Ariel González
Probablemente desde el entierro de la pierna de Santa Anna en el cementerio de Santa Paula, o tal vez desde los impuestos por las ventanas y las ruedas de los coches que también se le ocurrieron al dictador decimonónico, la República no había vivido un momento tan grotesco e inverosímil como la instalación de una tómbola en el recinto legislativo para dar comienzo así a la instrumentación de la reforma judicial aprobada, no lo olvidemos, por una mayoría calificada obtenida grosera e inconstitucionalmente.
Explicarles este infame “sorteo” a los mexicanos del futuro –porque lo habrá y el presente pasará, señores diputados y senadores de Morena, y ustedes con él– será profundamente bochornoso. En resumen, diremos, se trató de un sucio procedimiento para despojar de sus plazas a cientos de magistrados y jueces que las ocupaban legítimamente. ¿El objetivo? Elegir “democráticamente” a incondicionales del poder político en turno (cuando no directamente del crimen organizado), echando por la borda los principios más elementales de la carrera judicial: formación, experiencia, méritos.
Se ha venido diciendo, correctamente, que todo esto significa una regresión. Algunos con gran optimismo señalan que volvemos a los años setenta, al régimen de partido único. Hay algo de eso, pero nos quedamos cortos: la verdad es que estamos yendo a un punto más lejano en nuestra historia. Incluso en la época de Echeverría o Díaz Ordaz existió una mayor institucionalidad y, formalmente, se la respetaba. Como quiera que sea, contábamos con el blindaje formal que nos daba la Constitución. La división de poderes, lo sé, no era real, la vida democrática era menos que precaria, pero ni a los autoritarios de entonces se les ocurrió tocar la Carta Magna para legalizar al régimen del partido único, poner al ejército en las calles o destruir los cimientos del Poder Judicial mediante una elección “democrática” y a partir de los designios de una tómbola.
Por supuesto que ya se ha perdido lo ganado en los últimos treinta años: el Instituto Nacional Electoral ha sido tomado y en lo sucesivo no conoceremos otra cosa que las elecciones de Estado; el resto de los organismos autónomos o de regulación, como el INAI, están en la picota o son simplemente ignorados mientras los comedidos legisladores de Morena los desaparecen; otros más, como la Comisión Nacional de Derechos humanos, son meros cascarones decorativos. Por cierto, entiendo que la existencia de la CNDH se consiente únicamente con el propósito de taparle el ojo al macho (no vayan a decir en otras latitudes que somos un país bárbaro donde la vida ni los derechos humanos valen nada), pero de hecho resulta absolutamente incongruente que esta Comisión (relevante en otros tiempos) sea sostenida y no se le aplique la austeridad republicana, cuando perfectamente la Secretaría de Gobernación o, mejor aún, la Secretaría de la Defensa, podrían hacerse cargo de este organismo en su estado actual. La señora Presidenta debería considerarlo usando un argumento tan sutil como el que empleó para señalar que “el INAI va a desparecer, pero no la transparencia”.
Ahora bien, lo que más llama la atención del proceso que vivimos es el contexto en que se está montando el “segundo piso” de la Cuarta Transformación. Por un lado, la reforma del Poder Judicial se lleva a cabo cuando tenemos el índice de impunidad, violencia y criminalidad más alto de nuestra historia. Nadie, ningún estudioso, experto o entendido en el tema, considera que esto cambiará por el hecho de que los jueces sean elegidos por la gente. Más bien, todos advierten el gravísimo riesgo de que no sólo los caciques políticos, sino directamente los criminales, impongan a sus jueces y magistrados, eso sí, muy populares, mientras las policías, guardia nacional, ministerios públicos y fiscalías siguen como si nada. De otra parte, los organismos de transparencia y regulación están por ser eliminados precisamente cuando estamos entre las naciones punteras en materia de corrupción y opacidad.
No parece importar a la Presidenta Sheinbaum ni a sus serviles legisladores que esto pueda entorpecer y tal vez hasta hacer imposible la renovación del T-MEC o que enrarezca más el ambiente para la llegada de capitales extranjeros. Si los de Morena fueran inversionistas, ¿se arriesgarían a llevar su dinero a un país donde los jueces electos responden al poder en turno y/o incluso a la delincuencia? ¿O uno en el que la inseguridad y la violencia campean, y donde las empresas del Estado compiten con reglas monopólicas? No lo creo.
La “insaculacion democrática” que presenciamos el pasado fin de semana es la estupidez más grande que se recuerde. El azar no es democrático., señores legisladores de Morena. Su mayoría calificada no es democrática, vaya, no siquiera es legal. Sus objetivos no son democráticos. El cambio que están operando es no sólo regresivo, sino perverso. El espectáculo que han montado con sus tómbolas es uno de los más degradantes que registre historia de México.
Una Presidenta que se jacta de ser científica ha ignorado lo que han dicho y advertido importantes juristas internacionales y expertos que miran con preocupación cómo se va a la basura el Poder Judicial. Esa fue su elección. Así, ha puesto en marcha un experimento autocrático que sólo puede tener consecuencias funestas para el país.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez