Veo las cartas estadísticas.
De entrada, no me dejaré llevar por ellas para orientar mis decisiones, ni en lo electoral ni en lo presente, pero es impresión generalizada cómo el levantamiento de datos derivados de preguntas e inquisiciones comedidas induce la forma de pensar y actuar de muchas, muchísimas personas.
La voz de las mayorías o de la mayoría para ser exacto, no siempre es la voz de la razón.
Alguna vez he comentado cómo un cartelista estadunidense echó abajo aquella frase tan usada en la política (y la mercadotecnia) : tantos millones de personas no pueden estar equivocadas.
El ingenioso detractor de la voz manadera tomó la fotografía de una gigantesca boñiga de vaca desparramada en medio de una carretera, sobre la cual volaba un enjambre de moscas. Y repitió la frase de la persuasión.
Tantos millones ni pueden estar equivocados: y la imagen de la majada lo decía todo.
Por una extraña asociación recuerdo ese cartel cada y cuando leo las preferencias sociales mexicanas en torno de Morena. Recuerdo a las moscas. Nada más a los insectos.
Y no puedo hallar otra explicación más allá del simbolismo totémico en el cual hemos vivido durante siglos. Es más, los mexicanos no aceptamos la realidad tal cual. Necesitamos interpretarla –para suponer su comprensión–, a través del prisma de una mitología. En ese sentido somos seres mitológicos.
Por ejemplo, la conmemoración. De un aniversario más de la expropiación petrolera. El mito nos dice: con aquella gesta nacionalista, recuperamos el petróleo. Mentira. El recurso ya era de la Nación.
Como país nos adjudicamos activos industriales; fierros, pues, instalaciones extractivas o de procesamiento y refinación. Nada más.
Por cierto, una de esas refinerías, la de Tampico-Madero, funciona desde 1904. Hoy es una carcacha deficitaria (como las de Salinas Cruz y Minatitlán). A este respecto nos dice Francisco Barnés de Castro sobre el sistema de refinación de PEMEX, la única petrolera del mundo en perpetua agonía financiera y contable:
“…La mayoría de las plantas que integran estas seis refinerías fueron diseñadas hace más de cincuenta años, con base en tecnología de aquella época y con criterios de diseño fuertemente condicionados por los bajos precios de energía y los muy altos costos de capital que prevalecían en aquellos años, que llevan a sacrificar eficiencia para reducir los costos de inversión, por lo que, desde un inicio, nuestras refinerías tenían un rendimiento de productos de mayor valor, un nivel de eficiencia en el consumo de energía y un nivel de integración significativamente menores que las refinerías de la costa del Golfo de los Estados Unidos, con las que compiten.
“Mientras que las refinerías de la costa del Golfo de los Estados Unidos, se fueron modernizando a lo largo de estos años, las nuestras, siempre sujetas a restricciones presupuestales, se fueron quedando rezagadas, con excepción de algunas plantas de proceso que se adicionaron a lo largo de los años para mejorar la calidad de los combustibles y algunas limitadas modernizaciones en las refinerías de Tula, Madero y Cadereyta y, más recientemente, con la adición de un nuevo tren de refinación en Minatitlán…”
Se fueron quedando rezagadas, Nos dice, pero aquellas, modernizadas en otros rumbos del mundo, no tienen bustos del general Cárdenas –nuestro tótem–, en cada pasillo. No tienen orgullo nacional. No son como nosotros, libres y soberanos, aunque debamos hasta la camisa.
–Señor presidente, tenemos 200 mil desaparecidos.
–¿Es lo menos?
“Primero me corren la señora esa de la comisión de búsqueda y luego me acomodan las cifras.
¡Maravilla!, ya nomás tenemos cien mil, desaparecidos y casi todos por deseo personal. Se fueron porque ya no aguantaban a la suegra.
Así somos, ajustamos la realidad a nuestra mitología, en lugar de pensar de acuerdo con la realidad y transformarla. Pero eso no tiene mérito. Lo hacen hasta en Dinamarca.