Norberto Alvarado Alegría
El enfrentamiento entre los coordinadores parlamentarios de Morena en las cámaras del Congreso de la Unión, Ricardo Monreal en la de diputados y Adán Augusto López en la de senadores, reflejan la debilidad institucional que tiene el gobierno de la República y el partido político que hoy controla los poderes Legislativo y Ejecutivo.
Los dueños del Congreso como los he llamado en algún artículo pasado -parafraseando el libro de Esteban David Rodríguez, que relata la historia de las dinastías y el tráfico de influencias en el poder legislativo mexicano del siglo pasado- han dado cuenta de la división que existe al interior de Morena, no solo a nivel nacional sino local, y de la posición reducida que ocupa en este juego de poder la presidente de la República Claudia Sheinbaum.
Ella misma se refiere a su partido como movimiento, lo cual denota la baja gradualidad de institucionalización de Morena, a pesar de haberse convertido en el papel en un partido hegemónico que detenta la gran mayoría de los cargos públicos de elección en los niveles federal, estatal y municipal.
Angelo Panebianco, un politólogo italiano conocido por su trabajo en el análisis de los partidos políticos y su institucionalización, y centra su teoría en cómo los partidos políticos se desarrollan, se organizan y se establecen como instituciones dentro de un sistema político, lo cual permite medir la estabilidad del propio sistema y determinar la vida y eficacia de los partidos políticos. Más allá de la válida discusión sobre si los partidos son o no necesarios, los hechos en todo el mundo occidental y más allá demuestran que su subsistencia tiene aún varios años por delante, y México no es la excepción.
La institucionalidad de los partidos políticos según Panebianco, se refiere al proceso mediante el cual los partidos se establecen como entidades estables, autónomas y complejas dentro del sistema político, con un fuerte enraizamiento social y legitimidad tanto interna como externa. Este proceso es crucial para la capacidad de los partidos de adaptarse y perdurar en el tiempo.
Todo parece indicar que Morena difícilmente logrará consolidarse como partido político, lo cual debe preocuparnos, sin que eso signifique que no siga ganando elecciones o que pierda rápidamente el control político que ha adquirido. No por nada las primeras declaraciones de Luisa María Alcalde Luján y Andrés López Beltrán al asumir la dirigencia nacional de Morena fueron el llamado para afiliar a 10 millones de militantes, lo cual cada día se ve más lejano y complejo, sin la figura del líder populista y mesiánico.
De hecho, ante el enfrentamiento de los líderes parlamentarios fue notoria la ausencia de la dirigencia nacional de su partido, pues las cosas de adultos no las resuelven los niños. Debemos reconocer que tuvieron más control Mario Delgado y Citlalli Hernández a la sombra de López Obrador, y que ni los apellidos ni las dinastías garantizan el control ni la conservación del poder.
Así de insignificante fue también la intervención de la titular de la Secretaría de Gobernación, pues llegó tarde y nada resolvió, ya que con antelación Ricardo Monreal había ganado esa partida, no sólo a su par senatorial, sino a la propia titular del Ejecutivo federal. Rosa Icela es una segunda y mala versión del florero, y su presencia fue más testimonial que de árbitro, pues Bucareli cada día tiene menos poder y carece de herramientas políticas para abonar a la gobernabilidad del país.
Un partido institucionalizado tiene estructuras organizativas bien definidas, normas y procedimientos claros, y una identidad reconocida tanto por sus miembros como por el electorado. Hoy ningún partido político de la oposición en México podría cumplir la segunda condición, pero Morena más como movimiento que como partido ha consolidado una identidad, construida sobre falacias, limosnas y populismo, pero una identidad que ha permeado las estructuras sociales ante el hartazgo y la frustración, lo cual es circunstancial.
Su debilidad es la falta de estructura, normas y procedimientos, no tienen ni siquiera una clase política con oficio que pueda llenar todos los espacios nacionales, y menos los locales como en el caso de Querétaro, donde su debilidad institucional es más que evidente, y se vio este fin de semana en la Legislatura estatal.
Como partido político Morena carece de autonomía, pues no puede operar y tomar decisiones independientemente de influencias externas, como grupos de interés o líderes carismáticos. El ejemplo es claro, hoy viven una absoluta falta de cohesión y la incapacidad de adaptarse a los cambios en el entorno político. Las tribus del extinto PRD migraron a Morena y se radicalizaron, la atomización es descomunal y en esa barbarie política se están despedazando unos a otros, buscando convertirse en los hijos legítimos de una supuesta cuarta transformación y señalando de bastardos o naturales al resto de los actores o militantes.
La institucionalización de la que carecen implica también un aumento en la complejidad organizativa del partido. Esto incluye la creación de estructuras internas, como comités, departamentos y jerarquías, que facilitan la toma de decisiones y la implementación de estrategias políticas. Como advertía líneas arriba, sin un líder mesiánico y con una narrativa que cada día se agota, pero con su inercia, los integrantes de este movimiento amorfo han logrado hacerse de los poderes Ejecutivo y Legislativo federales, y prontamente del Judicial; de 24 gobernaturas con sus aliados PT y Verde Ecologista, la mayoría en 27 legislaturas locales, y más de mil municipios y alcaldías.
Esto debe prendernos las luces de alarma, no porque sea Morena, sino por las condiciones en que Morena se desarrolla en una ausencia institucional y conciencia histórica. Un claro reflejo de ello, son las reformas constitucionales que han promovido y aprobado abruptamente, pues no alcanzan la categoría saltos históricos, ya que, aunque parece que representan rupturas radicales con el orden anterior, no lo son, ni establecen nuevas formas de organización social ni política en realidad, sino el cambio de élite gobernante, por cierto, una gran parte de ella proveniente de otros partidos políticos.
Hoy algunos podrían pensar que Morena está profundamente enraizado en la sociedad, lo que significaría que tiene vínculos sólidos con diversos grupos sociales y es capaz de movilizar apoyo electoral de manera efectiva. También habrá quien refute alegando la legitimidad del movimiento, tanto interna como externamente. Nada más falso, internamente, los morenistas no reconocen ni respetan sus normas y procedimientos; externamente, el partido es visto más como un vengador, que como un actor legítimo y confiable.
El concepto de saltos en la historia, dentro del pensamiento de Hegel, se refiere a las transiciones cualitativas que ocurren en el proceso histórico dialéctico. Este proceso no es lineal ni uniforme; está marcado por momentos de crisis y transformación radical que producen cambios significativos en la estructura social, política o cultural.
El resto de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales de México debe entenderlo, se requiere de un nuevo enraizamiento que ayude a aquéllas a perdurar en el tiempo y a mantener su relevancia política, como la herramienta natural del equilibrio.
Maquiavelo señaló que, ‘en general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todo pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven’. De los que comprenden, muy pocos se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría.