Difícilmente algún mexicano podría estar en contra de las palabras de nuestro señor presidente en su bíblico pronunciamiento de ayer en contra de las leyes texanas (en proceso), para perseguir y deportar, a nuestros paisanos en esas tierras –paradójicamente mexicanas hace muchos años–, de manera atrabiliaria, pero legal.
Dijo el guía nacional:
“…Bueno, nada más decir que, desde luego, estamos en contra de esta ley draconiana, completamente opuesta, contraria a los derechos humanos, una ley deshumanizada por completo, anticristiana, injusta, violatoria de preceptos, de normas de la convivencia humana, no sólo del derecho internacional, sino hasta violatoria de la Biblia.
“Y esto lo digo porque quienes aplican estas medidas injustas, inhumanas, van a los templos. Se les olvida que en la Biblia se habla de tratar bien al forastero y, desde luego, del amor al prójimo. Son algunas autoridades muy hipócritas, toman protesta con la Biblia…”
Eso es una verdad de a kilo digna del respaldo colectivo sin cortapisas.
Pero otras partes de la perorata presidencial no son tan simples ni dignas de apoyo. Es más, suenan también muy anticristianas. Como estas:
“…Y no queremos adelantar lo que podríamos hacer en caso de que quieran en Texas, el gobernador y todos estos antiinmigrantes, antimexicanos, hacer si pretendieran deportar, por ejemplo, que no les corresponde. Nosotros no aceptaríamos deportaciones, de una vez lo adelanto, del gobierno de Texas y no nos vamos a quedar con los brazos cruzados. Esa es la respuesta, pero con más conocimiento del Derecho Internacional, con más diplomacia, va a haber una respuesta de la Secretaría de Relaciones Exteriores”.
Pues Relaciones Exteriores podrá decir cualquier cosa pero si por sus pistolas el gobierno tejano empuja a los mexicanos por el puente, ¿México los va a rechazar en su propia tierra? ¿Y la parábola del Hijo Pródigo?
Si el presidente exige, con resonancias bíblicas, con inspiración cristiana, la aceptación del forastero, ¿cómo entonces rechazaría a los deportados?
Pero ese es un asunto de larga atención.
Mientras tanto ayer, con toda la plana mayor de los cobradores de impuestos en el país, el presidente nos dio a conocer –angelicalmente–, la situación del litigio de Ricardo Salinas Pliego contra los publicanos (así se llamaba en la biblia a los recaudadores del impuesto romano).
Según las cuentas el empresario rejego (dijo un señor cuyo apellido Dagnino, en romano se pronuncia “Dañino”) le debe a las arcas nacionales 63 mil millones de pesos. Diez mil, de ellos se deben a créditos fiscales durante este gobierno, el cual los dejó acumular, pues pasó casi el sexenio para cobrar tan sonoro y mañanero estilo arcangélico.
“…Durante la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador el SAT ha emitido créditos fiscales por 10 mil millones de pesos, teniendo un adeudo de 63 mil millones de pesos. Eso es lo que tenemos al día de hoy…”
Cuando uno escucha semejantes cifras y sobre todo la “quita” sugerida por el presidente (8 mil millones) y rechazada por el moroso millonario quien usa como escudo su pantalla de televisión, se siente insecto vil porque le andan pisando los talones tras las cuentas alegres de una vieja tenencia.
Pero el rechazo de Salinas al “enjuague” (como se le llamaron en la mañanera) fue agua de mayo para nuestro líder quien de paso nos reveló la existencia de un ángel presidencial.
No lo imagino en nocturna oración diciendo, “…angelito de mi guarda, dulce compañía…”, pero esto dijo:
“…cuando él manda a decir que no quiere, yo digo:
“Pues Dios existe, sí; me protege mi ángel de la guarda.
“Porque imagínense si acepta, Álvaro (puso como ejemplo) podía imaginar cualquier cosa; pero a él le generaría dudas, pero a mis adversarios, a sus amigos de Ricardo Salinas, de sus amigos de clase, no de escuela, sino de clase social: ‘¿Qué pasó ahí?’
De veras, ¿Qué pasó?