La portada de la revista “Proceso” de hace catorce años muestra a un hombre cuya insignificancia desaparece si se sabe su nombre: Ismael “El mayo” Zambada, máximo capo del narcotráfico en México, acompañado de un hombre mayor, con sonrisa forzada, quien siente en el hombro la manaza del criminal bajo cuyo dominio, perdido en la sierra, tan oculto como el narco, estuvo expuesto mientras duraron la conversación y el trayecto.
Breve plática si uno se atiene al texto publicado entonces y cuya verdadera extensión y contenido nunca sabremos. Ni en aquel tiempo, ni en este.
Julio Scherer había conseguido con ese encuentro solicitado –auspiciado y organizado, determinado y condicionado–, por el propio criminal, el punto culminante de su excepcional carrera profesional. No todos los días un periodista –quizá una vez en una vida–, habla con un hombre a quien ejércitos y policías de aquende y allende no pueden
“—Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo. La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra”.
Esa historia, como el enamoramiento (quizá periodístico con textos y flores) de J.S. con Sandra Ávila, “La reina del Pacífico”, forma parte de un final maravilloso en cuyas páginas Julio se hunde en mares de realidad y realismo.
“… Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator…”
Cuando se publicó la entrevista de Zambada, cuya parte fundamental para muchos, entonces y ahora, es la confirmación de cómo la industria narca y sus tentáculos, hacen fácilmente reemplazables a los hombres, como en su propio caso. Pero muchos diletantes se pusieron quisquillosos y condenaron a J.S. Unos por envidia; otros por encargo.
Lo acusaron casi de ser cómplice. De haberse prestado como correo para entregar — a través de las páginas de su revista– un mensaje a quién sabe quién.
Lo más ridículo de todo fue negarle su mérito y calidad profesional a la entrevista (porque “El Mayo” no dijo nada y él no fue contundente), sin admitir la enorme importancia y el ejemplo para la profesión de un octogenario medio sordo, cuya voluntad no flaqueó, ni fue vencido por el temor ante una trampa de secuestro o asesinato. Al parecer hoy Zambada cayó en una trampa.
No diré quiénes fueron los mezquinos porque todo mundo los recuerda, pero en su momento escribí alabando la labor de J.S. a quien llevaba mucho tiempo sin ver. Después de una larguísima separación, nos habíamos reencontrado.
Hoy la entrevista cobra vida, sin haber muerto jamás.
–¿Lo atraparán, finalmente?
-En cualquier momento o nunca, respondió “El Mayo” Zambada.
“Zambada tiene sesenta años y se inició en el narco a los dieciséis. Han transcurrido cuarenta y cuatro años que le dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata…”
Una tarde la llamada irrumpió mientras yo manejaba. Era una secretaria.
–Le va a hablar el señor Julio Scherer.
Lo escuché con su repetitiva euforia. Nos citamos.
Al llegar a la cita, como siempre, Julio me llevaba un libro de regalo (Nabokov. Cuentos completos). Hablamos largamente y desde entonces nunca más lo hicimos.
Hoy cuando hasta L.O. quiere colocarse en el centro del mérito (también en este caso), recuerdo la orgullosa emoción de cuando leí la entrevista:
–“Sólo admiro lo que no puedo hacer”, recordé.
Y reviso su dedicatoria garrapatosa en el último regalo, cuando públicamente defendí su trabajo:
“…Rafael
“Padecí y disfruté de una conmoción interna que tú provocaste. y se lo que es la conmoción: un vuelco del alma Julio 14 abril 2010 (sin puntos)”
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