su complejidad requiere atención integral; fácil de escribir, difícil de entender y casi imposible de aplicar Al tiempo.