Los acontecimientos de los años recientes evidencian cada vez más la innegable interconectividad humana. Sucesos como la pandemia de COVID-19, la guerra entre Rusia y Ucrania y los impactos del cambio climático se pueden percibir lejanos, pero de una u otra manera —a corto o mediano plazo— terminan afectando a todas las personas.
António Guterres, secretario general de la ONU, se ha referido a la triple crisis planetaria (sanitaria, climática y alimentaria). De estas tres, opiniones expertas afirman que la emergencia climática: calentamiento global, pérdida de biodiversidad, sequías e inundaciones, contaminación y manejo de residuos, riesgo de desabastecimiento de agua dulce y aumento del nivel del mar, así como la proliferación de incendios sigue siendo el desafío más alarmante para la humanidad y para el planeta.
Desde hace varias décadas, las advertencias sobre los efectos de atentar contra el planeta han sido claras, pero no supimos escucharlas. El impacto directo del cambio climático en los medios de subsistencia, en la pérdida de biodiversidad, en la economía, el turismo, la salud, la alimentación, la energía y la seguridad hídrica repercute severamente en los niveles de pobreza, de inseguridad alimentaria, de movilidad humana y de las desigualdades.
Conozco de primera mano los riesgos del cambio climático para el campo, pues provengo de una familia zacatecana orgullosamente campesina. Sin ir más lejos, hace unas semanas, durante mi recorrido por el país, constaté esta dura y preocupante realidad, al ser testigo de la sequía que aqueja al lago de Cuitzeo en Michoacán, considerado el segundo más grande de México después del de Chapala en Jalisco.
Hace más de dos décadas, este cuerpo de agua contribuía a la regularización del clima de la cuenca, era hábitat de diversas especies de flora y fauna, y parte de una dinámica económica importante para los municipios periféricos, no sólo en cuestión de pesca, sino también en el abastecimiento de agua para la agricultura de la zona.
Sin embargo, especialistas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo documentaron que la falta de lluvias, las altas temperaturas, la deforestación, la contaminación sanitaria por aguas residuales y la infraestructura carretera que atraviesa el lago y detiene la circulación de agua y especies han ido secando la parte poniente del Cuitzeo. Esta sequía repercute en la supervivencia de la flora y la fauna, así como en las prácticas socioeconómicas ligadas al lago, en particular la pesca, al dejar sin sustento a casi 1500 personas dedicadas a esa actividad en la región.
Sin duda, México requiere de leyes responsables y determinantes en materia ambiental, que tengan un impacto positivo en la supervivencia del planeta; que reconozcan que las advertencias de ayer son realidades hoy. Por ello, la inminente necesidad de plantear soluciones integrales —con opinión de la población local y especialistas— para la aplicación de estrategias precisas con apoyo gubernamental estatal y federal, con miras al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 (ODS) de la ONU.
Aún tenemos un margen de tiempo de poco más de un lustro para actuar y lograr las metas de los ODS. Y por ello destaco el ejemplo de lo que puede lograr la determinación en políticas públicas: bajo el gobierno del presidente Lula, se ha reducido en un tercio la deforestación de la selva del Amazonas en Brasil. Es decir, la recuperación ecológica y económica en general, y en particular del lago de Cuitzeo, no está perdida. Lo que requiere la acción por el planeta son estrategias certeras, responsables y comprometidas a corto, mediano y largo plazo.