Fiel a su costumbre de adaptar las palabras en el sentido contario de su significado, el presidente de la República ha decidido intervenir en los asuntos peruanos, bajo la premisa de evitar la intervención de otros como garantía de cuidado de la soberanía extranjera.
Es una forma alambicada de repetir el caso Evo Morales, de quien México se erigió en cuidador para –con ayuda de Cuba, y Argentina–, reconstruir su Movimiento al Socialismo y regresar al poder boliviano a través de un títere, como sucede también en Buenos Aires con el post kirscherismo.
Es un verdadero galimatías esta forma contradictoria de la solidaridad convertida en intervención directa, pero frente a la grotesca elección hecha en el sur americano de un presidente cuyo deterioro se presentó apenas terminados los aromas del estreno, el gobierno mexicano se convierte en la presencia tutelar de un fracaso prematuro.
El presidente peruano, Pedro Castillo, es apenas un castillo de arena.
No ha servido para nada y sus conciudadanos lo soportan poco. Lo grave es darse cuenta de algo, si hubiera ganado Keiko Fujimori, el desencanto, el desorden y la ineptitud también estarían en Lima. La respuesta no ha llegado: ¿en que momento se jodió el Perú?
En cualquiera.
Pero don Pedro recita “México, creo en ti”. Y clama por ayuda.
“…aprovecho para decirles que fue el secretario de Hacienda a Perú a apoyar en lo que podamos al gobierno del Perú, que está atravesando por una situación difícil.
“Ahí hay algo que vale la pena comentarlo, porque no sólo es el Perú.
“Durante el periodo neoliberal los dueños del mundo —porque esto no es espontáneo, no es casual— fueron creando sistemas de gobierno para que no pudiera llegar un líder popular a gobernar y que si llegaba un líder popular lo pudieran rodear y tenerlo atado…
“…Llama la atención que, en Perú, por ejemplo, con el 20 por ciento de los votos del Congreso, 20 por ciento, se acepta una solicitud para remoción del presidente y con el 40 por ciento se quita al presidente, ni siquiera es el 50 más uno; entonces, le iniciaron al mes al presidente Castillo, los adversarios, un procedimiento para destituirlo…
“…Pero imagínense esta situación de un conservadurismo, bueno, apoyado hasta por Vargas Llosa, pero (es) una cosa irracional.
“Entonces, nos pidió apoyo el presidente, porque toda una campaña en contra mediática; además, alentada, aparejada de la inflación, que está afectando a nivel mundial… y fue el secretario de Hacienda, la subsecretaria de Bienestar y la encargada de proyectos de apoyo a países extranjeros de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
“Tenemos que ayudar a los pueblos hermanos, porque esto no es sólo apoyar a un presidente surgido de un movimiento popular…”.
Pwero después viene la gran defensa continental del sombrero. El sombrero como símbolo de dognidad indígena, de triunfo popular…
“Me dice, cuando hablamos:
“…Me querían quitar el sombrero, que yo no entrara al Palacio o a la Cámara de Diputados con sombrero’ y les dije:
–No, voy a entrar con sombrero. Y hubo un intento para quitarme el sombrero y le digo:
“–Si me quitas el sombrero, como yo soy la autoridad, soy el presidente, te voy a sancionar y —dice— ya no se atrevieron; pero ¿qué cree que me hacen en Lima?
–“ Cuando voy caminando, los pitucos —ya tenía tiempo que no escuchaba yo ese término, pituco o pituca, que es como los fifís, el equivalente— paso y se tapan la nariz.’
“Le digo:
“De eso no te preocupes, tú eres un dirigente surgido del pueblo, con mucho orgullo y a lo mejor te va a servir el que yo te cuente que el mejor presidente de México era un indígena zapoteco, Benito Juárez, y las pitucas de su tiempo cuando iban al baño decían: Voy al Juárez”.
Mi reino por un sombrero…