La IX Cumbre de las Américas, marcada por el veto de EE.UU. a Cuba, Nicaragua y Venezuela, ha puesto de manifiesto las grandes diferencias que sufre el continente en materia de integración estratégica y multilateral, aunque logró rubricar algunos acuerdos necesarios en materia migratoria.
El encuentro hemisférico, que se celebra cada tres o cuatro años, estuvo empañado por la exclusión de esos tres países por ser considerados antidemocráticos por el Gobierno estadounidense, anfitrión de la cita, pero esa decisión provocó numerosas críticas entre los líderes presentes, y además otras ausencias, como las de los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador; Honduras, Xiomara Castro, y Bolivia, Luis Arce, quienes declinaron la invitación en protesta por la decisión estadounidense.
La improvisación se dejaba sentir por los pasillos, muy vacíos para tratarse de un encuentro al más alto nivel, mientras las delegaciones, preguntados por los periodistas sobre sus planes o anuncios a lo largo de las jornadas apenas daban detalles, porque ellos tampoco los tenían.
La reunión fue un claro ejemplo de la incapacidad que sufren los Gobiernos americanos para poner sobre la mesa políticas de integración multilateral en busca de desarrollo y crecimiento comunes, la imposibilidad de poner sobre la mesa una estrategia coordinada que mire hacia una misma dirección, ni a nivel político, ni diplomático y tampoco comercial. Aunque hubo algunas luces.
La IX Cumbre de las Américas supuso una piedra más en la historia americana de división regional, en la que se han creado una y otra o vez grupos, comisiones u organizaciones a medida según los rumbos ideológicos del momento, haciendo imposible que América se adapte y adopte la ya ineludible geopolítica global de los grandes aliados.
La excepción chilenocanadiense
Si hubo una excepción en los discursos presidenciales, con vocación de buscar compromisos duraderos y efectivos desde el respeto a las diferencias ideológicas y a favor de tender puentes, llegó de la mano de los mandatarios de Canadá y Chile, Justin Trudeau y Gabriel Boric, quienes ya habían tenido un encuentro en Ottawa en días anteriores, y encontraron sintonía en diversas cuestiones, impulsando, por el ejemplo, un pacto para la protección de los océanos que firmaron nueve países.
En su intervención ante la plenaria, Boric abordó asuntos de interés de regional, como la lucha por el cambio climático, la igualdad de género o los esfuerzos colectivos para que los Gobiernos estudien vías para reducir el impacto de la guerra en Ucrania en los bolsillos latinoamericanos, con una inflación disparada.
“O nos salvamos juntos, o nos vamos a hundir por separado”, reiteró en varias ocasiones. “No podemos conformarnos con ser clubes excluyentes de países que piensan lo mismo”, dijo.
Pero, ¿cómo buscar líneas de entendimiento en ese contexto de exclusiones, ausencias y diferencias? En declaraciones a Efe, el presidente chileno apuntó al impulso del comercio mediante acuerdos bilaterales, algunos de ellos logrados para Chile en el marco de la Cumbre, como la compra de gas argentino para bajar la presión inflacionaria o el uso de un canal bioceánico que “incluya a Paraguay, Argentina, Uruguay, Chile y está la posibilidad de incluir a Bolivia ahora”, indicó.
“Si logramos mejorar nuestro intercambio comercial, eso va de la mano también con mejorar el intercambio cultural, con potenciar instancias como CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños)”, consideró.
“No crear nuevas organizaciones, yo no soy partidario de crear nuevas organizaciones. Y de hecho muchas de las que se crearon hace poco como PROSUR, están quedando desahuciadas en la práctica. Así que las que existen vamos a potenciarlas”, subrayó.
En ese intento integrador de Canadá y Chile -no en vano fueron los dos únicos países que ofrecieron ruedas de prensa al concluir las reuniones con sus cabezas de Gobierno-, Boric detalló que se ha puesto sobre la mesa aumentar las reuniones anuales de los miembros del Caricom y anunció “la creación de varias mesas de trabajo concretas para enfrentar el alce del costo de la vida”, un asunto que abordó en su reunión con el presidente estadounidense Joe Biden.
“Logramos salir un poco esa lógica (de las divisiones ideológicas) y por lo menos en América Latina estamos de acuerdo en que la exclusión no sirve”, aseveró, con cierto grado de optimismo.
Un pacto migratorio y más éxito con el sector privado
Más allá de los posibles avances a puerta cerrada que los presidentes pudieron encontrar en encuentros bilaterales, los dos grandes logros de la Cumbre se centraron el la rúbrica de la “Declaración de Los Ángeles”, adoptada por veinte países para frenar la crisis migratoria en el continente, y por la irrupción del sector privado en la inversión directa en países emisores cuyo objetivo es mejorar las condiciones de vida para disuadir a los ciudadanos de salir en busca de otros rumbos.
La Casa Blanca impulsó la declaración en la Cumbre para ampliar la asunción de cuotas de migrantes en los países de tránsito y que “se compartan responsabilidades”, siempre bajo la premisa de una migración legal, una suerte de código de conducta continental en temas migratorios.
Los países firmantes de la declaración se comprometieron a “fortalecer y expandir las vías de migración mediante programas de trabajo temporal”, además de los programas de reunificación familiar y regularización.
Canadá, por ejemplo, reafirmó que planea recibir este año más de 50 mil trabajadores agrícolas de México, Guatemala y el Caribe, y México integrará 20 mil refugiados en el mercado laboral dentro de los próximos tres años, entre otras medidas.
La inversión multimillonaria de empresas como Microsoft, Visa, Google, o Nespresso, entre otras, permitirá avanzar en el desarrollo económico y la mejora de entornos digitales que mejoren las perspectivas comerciales dentro de los propios países, especialmente en Centroamérica.