Ayer, a pesar de lo especial de la fecha, de la fiesta terminal del primer piso de la Cuarta Transformación, y los discursos y los aplausos y el fervor morenista en todo su esplendor, el sol, salió por el oriente a las 07.22 y se ocultó a las 19.49.
El próximo primero de octubre, cuando el mando cambie, la luz solar llegará a nosotros, a las 07.26 horas.
Nada para conmover a los astros.
Lejanos aquellos días del Informe (así, en contundente artículo determinado único en sju género, EL informe), como fecha sagrada, picaporte a la historia, oportunidad para mirar a la patria de hinojos frente al soberano en la Cámara de Diputados en el enrevesado día presidencial cuando debía serlo del Congreso frente a cuya soberanía (hoy desaparecida de plano), el Ejecutivo informaba, se exaltaba a sí mismo y rendía cuentas aunque a la larga se convirtieran en los cuentos del exagerado culto a la personalidad, tanto como para suprimir hasta la presencia del ejecutivo en su propio Informe y sustituir su augusta persona, alejada del irrespeto de osados opositores, por un emisario paquetero –el secretario de Gobernación en turno– desde los tiempos remotos de Vicente Fox, en un ritual deslavado y sin importancia, en el sencillo de “ai le manda mi jefe a ver si me hace favor de recibirlo y muchas gracias, señora, porque así más o menos le dijo Luisa María Alcalde (con todo el empalagoso lenguaje oficial de un innecesario discurso terminado como si ya fuera presidenta del Partido, con el reiterativo y ya manido mantra “es un honor… ”), a la presidenta del H. Congreso de la Unión, doña Ifi, como le dicen sus cercanos a la señora Doña Ifigenia Martínez presidenta de la Asamblea quien dentro de un mes le pedirá a Don Andrés Manuel, si por favorcito me pasa su banda porque se la voy a entregar a la señora Doña Claudia aquí presente por ventura de Dios.
Pero como eso no sucede todavía y la verdadera fiesta cívica y política y el verdadero templo de la grandeza de nuestro señor presidente, Gran Timonel y sol de Nuestros Corazones, Rayo de Esperanza, consuelo de los que sufren y adoración de la gente fue en el Zócalo, su Zócalo, allá se fueron los ojos no sólo de los jubilosos asistentes sino de atentos cronistas quienes agotaron todos los adjetivos superlativos del diccionario porque toda grandilocuencia es poca para la majestad a punto del retiro selvático lacandón con el cual ha ofrecido terminar sus días (ojalá le queden muchísimos por delante para bien de la patria tan necesitada de su genio e ingenio), dedicado al estudio, la escritura, la historia y el ensayo casi académico, pues nuestro insustituible señor presidente quien es –como ha dicho con indiscutible precisión nuestra futura titular del Ejecutivo (el masculino es del poder; no quien lo recibe), la señora Claudia Sheinbaum– , el mejor mandatario que hemos tenido, aunque el modesto hombre de Tabasco nos recuerde una y otra vez: el mayor fue y seguirá siendo Don Benito.
Nunca dijo, después yo, pero para eso está el coro interminable de sus devotos, correligionarios, seguidores, apóstoles y aves canoras de distintas dimensiones y plumajes, de los muy cultos como PIT2 o Pimenio hasta los rústicos moleculares, yutuberos y otros asaz insignificantes.
