Si alguien que ignora la realidad y el contexto mexicano escucha al presidente Andrés Manuel López Obrador, la impresión que deja es que su gobierno es débil, está siendo atacado, y lucha denodadamente para evitar su colapso y derrota ante la oposición conservadora, que, según sus afirmaciones, conspiró con Estados Unidos, cárteles de la droga, intereses económicos y medios de comunicación. Serían condiciones como ha dicho de Perú y Brasil recientemente, donde la violencia buscó quebrar las instituciones y cambiar las cosas por la fuerza. Pero no lo son.
La gran conspiración de la oposición, con ramificaciones multinacionales, para crear las condiciones de inestabilidad necesarias para tengan éxito los intentos desestabilizadores en su contra, tiene su mundo únicamente en la irrealidad que se vive en Palacio Nacional, donde todo es de saliva y especulación, sin prueba alguna que sustente sus dichos. Sin embargo, el llamado a la acción es real y en las condiciones borderline a donde lleva su discurso maniqueo, puede haber consecuencias que lamentar.
En el mundo de López Obrador, las fallas en el Metro de la Ciudad de México son sabotajes, que si vemos la frecuencia de ellas en el último mes, lo que estaríamos viendo son actos terroristas. ¿De verdad? De verdad. “¿No ven que estamos enfrentando la parte más radical de la ultraderecha que encabeza Claudio X. González?”, dijo un colaborador cercano a la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum. López Obrador ha sido exitoso en chuparle el cerebro hasta a los más preparados, y construir un clima de opinión pública para que no haya un escándalo por el desplazamiento de seis mil guardias nacionales al sistema de transporte colectivo. Los saboteadores (o sea, terroristas) están al acecho, asegura, pero los militares ya entraron a cuidar a la población.
No sólo ellos están atacando, según el discurso presidencial. Hay un grupo subversivo, probablemente manejado por el conservadurismo, dijo el presidente, que está detrás del atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva para desestabilizarlo a él y a su gobierno, aunque no hay ningún dato o indicio que apunte en ese sentido, salvo una información reciente que le entregaron sobre la probable autoría intelectual del asesinato fallido, pero de un militante distinguido de Morena. Conociendo el nombre del presunto autor intelectual, uno puede concluir que es un disparate. Pero es tan débil esa pretendida hipótesis, como la afirmación del presidente, que identificó a los presuntos responsables del atentado sin saber el móvil.
Son también, en voz de sus asesores, los conservadores y opositores quienes están coludidos con el crimen organizado para que los cárteles de la droga se enfrenten en cruentas batallas y matanzas, no para conquistar plazas y territorios para fortalecer su negocio, sino para que se logre desestabilizar al presidente, y mediante la violencia lo desacrediten. Para evitarlo no hay respuesta alguna, salvo seguir regalándoles territorio porque el presidente insiste en no combatir a nadie sino abrazar a todos, lo que sería un suicidio si en verdad lo que expresa tuviera algún asidero a la verdad.
No deja de llamar la atención la proyección de esta línea de pensamiento de algunos de sus cercanos que sí participaron en actos terroristas al acompañar la irrupción del EZLN hace casi 30 años, y participaron en el intento por quemar las puertas centrales de Palacio Nacional en 2014, y defendieron criminales disfrazados de guerrilleros que se vincularon con cárteles de la droga para ganar elecciones y co-gobernar con la delincuencia organizada. Pero eso era antes, cuando parecería que el fin justificaba los medios y sus acciones eran buenas porque enfrentaban a los malos. Hoy, cuando los opositores de antaño son gobierno y viceversa, lo que fue legítimo es hoy un ataque contra López Obrador.
Es la conspiración global la que quiere evitar que López Obrador avance en la cuarta transformación del país, que hasta hoy carece de contenido, pero que están trabajando en Palacio Nacional para dotarla de gravitas y quitarle lo hueco, a través de discursos y de una serie de libros comisionados a 20 académicos reclutados por sus cercanos, para que su proyecto pueda tener la trascendencia que desea.
Lo requiere urgentemente para seguir engañando con palabras, porque hasta hoy, en términos de resultados, su gobierno es un fracaso en prácticamente todos los rubros. Frente a esto, qué mejor que la victimización y responsabilizar al pasado y a los saboteadores financieros por el mundo de la ineficiencia e incompetencia de su gestión. Como carece de sentido autocrítico, no se ve a sí mismo, y culpa otros de que las cosas no salgan como las piensa. Hay quien cree que López Obrador sí está consciente de que su gobierno no funciona, y hay quien opina que está convencido de lo que dice públicamente. Funcionarios federales dicen que cada vez más, lo que dice el presidente en público lo dice en privado, y cada vez escucha menos a quienes tratan de ubicarlo en la tierra.
Sí cree, por ejemplo, que hay actos de sabotaje en el Metro, y que el atentado a Gómez Leyva fue para desestabilizarlo—inclusive, eso le dijo a su consejero y jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, cuando le informó del atentado. Está convencido que hay grupos de presión que quieren descarrilar su gobierno, y que como a Salvador Allende en Chile en 1973 está en marcha un golpe de Estado.
Ciertamente es delirante como piensa López Obrador, sus diagnósticos y conclusiones, pero es la realidad en la que nos tiene metidos a todos con su narrativa. Son los molinos de viento del quijote del trópico, con enemigos inmersos en conspiraciones imaginarias, pero que no combate más que de palabra. Pero démosle el beneficio de la duda y pedirle que hable menos y actúe más para investigar y descubrir a quienes quiere desestabilizarlo, y que persiga a los terroristas y a los subversivos, para llevarlos a la justicia. Así callará la boca a quienes pensamos que todo esto es un invento que su cabeza convirtió en realidad.