Si bien la democracia sigue funcionando en la mayoría de países de occidente, no se puede soslayar que cada vez hay más razones para dudar de su eficacia para conducir a las naciones por rutas seguras.
La falta de resultados de los gobiernos surgidos de procesos democráticos insta a las nuevas generaciones de electores a desconfiar y optar por opciones nuevas.
La reciente investigación publicada por Latinobarómetro, que mide el estado de la democracia en 17 países de América Latina, arroja datos preocupantes por un crecimiento del apoyo a gobiernos ultra liberales o autoritarios, que si bien llegan al poder por procesos democráticos, destruyen la institucionalidad para imponer sus creencias. El barómetro de confianza Edelman arroja también que en 7 de cada diez países del mundo hay desconfianza en la política tradicional, en los gobiernos y en los medios de comunicación.
Por ello se explica el surgimiento de figuras inesperadas, sin muchas credenciales políticas, pero firmemente asentados en el descontento popular, en la explotación de las inconformidades. En Ecuador Daniel Noboa, un joven de 35 años, con nacionalidad norteamericana, que antes de los debates tenía preferencias de un dígito, llega a la segunda vuelta electoral con muchas posibilidades de derrotar a Luisa González de la corriente del expresidente Rafael Correa.
En Guatemala, Bernardo Arévalo, en los últimos lugares de las encuestas en marzo, se quedó con el segundo lugar en la primera vuelta de Junio y obtuvo la presidencia con el 61% de los votos en Agosto. Y en Argentina, Javier Milei, considerado un rock star de la política, montado en un discurso radical, sin que nadie lo viera venir, logró imponerse en la primera vuelta obligatoria y mandó al tercer lugar al candidato del bloque peronista y oficialista Sergio Massa, imponiéndose también sobre el partido Propuesta Republicana del ex presidente Macri.
En México, una senadora que aspiraba a competir por la gubernatura de la Ciudad de México, de repente surgió como opción para derrotar al oficialismo de Morena en la elección presidencial y compite ahora contra una representante de la más ortodoxa práctica política priista.
El común denominador de estas irrupciones es la capitalización del descontento con la clase gobernante y con los partidos políticos, la exacerbación del humor social como palanca para ascender al poder y la gente responde.
En México, medio país considera que vamos mal, y otra mitad sigue apoyando al régimen al que la ley y las instituciones le valen un carajo. Las elecciones de 2024 habrán de reflejar la polarización existente.
La tendencia en Latinoamérica no parece favorecer al oficialismo, siempre y cuando el proceso se lleve en la normalidad democrática y no se intente una elección de estado, como puede intuirse por las acciones y declaraciones presidenciales. Las encuestas, como en Ecuador, Guatemala y Argentina pueden fallar, y entre indecisos y quienes no declaran opinión revertir mediciones actuales e irrumpir con una candidata inesperada. Ambas cartas de la oposición lo son, nadie esperaba el crecimiento de Xóchitl Gálvez y nadie esperaba que Beatriz Paredes le compitiera, pero ambas, con sus virtudes y defectos pueden hacer la diferencia en un proceso dominado mediáticamente hasta hoy por el oficialismo.
Un factor importante en esta coyuntura será el comportamiento de la masa electoral de los jóvenes. Más de un tercio de la lista nominal de electores, 39 millones 444,489 son jóvenes entre 20 y 39 años. En el estudio de Latinobarómetro, este segmento muestra una severa desconfianza en la democracia como medio para obtener sus satisfactores.
La democracia les es indiferente y lo que habrá de moverlos es la capacidad de darles lo que necesitan. Es evidente que el presente régimen no ha sido un punto de inflexión para ellos pues la desconfianza se acrecentó precisamente en este periodo gubernamental y por ello, el reto de un candidato disruptivo, como lo están siendo los sudamericanos, será el vencer la indiferencia de éste segmento e involucrarlos en la decisión de su futuro.
En la creciente indiferencia e inconformidad del electorado se encuentra la raíz de la recesión democrática que estamos viviendo, que explica a la vez el surgimiento de liderazgos carismáticos que son, un salto a la esperanza más que a la certidumbre y la confianza.
México tiene años moviéndose al ritmo del péndulo sexenal y la alternancia en el poder no demostró ser garantía de resultados. Hoy, es tiempo para recuperar la confianza de la ciudadanía y restablecer la confianza en la democracia, demostrando que partidos y sociedad pueden marchar unidos consolidando un gobierno para todos, sin intereses sectarios ni dogmas ideológicos.
No importa si este viene de la mano de una candidatura carismática, o si llega tras el huipil de una mujer progresista con carrera política acreditada, si quien resulte demuestra madurez, convicción y visión de estado. Lo importante es preservar nuestra democracia y asegurar el futuro de la sociedad en todos sus estratos.