En los últimos meses se ha hecho mofa de la situación financiera de algunos clubes argentinos, señalados por su aparente precariedad. Los memes corren: que si ofrecen sueldos simbólicos, que si los fichajes son por amor a la camiseta, por la historia, por puro “corazón y aguante”. Nos reímos, como si ese sentimiento fuera una caricatura.
Pero la literatura ya nos lo advirtió: no hay nada más humano que el amor no correspondido. Desde los clásicos hasta la novela moderna, la historia se repite: un personaje que lo entrega todo, que se desangra por un sentimiento sabiendo que el destino le tiene reservado el sufrimiento. Darlo todo y recibir poco o nada.
Soy aficionado de las Chivas desde niño. Fue mi padre quien me dejó esa herencia invisible, esa pasión que no cabe en testamentos ni se registra en notarios, pero que se transmite con la misma naturalidad que la sangre. De pequeño compartíamos la sala, la televisión, los gritos de gol. Ya de adulto, la vida y la distancia nos orillaron a cambiar la rutina: cada anotación, a favor o en contra, era pretexto para una llamada. Incluso cuando viví en España, con la madrugada encima, bastaba un mensaje para mantener viva la llama rojiblanca.
El fútbol, como el amor, inventa su propio idioma. Une, conecta, teje complicidades sin necesidad de demasiadas palabras. Pero también desgasta.
Nos hemos repetido hasta el cansancio que hay que dar sin esperar nada, como si esa sentencia fuera el mantra de la generosidad absoluta. Sin embargo, yo confieso que estoy cansado. Estoy cansado de darle mi amor a las Chivas y no recibir nada a cambio.
Los técnicos son aves de paso, los jugadores van y vienen con la velocidad de un mercado en liquidación. Entiendo la complejidad de la “mística” rojiblanca: solo mexicanos, materia prima escasa. Pero al menos se puede pedir dignidad, compromiso, un mínimo de lealtad hacia una afición que nunca falla.
Y aquí está la paradoja: nos burlamos de los argentinos que se aferran al “corazón y aguante”, pero nosotros, los chivahermanos, hemos vivido exactamente de eso durante décadas. Solo corazón. Solo aguante. Y créanme: uno se cansa.
El fútbol debería darnos más. Nuestros equipos deberían darnos más. Porque sí, la pasión se hereda, el sufrimiento se soporta, y el corazón y el aguante alcanzan durante años. Pero tarde o temprano llega la claridad: no basta. El aficionado merece más. Nosotros como personas merecemos más.
Gabriel García Márquez en “El amor en los tiempos del colera”, nos regala esta cita: “Lo único que me duele de morir, es que no sea de amor.” A mí, lo único que me duele de seguir en las malas con las Chivas, es que no sea de amor… sino de simple e injustificada ilusión. Así es el futbol. Así es la vida.
Y, al final, la paradoja se vuelve ironía: nos reímos de lo que somos. Ya que en México hacemos burla de lo que sucede fuera, pero salvo tres o cuatro aficiones privilegiadas, la mayoría de los seguidores de equipos mexicanos hemos vivido durante décadas exactamente así: con puro corazón y aguante.








