Una percepción generalizada de los queretanos hacia su entorno es la desconfianza, esa intuición o previsión que deja la experiencia de sentirse defraudados, otra y otra vez. La larga lista de quienes han perdido credibilidad la encabezan políticos y funcionarios de gobierno, y de ahí para abajo, casi nadie escapa de no creerle.
Se desconfía cuando hablan de obras innecesarias como puentes, segundos pisos, carriles confinados; de las amañadas decisiones de levantar calles cubiertas con adoquines centenarios de los bancos de cantera de La Cañada o calles empedradas de piedra bola de río, para cubrirlas de cemento que se cuartea cuando ni siquiera han pasado autos sobre ella y luego la remiendan con grapas o sustituyen con cantera chafa, quebradiza también a la primera, traída de quien sabe que otro estado porque a los proveedores locales les deben y estos ya no les fían; el material levantado, el resistente muchas veces llega a residencias de particulares, quién sabe si vendido, regalado o intercambiado por otros favores, estos y otros misterios del negocio de las obras mal hechas quedarán en secreto, hasta nuevo aviso. Se desconfía cuando “le sacan” a tomar soluciones necesarias, cómo cancelar concesiones de transporte colectivo y sustituirlo con rutas de entronque, trolebuses o trenes eléctricos, o lo que sea moderno, funcional y barato para el consumidor, porque barato para el empresario siempre ha sido o evaden cancelar empresas bien identificadas, altamente contaminantes del aire o del agua.
Para arreglar el sempiterno problema del transporte colectivo, se duda de las decisiones que tomará el nuevo prócer que se sube a los camiones, dice que a platicar con los usuarios, evidenciando no saber del tema, que aunque sea, hubiera revisado entre que le avisaban y le tomaban la protesta.
Se desconfía de la llevada y traída ley de aguas mediante la que se quiere legalizar la venta del vital líquido a unos listillos para que la revendan a su antojo, no se les cree que digan que no es ley, que no habla de eso, que solamente es para regular a los que ya la venden, tampoco se le cree al director de la CEA que dice desconocer el asunto y no puede opinar porque es respetuoso del legislativo. Todo lo relacionado con el agua motiva desconfianza: su potabilidad, la carencia constante, el cobro del servicio y consumo súper inflados por aire que llevan las tuberías y mueven el medidor a toda velocidad, de su justificación al cobro desmedido, “son ajustes trimestrales” dicen, del abuso mayúsculo en los montos de contratos domésticos aunque sea para un jacal o comerciales, aunque el changarro por abrir venda diademas y pulseras y no agua; se desconfía cuando los empleados se llevan tubos y material de fontanería nuevos, que solicitan y condicionan al usuario tener para instalar las tomas de agua, colocando el material que ellos ya traían en la batea de su camioneta; se desconfía de la calidad del agua por el salitre que arrastra acortando la vida de filtros y grifos caseros y por supuesto se desconfía del agua de garrafón de dudosa procedencia.
De los políticos que ya salen a abrazar señoras y besar la frente de viejitas, no sólo se duda sino se les aborrece por querer apartar el lugar para otro puestecito, de esos que dejan más, que trabajar en “sus” empresas.
Ya no cree uno ni en las “marías” a quienes, cual si fueran mercancía, bajan de camionetas y en un rinconcito se ponen las faldas y cuelgan el morral, igual que se distribuyen los niños pordioseros, los hombres lisiados, las mujeres con ropa desgarrada y hasta los niños de pecho. Nos defraudan con tortillas que saben y parecen de cartón comprimido, degradación permitida para abrir paso a la nueva industria de la tortilla hecha a mano que ya se vende hasta en tiendas de autoservicio y que duplica el precio al de por sí elevado costo de las feas de máquina.
En fin, inspiran desconfianza los hospitales privados que inflan sus costos de honorarios y medicamentos, de los médicos que ordenan estudios y medicina costosa, solo para “descartar” enfermedades inexistentes. Igual que se desconfía de los pollitos pintados, los pájaros saltarines, de las plantas con retoño que resultan ser varas clavadas en tierra, de la carne molida alterada con hueso finamente molido, del huevo con clara acuosa, casi inservible; de los litros incompletos de gasolina, de la gasolina adulterada, de los mecánicos mañosos que transan con refacciones usadas e incompetencia disfrazada de verborrea mareadora, de vendedores de “ofertas calientes” que estafan con celulares, venta de autos, casas o terrenos en “subasta bancaria”; de quienes dan cambios incompletos y no sabemos si es para la alcancía de la empleada o para los dueños de tiendas, muy gigantes y transnacionales pero que se quedan a fuerza y hágale como quiera, con los veinte o cincuenta centavos de cambio. Ya no hay a quien creerle, ni a los panaderos cuyos bolillos son para apedrearse, ni a las noticias que resultan falsas, ni al que compra el fierro viejo que al final no paga… ni, ni, Al tiempo.