El frio ha jugado un papel fundamental en muchas batallas y guerras, por ejemplo, en la segunda guerra mundial, las temperaturas extremadamente frías, marcaron una diferencia en contra de los invasores nazis en Rusia, ya que las bajas y deserciones del ejército alemán en ese territorio fueron más por el clima que por superioridad bélica del enemigo: el congelamiento y la falta de suministros mermo y freno de manera alarmante y contundente la avanzada germana, física y mentalmente, se quedaron congelados. A esta situación, en Rusia, coloquial e históricamente se le ha denominado y reconocido como el “General Invierno”, esto como si se tratara de un estratega por las victorias que su clima extremo les ha otorgado en ese sentido.
Repito, muchas batallas se han ganado y perdido por el frío y la de hace dos días, no fue la excepción. Y no me refiero únicamente al frío como definición climática, me refiero también a lo que nos transmite el seleccionado nacional: Un equipo chiquito, sin orden, sobrado, prepotente y si faltaba más, rijoso y corriente, en resumen, un equipo frío en todo. La película Tata Martino – Selección nacional, comenzó hace tiempo de manera excepcional, pero algo paso y el equipo se le ha ido cayendo. En el partido contra Canadá sufrieron una derrota triste por dos a uno, literalmente, ambos: equipo y dirección técnica, y se quedaron congelaDOS. Una derrota que hiela y preocupa a los aficionados mexicanos, no tanto por la superioridad del rival, sino por los pocos argumentos tácticos, técnicos y físicos del equipo nacional, en sí, estamos fríos en todo. En esta ocasión, metafóricamente, el general invierno jugo en nuestro equipo y, además, jugo contra nosotros.
Este partido desnudo las carencias de nuestro equipo: una pobre materia prima y poca reacción desde el banquillo. Muchos alegan que el quedar fuera de un mundial cambiaria las cosas desde el fondo, pero estoy seguro que eso no es así, no sucedería así; México ya se ha quedado fuera de mundiales, incluso por cosas vergonzosas extradeportivas y, ¿qué paso?, nada, absolutamente nada y tampoco pasaría nada al día de hoy. En realidad, pocas cosas buenas que decir de los últimos dos partidos, ni siquiera el coraje de agazaparse al frente en los últimos minutos buscando el milagro a aventones. Tal vez, de lo poco rescatable, es identificar quien no debe estar en ese combinado, poniendo especial énfasis en los que reciben una oportunidad y no tienen los blasones y sobre todo, en los consagrados a los que el tiempo les alcanzo. No recuerdo una selección mexicana tan limitada en defensores centrales en muchos años, o tal vez si y el gran Rafa Márquez disfrazo esta carencia durante muchos años.
Por cierto, hablando de este tema, Ochoa, el que en numerosas ocasiones ha demostrado ser el salvador del equipo, a día de hoy no esta en condiciones de ser el portero titular de la selección. Y para los que argumentan su pasado y grandes actuaciones con el tri, considero que no se puede vivir de crédito eterno, se debe dar paso al futuro, aunque este no sea tan claro. Pareciera que, por su desempeño en el pasado, es un pecado mencionar sus equivocaciones actuales. Lo que es real es que Ochoa era el mejor portero, hoy no lo es.
Esto me trae a la mente un párrafo del libro “El miedo escénico y otras hierbas” de Jorge Valdano, donde narra una anécdota personal:
“Hubo un tiempo en que equivocarse en un pase significaba mucho, para mal. Yo empecé mi carrera profesional en Rosario, ciudad implacable con los malos jugadores. En uno de mis primeros entrenamientos, le di la pelota al Mono Oberti, viejo ídolo de Newell’s y mío, pero el pase no fue bueno. El Mono no hizo ni el menor esfuerzo por alcanzarla, me miró como si me hiciera un favor, y dijo: «Nene, al pie, y si no dedícate a otra cosa». Ahora, cuando un futbolista falla el envío por tres metros, el compañero lo aplaude, no vaya a ser que el pasador se deprima”
Y eso pasa con nuestros flamantes seleccionados. Pareciera que no se les puede, ni debe decir nada, no vaya a ser que depriman… o que les dé más frio.
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