El sábado en Armería, una comunidad en Colima, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo una evaluación de lo que se llama Universidades para el Bienestar “Benito Juárez”. Estaba radiante y de gran humor, al ver los primeros pasos del modelo que tiene en la cabeza para sustituir las universidades públicas. Ese modelo que está instrumentando es un desastre, no sirve para mucho y es un engaño para cientos de jóvenes que piensan que esas instalaciones que llaman “universidades” el presidente y la responsable de ellas, Raquel Sosa, les darán el conocimiento y las herramientas para entrar en condiciones mínimas de competencia al mercado laboral.
La farsa de este gobierno es inagotable. Ya no está claro, sin embargo, si López Obrador está siendo terriblemente engañado o es un mentiroso sin escrúpulos. De otra manera, es inconcebible que a Sosa, su compañera de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, le permita crear falsas quimeras y timar de una forma irresponsable y anti-ética, como en Armería, donde invirtió el gobierno federal 13 millones de pesos para crear la ilusión en cerca de un centenar de jóvenes que saldrán titulados como ingenieros en acuacultura y piscicultura.
Los jóvenes no saben que las “Benito Juárez” no cuentan con el Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios que emite la Secretaría de Educación Pública, por lo cual no pueden tener ni título profesional, ni tesis. Es decir, en cualquier empleo donde se requiera el título profesional, no serán aceptados. No serán ingenieros, como en el caso de Armería, ni licenciados, ni doctores, ni veterinarios. Sus conocimientos serán técnicos, pero ofrecidos falazmente como profesionales.
En Armería prometió López Obrador que tendrían trabajo al salir de la “Benito Juárez”, pero el sector al cual se enfocaron, lo ha deprimido presupuestalmente durante todo el sexenio, quitándoles más de mil millones de pesos anuales de los que tenían en el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. López Obrador no sólo les ofreció empleo a quienes egresarn de Armería, sino a tres mil egresados de otras instalaciones de ese sistema patito. Tres mil nuevas plazas en el momento donde pidieron a las dependencias reducir entre 10 y 15% el presupuesto para poderlo reorientar a la refinería de Dos Bocas, que se salió del techo presupuestado, se ve bastante complicado porque pinta para embuste.
Las llamadas “universidades Benito Juárez” no han dado ningún título en sus dos años de operación, que ha generado protestas de egresados. Sosa maneja el sistema con enorme opacidad, inclusive ante la Secretaría de Educación Pública, a la que tampoco le da información. No obstante, en la presentación del sistema se asegura que este año sadrán los primeros egresados de este programa que nos ha costado ya cuatro mil millones de pesos. Hasta ahora, dice, han salido 600 jóvenes que no tienen papel oficial que los respalde en un trabajo.
Las “universidades Benito Juárez” operan en algunas instalaciones construidas ex profeso o en algunas casuchas incluso. Algunas, de acuerdo con funcionarios educativos, ni luz tienen. Menos aún conexión en internet. Este sistema carece de requisitos que son necesarios en las universidades de verdad, como espacios de trabajo, infraestructura y equipos para las carreras. Las administran mayoritariamente los padres de los estudiantes, pero se desconocen los requisitos y mecanismos de verificación para que los recursos que se les entregan se apliquen adecuadamente.
El número de alumnos registrados como señala el Plan de Estudios por Sede, va de 27 en Tlahualilo, Durango, donde supuestamente saldrán como “ingenieros en administración agropecuaria” a mil 668 en Juan R. Escudero, en Guerrero, donde hay mil 668 alumnos que creen que serán “licenciados en medicina integral y comunitaria”. Sólo hay un plantel adicional, en Tacámbaro, Michoacán, con más de mil alumnos (mil 93).
Un problema adicional son los docentes. Aunque cada “universidad” se ocupa de solo una carrera, en la mayoría de ellas hay ausencia de docentes. En Juan R. Escudero, la más grande, hay un promedio de 19 alumnos por maestro, lo que no está mal, siempre y cuando no haya enfermos o bajas. Pero hay otras, como en Malinaltepec, Guerrero, donde hay dos maestros para 112 alumnos (56 cada uno) que estudian la “licenciatura en Medicina Integral y Comunitaria”. Casi una tercera parte tiene menos de cuatro docentes (en 6 hay 2; en 22 hay 22; y en 19 hay 4).
Aunque se podría alegar, con fórceps, que en dos terceras partes de esas “universidades” hay un promedio de alumnos bastante aceptable por docente, el argumento se demorona porque esos docentes no dan una clase de la licenciatura, sino ¡toda la licenciatura!. Ese sistema es común en las primarias, pero en ningún otro nivel educativo.
El presidente deja, sin embargo, que Sosa se llene la boca de tonterías. “Ellos y ellas”, dijo en Armería al hablar de todos los egresados de la universidad “patito” que diseñó, “serán el orgullo de sus comunidades y agentes de cambio para le región y el país”. No podrán ser agentes de cambio porque ni les están dando la capacitación adecuada en herramientas y conocimientos, ni la arquitectura del sistema de enseñanza da para mas. “Acceden sin condicionamientos a servicios educativos de tipo profesional”, agregó en una más de sus mentiras. Hay que reiterarlo, los títulos que les entreguen, aunque vayan firmados por el presidente, no son de profesionales. Quién sabe de qué serán, porque tampoco llenan los requisitos para ser técnicos.
Originalmente el proyecto era para 100 “universidades”, pero López Obrador anunció en Armería que serán 200, incluidas de medicina y enfermería. ¿Hasta dónde va a llegar el presidente con esta farsa? En las condiciones actuales, con la arquitectura de esas escuelas, no saldrán doctores, ingenieros, licenciados, ni nada. Tampoco tiene otros cuatro mil millones de pesos para duplicar el número originalmente propuesto. Típico de López Obrador. Se emociona ante la gradería e improvisa. Pero en el fondo, él y Sosa están cometiendo un crimen social, aunque piensen que hacen lo contrario.
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