Hablar de agua en México es hablar de futuro, pero también de una urgencia que nos está alcanzando. ag Las posturas se endurecen, las trincheras se afianzan y, en medio de ese ruido, se pierde de vista lo más importante: la necesidad de construir acuerdos colectivos para garantizar el derecho al agua y la sostenibilidad del desarrollo.
Querétaro, como muchas otras entidades, enfrenta un reto hídrico profundo. Las fuentes subterráneas muestran signos de agotamiento, las comunidades rurales exigen equidad, y la Zona Metropolitana experimenta una presión creciente por el abastecimiento. Todo esto ocurre mientras el cambio climático nos coloca frente a escenarios extremos: lluvias torrenciales en zonas áridas, sequías prolongadas en regiones fértiles, eventos meteorológicos que trastocan lo que dábamos por hecho.
El agua, paradójicamente, está presente en todos los discursos, pero ausente en los grandes consensos. Y es justamente ahí donde radica el verdadero riesgo: que permitamos que este recurso vital se convierta en una bandera más de polarización política o de intereses particulares.
Desde el Consejo Consultivo del Agua hemos sostenido que la gestión hídrica debe estar guiada por principios científicos, técnicos y ciudadanos, y no por intereses de coyuntura ni por cálculos de oportunidad política. Nuestro llamado es claro: es momento de dejar de lado las ideologías, los colores y las rivalidades, y construir una agenda hídrica común, basada en la evidencia, el territorio y la participación de todos los sectores.
La experiencia nos muestra que los proyectos que perduran no son los que se imponen, sino los que se acuerdan. Los verdaderos cambios estructurales nacen del encuentro entre las diferencias, no de la imposición unilateral. Conciliar no significa ceder convicciones, sino priorizar el bien común.
Lo que hoy está en juego no es solo un plan hídrico. Es la posibilidad de sentar las bases de una política pública de largo plazo, que trascienda sexenios, partidos y administraciones. Una política hídrica que pueda sostenerse con el respaldo de todos: ciudadanía, sectores productivos, academia, municipios y poderes públicos.
Por eso, desde este espacio, hago un llamado respetuoso pero urgente a todos los actores políticos y sociales de Querétaro: el agua no puede dividirnos más; debe ser el punto de partida de una nueva cultura política que entienda que los grandes retos requieren grandes consensos.
El plan hídrico estatal no es una propuesta cerrada ni acabada. Es una convocatoria abierta a sumar visiones, a escuchar territorios, a construir soluciones desde la diversidad. Es una oportunidad para demostrar que Querétaro puede ser ejemplo nacional de una gobernanza hídrica incluyente, con visión de Estado.
Los próximos años serán críticos. Si no construimos un acuerdo serio, técnico y legítimo alrededor del agua, el costo será altísimo. No solo en términos ambientales, sino sociales y económicos. Por eso, conciliar por el agua no es una postura política: es un imperativo moral y generacional.
La hora de unirnos es ahora.
