Voy a hacer una tregua sobre el Tren Eléctrico México-Querétaro. La Semana Santa así nos convoca y empiezo con una confesión. “El que no se ocupa de política es un hombre inmoral, pero el que sólo se ocupa de política y todo lo ve políticamente es un majadero”. Esto lo escribía Ortega Gasset y acepto que me estoy convirtiendo en un auténtico majadero, y conmigo mucha gente.
Esta enfermedad responde a la situación del país en el que la clase en el poder ha perdido toda vergüenza; con propuestas como la tómbola de la ignominia del Poder Judicial. La clase en el poder me tiene enfermo de bilis política. No hay mejor antídoto contra esa metamorfosis majadera que leer la postura de Cristo ante el poder terrenal.
De acuerdo con la tradición nace en un pesebre, esto es, desde su origen trata de evidenciar que no hay ninguna paradoja entre la pobreza y la humildad con su condición de Todopoderoso. Simplemente no hay una relación entre la auténtica superioridad de la condición humana y la opulencia.
La reflexión política de Cristo más conocida es la base de la llamada sociedad civil, el principio del liberalismo y la civilización laica: “Dad al César ‘lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Cristo se cuidaba de no provocar al poder. En la frase había una buena dosis de sagacidad política, pues evitaba la confrontación con el poder público. Pero también había un profundo desdén, lo que se le debía dar al César era una moneda, expresión de la riqueza, lo que para Cristo no tenía ninguna significación. En otras palabras, paguen el SAT por si las dudas, pero el valor de la existencia no está en el dinero.
Cuando se dirige a vivir en el desierto durante cuarenta días, las tentaciones del diablo curiosamente están relacionadas con el poder. Primera, “Di a esta piedra que se convierta en pan”. Segunda, “…Todo este poder y su gloria te daré, pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy; si, pues, te postras delante de mí, todo será tuyo…” Tercera, “Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: “ A sus ángeles ha mandado sobre ti que te guarden y te tomen en las manos para que no tropiece tu pie contra las piedras”. Cristo, comentan las escrituras, rechaza las tentaciones que le ofrecían poder o las que lo provocaban para que lo demostrara.
Pero Cristo no sólo desprecia al poder, también lo ridiculiza. Se puede argumentar que Jesús así cumplía las profecías, pero lo cierto es que decide entrar a Jerusalén -donde lo esperaban multitud de simpatizantes, curiosos y enemigos-, en un pollino, en un jumentillo; nosotros diríamos en un burrito. Además lo tomaba prestado, no era de su propiedad ni de sus discípulos.
Cristo entraba como lo habría podido hacer el hombre más humilde del pueblo y no un gran líder que ya lo era. Nada de que en un espectacular corcel o en una carroza lujosa y adornada. En esta época con varios motociclistas y suburbans. Nada de eso, su imagen era hasta grotesca. Un hombre alto, superior al promedio de los hombres de su generación; fuerte y musculoso, subido en un burrito, del que casi le arrastraban los pies. El propósito era obvio, burlarse, de todos los símbolos superfluos del poder temporal.
En fin, una de las grandes aportaciones de Cristo es desplazar el centro de gravedad de los valores de los seres humanos, entre otros, la ambición política. Pero lo único que redime al poder es su ejercicio con la máxima humildad.