Escondido del acecho de un virus desde hace casi once meses, teniendo como contacto hacia el exterior los medios tradicionales, radio y televisión, más el escape de las redes sociales y el bendito zoom, que me permite ver las caras de amigos y sostener conversaciones, y ocasionales llamadas telefónicas, debo confesar que empiezo a sentir temor y desazón por el futuro del país y el bienestar propio, así como el de muchas familias mexicanas.
En el 2018 no voté por López Obrador, desde su primer campaña presidencial lo consideré un mentiroso contumaz, pero eso no impidió que al llegar a la presidencia le concediera el beneficio de la duda pues se había conducido con prudencia, sus planteamientos anticorrupción eran correctos y su combate esperado por una multitud de mexicanos, como se evidenció en la votación obtenida. Sin embargo después del triunfo solo ha habido confusión, empezando por él mismo que cobija y protege corruptos, tanto en su gabinete como en los tribunales, premiando delaciones con impunidad. Confusión, porque aún no se aclara lo que pretende esta cuarta transformación, difusa, incoherente, indefinida en sus metas y alcances, sin diseño estructural formal y que solo parece definida en el pensamiento, voluble y temperamental del presidente.
Confusión y temor, porque el sistema democrático de equilibrio de poderes y contrapesos institucionales está nulificado y el gabinete y la estructura gubernamental son una corte versallesca a la que solo acceden los incondicionales y leales aunque sean incompetentes, mientras se desconfía de la experiencia, el conocimiento y la aptitud para el puesto. Empieza por ello, a aflorar también la desconfianza pues la enorme tarea de gobernar y administrar a una de las primeras 20 economías del mundo, se encuentra en manos de impreparados y en el mejor de los casos, de técnicos solventes dóciles, sin capacidad de decisión e incluso de opinión.
Para muchas familias empieza también la incertidumbre. Comerciantes, micro y pequeños empresarios que no pueden sobrevivir en la pandemia sin apoyos suficientes del gobierno; empresarios e inversionistas paralizados por la implementación de políticas adversas y particularmente por la desconfianza en un régimen para el que las leyes y normas pueden ser sustituidas por consultas públicas ilegales y tendenciosas. Futuro económico sin crecimiento, sujeto éste a que nuestra economía sea arrastrada por la economía estadounidense, amparados en un tratado modificado que aún no muestra ni beneficio ni colmillos, que los tiene.
Confusión, temor e incertidumbre que se magnifican por el avance incontrolado de la pandemia y la negativa gubernamental de controlar a una sociedad sin disciplina ni responsabilidad hacia sus semejantes. Incertidumbre y temor, porque al aparecer en el horizonte de salvación las vacunas, éstas se han convertido en mercancía electoral y todavía más grave, que pongan a brigadas de propagandistas del régimen llamados servidores de la nación a hacer una pregunta que hace potestativa la opción de la vacuna, cuando siendo un asunto de salud pública urgente, con más de 180 mil muertos (según INEGI), y la cifra creciendo, debiera ser obligatoria. Temor, porque las vacunas ofrecidas no lleguen en número y oportunidad suficiente para inmunizar a la población y que los adultos mayores vayan a recibir una vacuna que no ha mostrado ser eficiente en ese rango de edad, y también desconsuelo, porque ante la acción tardía del gobierno para adquirir vacunas, y su decisión de manejarla como arma política, convierta el proceso en una larga fila de suspirantes que habrán de esperar más de un año o dos, para recibirla.
A este rosario de sentimientos, sumemos el del desaliento, pues el desordenado proceso de adquisición de vacunas, distribución y aplicación de las mismas, significa que podemos pasar cuando menos otro año en aislamiento, al menos las personas mayores y niños que habrán perdido ya dos años de su dorada infancia, de convivencia y juegos con sus semejantes.
Ante el pesimismo de este panorama quisiera oponer una visión optimista, pero solo encuentro el muy difuso de la esperanza, en el cual sospecho se sostiene todavía la aprobación al presidente, a pesar de los malos resultados de su gobierno.
Para su fortuna, la pandemia le cayó “como anillo al dedo” pues justifica los malos resultados de la economía, más no es así con el manejo de la misma, pues algo más se pudo y puede hacer, y la gruesa carga de muertos por el virus, a los que debemos sumar los miles de muertos por la violencia y el crimen, que hacen de nuestro país uno o el de mayor letalidad del mundo.
Al sentimiento de esperanza quisiera agregar el de la certidumbre, el de la confianza, el de la seguridad en el rumbo y en mi persona y bienes, pero los siento amenazados, tanto por la actividad criminal como por la ineficiencia gubernamental que a falta de resultados inunda de verdades a medias el espectro noticioso y acusa, pretexta, encuentra excusas y sigue hablando de una transformación, que hasta ahora es más para mal que para bien.