La Cámara de Diputados, sometida a los afeites anuales con cuyo maquillaje se oculta parcialmente la vejez del edificio sometido a hundimientos, incendios y terremotos, rodeado de tugurios de pésimo urbanismo, amaneció ayer con el trajín de los ayudantes, agentes, inspectores de Protección Civil, “orejas” de Gobernación, del CISEN y cuanto hay. –hasta binomios caninos se vieron–, no porque hubiera riesgo alguno (como concierto de Taylor Swift en Austria) sino porque estas personas deben desempeñar sus labores haya o no haya emergencias, ni modo mutilarles la oportunidad de sentirse importantes ahora cuando se instala el Primer Congreso Morenista Plebeyo (Noroña Dixit), Paritario, Feminista, Incluyente; no racista, ni Clasista; la histórica LXVI Legislatura (ahora todo resulta histórico; pronto será histérico), con la aplastante mayoría decidida por el sabio pueblo mexicano quien les ha dado la aplanadora y el sendero para pisar y apisonar, para satisfacer la sevicia con elk grito dirigido a la oposición, “quieren llorar, quieren llorar”, porque ahora se trata de culminar las reformas del saliente –no importan los dichos de juecesillos valientes, tunantes, bergantes–, para tranqulidad de la entrante quien –por cierto– nunca estuvo en el mismo palco donde Miguel de la Madrid hizo el entripado al conocer con sobresalto y sorpresa la gran patada de ahogado de López Portillo quien estatizó la banca en tiempo muy lejano, pero sí se sopló con estoicismo y camaradería la verborrea del discurso decenas de veces repetido, lleno de anécdotas de historia patria como de almanaque en el pletórico Zócalo, impecable en su hermoso vestido azul y su sonrisa de hielo, contenta cuando las mujeres de la IV-T (hasta la siempre guapa Layda Sansores, la poetisa campechana) y algunas más favorecidas con gobiernos estatales, como Rocío Nahle, (“la refinadora”) o Delfina Gómez, la mujer que ama a los perros le piden “selfies”, como también se lo solicita el futuro director del ISSSTE, su sucesor en el gobierno de la CDMX, Martí Batres, hermano de la ministra del pueblo.
Y nada más porque de eso se encargan otros en esta edición.
Pero ayer el edificio de San Lázaro se levantó todo guinda. Rebosante de felicidad.
Hace algunos años, cuando Porfirio Muñoz Ledo rompió la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional y presidió la sesión de Congreso General y le sacó el fuete a Ernesto Zedillo, este cronista le dijo:
–Te tardaste 20 años en subir ahí (junto al tintero porfirista de Domitilo Margarito Pérez, platero zacatecano), y van a pasar 20 más para que te bajen.
No lo bajaron a él, pero cuando –21 años después– le entregó la banda presidencial a López Obrador, transfigurado, dijo, en un Cristo laico (como ahora hará doña Ifi con –debemos repetirlo todo el sexenio–, la primera mujer en en el cargo mayor en toda la historia nacional–) la profecía se sigue cumpliendo. Y todavía faltan otros tantos lustros, decenios o sexenios, ya verán.
Mira, dice alguien, cuando marchoso avanza pleno de ufanía parlamentaria y sonrisas de orgullo sin disimulo, el presidente de la mesa directiva del Senado de la República don Gerardo Fernández Noroña, (ai’ nomás p’al gasto, mi buen, dijo al estrenar el cargo), el campeón de la sartoría encarnada (mi solapa, aunque plebeya también tiñe de rojo), quien nos prueba con su atuendo cómo es posible transitar a Cochabamba sin conocer Saville Row. Sólo le faltó el bombín de los indígenas de Santa Cruz.
Es la fiesta de la izquierda –o como sea–, a la cual no parecen bienvenidos ni Ricardo Anaya con su paso apresurado y su sonrisa forzada y nerviosa, ni tampoco el diminutivo Alito Moreno, en pleno reparto de sonrisas como anuncio perdurable de pasta dentífrica o el escurridizo –en varios sentidos–, Javier Corral.
Pero aun así todos hacen como si les diera orgullo escuchar y murmurar o de plano gritar a todo pulmón las arcaicas estrofas belicistas y teológicas del Himno Nacional, con la espada, el bridón; el dedo de Dios y el extraño enemigo, y no falta quien. corone la tarde con el consabido grito de probar el honor y estar con Obrador, al fin ya mero se marcha a donde todos sabemos.
No hubo en la calle problemas mayores ni antes ni despúés. Antes porque solo había cuatro orates pidiendo la semana de 40 hoas y después porque los cielos del diluvio cayeron sobre la aburrida ciudad.
Nadie atacó el edificio, nadie soltó un camión en llamas ni metió solípedos a la Cámara, como antes. Quienes podían hacerlo hoy se sientan en muelle sillón bajo la constelación de leds cuya iridiscente luminosidad (como vitrina de panadería), hace olvidar al enorme y bello candil en el amplio salón donde se han escrito tantos episodios políticos, algunos, como el de ayer, para el rubor patricio.