Ariel González
La propaganda de Morena durante la pasada campaña electoral por la Presidencia de la República hizo creer a millones de mexicanos que su candidata, hoy presidenta, era la mejor opción gracias, entre otros, a dos atributos: su condición de mujer y su formación científica.
Desde luego, no fueron estas características las que definieron el voto a su favor (si bien vestían bastante bien los apoyos sociales y las becas), pero de todas formas, al cabo de menos de 100 días de su gobierno, ya se sabe que con ella no sólo no llegaron “todas” (menos aún las mas invisibilizadas, como las madres buscadoras), sino que tampoco los científicos se convirtieron en los referentes del nuevo gobierno para la toma de decisiones sobre un sinfín de temas. Es decir, la primera mujer presidenta de nuestro país ignoró a todas las mujeres que no piensan y no actúan como ella; mientras que la científica siguió ignorando –como hizo su antecesor durante seis años– no sólo a los científicos sino en general a cualquier especialista y profesional que no piense según los parámetros intelectuales de la Cuarta Transformación (que son básicamente los de un credo de fanáticos y serviles).
Para quienes siguieron la actuación de la hoy Presidenta desde sus años como Jefa de Gobierno de la CDMX no hay sorpresa alguna, particularmente en lo que hace a la extraña relación que tiene nuestra científica en el poder con el conocimiento científica y sus certezas.
En 2020, por ejemplo, a pesar de que las autoridades sanitarias internacionales habían desaconsejado el uso de medicamentos sin evidencia científica de efectividad en pacientes enfermos de COVID, como la ivermectina, el gobierno capitalino “invirtió alrededor de 29.2 millones de pesos para adquirir 293,000 cajas de ivermectina, 100,000 de ácido acetilsalicílico y 93,000 de azitromicina (otro fármaco que no había probado efectividad para el tratamiento de COVID-19, aunque fue empleado solo en centros de salud y no repartido masivamente). Con ello, el gobierno capitalino armó cerca de medio millón de “Kits COVID” que fueron distribuidos entre al menos 200,000 personas, contagiadas por el nuevo coronavirus. Entre los Kits entregados por los servicios de salud pública de la ciudad de México, 196,000 contenían Ivermectina”.
Citando –como he hecho– el Informe de la Comisión Independiente de investigación sobre la pandemia de COVID-19 en México. Aprender para no repetir, coordinado por Jaime Sepúlveda, con la participación de investigadores y científicos como Sergio Aguayo, Julia Carabias, Julio Frenk y Antonio Lazcano (así como la investigación de Mariano Sánchez Talanquera y Ricardo Becerra Laguna, entre otros), no queda lugar para dudas sobre el manejo de la pandemia: muy lejos de seguir a los expertos y organismos internacionales, así como a los científicos más reconocidos en la matería, se optó por una gestión que ha sido calificada como criminal.
¿Cómo fue posible que llegáramos a tener el mayor número absoluto de defunciones por COVID-19 entre los trabajadores de la salud de todo el continente y que la zona centro del país, incluida la CDMX, encabezara la estadística de mortalidad en exceso? El Informe nos da la respuesta: “la gestión de la pandemia cobró la forma propia del gobierno de México, a saber: centralizadora, personalista, minimizada, cerrada a la deliberación, proclive a tomar medidas sobre la marcha y caracterizada por un notorio desdén hacia la ley, los funcionarios profesionales, las voces disidentes y el conocimiento científico”.
Lo anterior demuestra, por lo menos, que la trayectoria política de Claudia Sheinbaum y sus resultados divergen notablemente de su formación como científica. Ahora, frente a la derrota del gobierno en el panel de controversias donde se discutía la prohibición de México de importar maíz transgénico, asoma nuevamente el manejo charlatanesco, demagógico y patriotero de un tema que nunca debió admitir ninguna otra guía que la evidencia científica y la voz de los expertos comerciales.
De nada ha servido que formalmente el “segundo piso” de la Cuarta Transformación esté encabezado por una científica cuando esta, en lugar de atenerse a los hechos, se aferra a una batería de consignas ideológicas bastante predecibles y groseras: que si los transgénicos dañan la salud, que si van contra nuestras raíces indígenas y sus usos y costumbres, que si atentan contra las variedades originales del maíz mexicano, que si favorecen a la malévola empresa Monsanto…
¿Y qué decide hacer entonces nuestra presidenta científica? Prohibir la siembra del maíz transgénico para “darle la vuelta”, dice, al injusto fallo del panel del T-MEC. ¿Qué conseguirá con ello? Que los productores mexicanos de maíz se vean más desprotegidos frente a los productores de Estados Unidos y otros países, cuyos volúmenes de producción y precios más competitivos, como dicen todos los expertos, los pondrán en clara desventaja.
Queda claro, pues, que a nuestra científica gobernante no le gusta tomar en cuenta las evidencias científicas ni la perspectiva de los especialistas. Ha sido el capricho contra la razón, la charlatenería contra el método científico, la improvisación contra la planeación, el prejuicio ideológico contra los hechos, los que han “fundamentado” buena parte de su actuación política. Así las cosas, y a tono con el pensamiento mágico que rige en la 4T, se necesitará más que un milagro para hacer frente a los enormes desafíos que plantea el 2025.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez