Vivir, vivir muchos años, los más que se puedan y si se pueden más, mejor. Para realizar este objetivo generalizado en todo el mundo, la primera condición es estar sano. Las sociedades primitivas recurrían a actos mágicos para gozar de buena salud, como colocar, durante unos días, el diente que el niño mudó, en el escondite del ratón y después colgarlo al cuello del menor esperando que el roedor le transmitiera dientes sólidos y parejos en su nueva dentadura; a los adultos que dieran muestras de alteraciones mentales, considerándolos poseídos por algún ser maligno, se les enterraba hasta el cuello para purificarlos, entre otros “remedios” más terribles, que podían hasta causarles la muerte.
Derivado de la inspección profunda de cadáveres y de larguísimos periodos de observación, hoy disfrutamos de los beneficios de la medicina y sobre todo, de la alentadora presencia de un médico; hombre o mujer, joven o viejo, los doctores en medicina son en la sociedad, el termómetro que indica su avance o retroceso, su evolución o estancamiento.
La pandemia padecida en los dos últimos años ha evidenciado la vital importancia de su actividad. Como nunca, han sido requeridos con tanta premura, pero igual que en todos los temas, entre los médicos hay de todo también.
Para atender a los enfermos que por cualquier causa tuvieron que padecer los estragos del virus en su casa, hubo médicos se negaban a visitarlos por temor a contagiarse; otros, que por una consulta en videollamada cobraban entre mil y dos mil pesos. Algunos que sí aceptaban ir a casa de los enfermos, cobrando también unos dos mil pesos, en ocasiones ofreciendo en renta los concentradores de oxígeno a precio de oro, aunque, como garbanzo de a libra, por lo menos uno que conocí, cobraba cien pesos por visita incluyendo la inyectada o puesta de suero, prestaba el concentrador de oxígeno y hasta se quedaba vigilando al enfermo a que pasara las horas pico de gravedad.
Otros médicos, la gran mayoría, que no son de consultorio, ni de cincuenta ni de mil pesos la consulta, sino integrados al sector salud con salarios de burócrata de escritorio, fueron quienes más padecieron la presión de trabajar bajo el riesgo inminente del contagio, diariamente, a horas y deshoras, en hospitales con serias deficiencias en equipo, medicinas y materiales de curación; con los límites de ocupación rebasados, la angustia de los familiares de los enfermos sobre sus hombros y soportando a niveles inhumanos, la fatalidad de la muerte, sobretodo por el número tan elevado nunca antes visto. Algunos, doctores y doctoras decidieron dejar su hogar por unos meses a fin de no contagiar a sus familiares; hubo gobiernos que les habilitaron espacios para ese efecto; varios médicos gastaron en hoteles o en cuartuchos, para proteger a los suyos. La mayoría tuvo que apechugar el vivir con miedo y culpa al llegar a su casa. Muchas doctoras, dejaron a cargo de sus madres o familiares a sus hijos, a veces hasta recién nacidos, para no contagiarlos. Ante la avalancha de contagios y muertes, el temor de adquirirlo se hizo extensivo a toda la familia del personal de salud, médicos, enfermeras, técnicos y hasta administrativos; de todos ellos, muchos fallecieron víctimas de su vocación de servicio.
En estos días de entrega de reconocimientos de papel, no se aborda el incremento de salarios, al menos no de las proporciones con que la burocracia sexenal se adjudica, no como la de jueces y magistrados, no como la de diputados, nada que ver con lo que corresponda al trabajo y riesgo al que están expuestos los médicos y personal de salud. Tan insensible es la sociedad, que ya ve usted que hasta se tuvo que designar transporte especial para ellos, ya que algunos patanes, los humillaban y hasta los bajaban del transporte público o se los negaban, prueba de que hay gente ignorante, pero quién administra los dineros no debe ser insensible ni desconocedor de la situación del médico del sector público quien no es burócrata, ni empleado de escalafón, ni suertudo de sexenio, es nada menos que quien arriesga su vida para salvar la de todos y ciertamente no lo hace por un reconocimiento de papel. Al tiempo.