Una crisis civilizatoria socioambiental es lo que vivimos actualmente. Y cuya dimensión es planetaria y multifacética lo cual, pone en duda el modelo de existencia y de sociedad actual, por ello, se necesita un compromiso colectivo de reflexión crítica con la vida, para evitar la destrucción de los ecosistemas, que en el pasado fue indicador de progreso y hoy, hace falta un momento de regeneración.
Ya desde el 2022 en un panel de especialistas de la CLACSO se señalaba que: “El planeta y las sociedades que lo habitamos vivimos en una profunda crisis socioambiental, que impacta a todos los ecosistemas de los que hemos explotado alimentos, energía y agua, entre muchos otros recursos naturales; además, en las comunidades humanas cada vez más desiguales, los saberes originarios han sido tradicionalmente ignorados por una equivocada noción de progreso.”
Por su parte, Enrique Leff, académico de la UNAM, advirtió lo siguiente: “ necesitamos un compromiso colectivo de reflexión crítica con la vida, pues vivimos una degradación del planeta que hoy está en un estado de salud muy endeble. Y hoy ya no sé si se habla del ambiente o de la vida, porque lo que está en riesgo en estos momentos, como nunca antes en la historia del planeta, es la vida. Vemos la degradación y pérdida de la biodiversidad, pero vemos también la degradación de las relaciones humanas, de la moral”
Pensemos que la crisis ambiental de nuestro tiempo es el signo de una nueva era histórica y por tanto, se abre una encrucijada civilizatoria, que es ante todo, una crisis de la racionalidad de la modernidad y remite a un problema del conocimiento.
La actual degradación ambiental –o si se prefiere, la muerte entrópica del planeta– es resultado de las formas de conocimiento a través de las cuales la humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de unicidad, de generalidad y de totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo.
No se trata de ecologizar el conocimiento y refuncionalizar al ambiente dentro de la racionalidad económica dominante. Sino de entender que el ser, más allá de su condición existencial general y genérica, penetra en el sentido de las identidades colectivas que se constituyen siempre en el crisol de la diversidad cultural y en una política de la diferencia, movilizando a los actores sociales hacia la construcción de estrategias alternativas de reapropiación de la naturaleza en un campo, por demás, conflictivo de poder en el que se despliegan los sentidos diferenciados, y muchas veces antagónicos en la construcción de un futuro sustentable.
Hay que comprender las vías por las cuales los sentidos experimentan una metamorfosis en el cuerpo, lo cual conlleva a movilizar el metabolismo de la biósfera, pues todo aquello que nos afecta como los rayos solares, la contaminación atmosférica y del agua con efectos cancerígenos o de los alimentos tóxicos o productos biocidas, sin duda trastocan las condiciones de vida y los remiten al cuerpo mismo.
Asimismo, hay autores que hablan de la descivilización, como un fenómeno complejo y poco tratado que puede confundirse fácilmente con el barbarismo. Sin embargo, se dice que la descivilización no es la ausencia de civilización, sino un estado de falta de sentido y pensamiento que infantiliza a la humanidad hasta el nivel de perder el respeto por sí misma, y su naturaleza. La descivilización existe cuando las sociedades o los individuos pierden el respeto por sí mismos y por su medio ambiente, ignorando o viéndose privados de su capacidad para la empatía como proceso de reconocimiento del otro (tanto humanos como no humanos).
La empatía y el reconocimiento siempre han sido partes integrales de la civilización. Una sociedad que depende de una conformidad y una complacencia vigorosas no puede ser una verdadera sociedad de diversidad cultural y diversidad biológica reconocida.
Este déficit de empatía está muy relacionado con la ausencia de un mundo común, que no puede dar con el sentido de la solidaridad social ni comprender el verdadero significado de los conflictos políticos. Debido a este déficit de empatía, la humanidad sigue una espiral descendiente. La pluralidad humana (es decir, el poder de la vida común y compartida) es abandonada por la falta de comprensión de la otredad del Otro y de la naturaleza.
La ruptura del humano con la naturaleza y sus procesos, -y su confianza en la tecnología-, para continuar degradando y destruyendo el mundo natural, sus ciclos e interacciones, poniendo el acento en el crecimiento económico, el consumismo, el uso de combustibles fósiles, la extracción desmedida de agua, el interés privado por encima del bien común y el egocentrismo, son los síntomas de la actual descivilización.
De nada sirve la idea de “Basado en la naturaleza”, mientras no cambiemos nuestro estilo de vida, que exige mayores volúmenes de recursos naturales, extracción, degradación y contaminación. Pues de lo que se trata es de esa empatía con la naturaleza, de entender lo frágil que somos sin biodiversidad y sin agua.
En ese sentido, el pasado domingo se publicó en un medio nacional, la opinión de la Vandana Shiva (activista ambiental y premio nobel de medio ambiente), de visita a México que: “…en 10 años no habrá agricultores en el mundo sino se defiende la biodiversidad alimentaria y no se cuestionan los productos tóxicos que son nutritivamente vacíos” Y agregó que “es necesario prepararse para regenerar el campo, ya que los alimentos ultraprocesados han contribuido en 75% de las enfermedades crónicas”
La ruptura y/o aislamiento del humano con la naturaleza e incluso entre nosotros mismos, nos provoca una pérdida de visión, comprensión y deformaciones en la apreciación de la realidad, ya sin mencionar los efectos en la salud mental, y si a ello, le agregamos que hoy en día, predomina el arte de la simulación, al pronunciar narrativas de que tal producto es verde, de que estamos mitigando el cambio climático, que si existe agua suficiente para todos y todo, que las Smart Citys y la IA resolverán todos los problemas, de energía, agua, calidad del aire, temperaturas, igualdad, equidad e incluso la pobreza, que se acentúa más por los impactos ambientales negativos. En esta era se han producido la mayor cantidad de tratados, leyes y reglamentos ambientales, pero que no logran superar la crisis ambiental incluyendo la propia justicia ambiental, por lo que la pregunta es ¿Qué es lo que realmente se necesita hacer hoy?
Y muy cercano a la respuesta, podemos decir, que hay que fortalecer las relaciones sociales, la empatía, el bien común, la ética ambiental, la restauración de nuestras relaciones con la naturaleza, reducir el consumismo y apostar por la regeneración de la biodiversidad en toda su complejidad.
Y sobre todo en el hacer, mas que en el decir o simular.