Dejemos por hoy las cosas de la política para ocuparnos de un tema relacionado con lo filosófico y lo espiritual, aspectos casi olvidados en un mundo donde prevalece el consumismo y la acumulación de dinero y cosas materiales.
Empecemos por preguntarnos lo siguiente, ¿cómo es el Hombre de hoy en los países capitalistas? ¿Cuál es el tipo ideal de Hombre que prevalece en las sociedades capitalistas?, debo aclarar que cuando escribo Hombre con “H” mayúscula, me refiero al Hombre como especie aristotélica con dos características esenciales: género animal y diferencia específica racional, dicha especie incluye dos tipos de individuos: hombre y mujer, que sólo observan diferencias comunes y propias entre ellos pero no diferencias específicas, por lo tanto, cuando escribo Hombre, no es necesario utilizar el ridículo “laslos” para diferenciar uno de otro, porque es un sustantivo que abarca ambos individuos.
Empecemos por esbozar qué es el capitalismo, que es una forma de producir los bienes materiales que el Hombre necesita para vivir, donde hay dos clases económicas: una, la de los empresarios, quienes son dueños de los medios de producción, tales como fábricas, máquinas y materias primas; y otra, la de los trabajadores, quienes no poseen máquinas ni fábricas, sino que sólo poseen en propiedad sus pies, sus manos, su energía, mente y cuerpo, cuyo consorcio deriva en lo que se llama “fuerza de trabajo”, la cual tienen que alquilar a los empresarios en sus fábricas para que estos les paguen como salario una cierta cantidad de dinero con el cual habrán de comprar los bienes que necesitan para comer, vestir, calzar, etcétera.
Debe decirse que las máquinas y las materias primas por sí mismas no producen riqueza, sino que es la fuerza de trabajo de los trabajadores aplicada esas materias primas por medio de las máquinas, lo que realmente produce la riqueza. Sin embargo, hasta los menos informados entienden que de un 100 % de la riqueza generada por los trabajadores, los empresarios se quedan con más del 80 %, mientras que el salario que reciben los obreros apenas les alcanza para mal comer y muy raras veces para ahorrar y obtener siquiera una centésima parte de las comodidades materiales que sí poseen los empresarios. Hay millones de trabajadores que han trabajado toda su vida en fábricas o empresas con un salario raquítico, y se mueren sin siquiera haber podido poseer una pequeña casita de INFONAVIT.
Sin embargo, la propaganda capitalista difunde que aquél que es pobre, lo es por tonto, borracho y sobre todo, por perezoso. Y que quien es rico, lo es por inteligente y trabajador. Sin embargo, no dicen que en un sistema capitalista por uno a quien sus circunstancias y condiciones de vida y sus relaciones con el poder le otorgan mayores facilidades y oportunidades para acumular capital, hay cientos de miles que aun trabajando dos turnos por día se quedan en la pobreza. Tampoco dicen que en un sistema capitalista esa “inteligencia” con la cual algunos se han hecho millonarios, la han utilizado para robar o para apropiarse a la mala de cosas por las cuales nunca han trabajado. En fin, cosas del capitalismo.
Otro rasgo esencial del capitalismo es la existencia de un mercado donde se venden y se compran todos los objetos -mercancías- que los trabajadores producen. Dicho mercado posee sus propios mecanismos y reglas a través de los cuales se definen tanto los precios como las dinámicas de intercambio de mercancías entre capitalistas, intermediarios y consumidores. Y también las relaciones sociales.
En el capitalismo todo tiene un valor expresado en dinero, todo se mide por dinero, es mucho más importante el valor que el mercado le asigna a las cosas que el humano mismo, de hecho, cuando se habla de una persona no se dice “don fulano de tal, persona de tales características”, sino el ingeniero, el zapatero, el médico, el constructor, el maestro, etcétera, lo cual es un modo de nombrar que representa la forma en que las personas se mueven en el mercado como productores de mercancías, o la forma en que ganan dinero. De igual modo, cuando hay un desastre natural es muy común que los merolicos de radio y televisión informen que es un desastre que arrojó pérdidas de tantos millones de pesos o de dólares, sin darle mucha importancia a las vidas o a las personas mismas.
Otra cosa que es propia del capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. Debido a esto el capitalismo terminó por romper con el principio de solidaridad humana, pues la competencia entre todos por obtener mejores ganancias sin importar que ello implique incluso la ruina de otro, generó que ahora el Hombre no estuviera ya en el centro del sistema, sino que lo realmente importante fuese la ganancia, la mercancía y la utilidad económica y material.
Así, en la escala de valores del capitalismo, las mercancías y el capital ocupan el lugar más elevado superando por mucho al Hombre y sus propias aspiraciones de especie. Esto acarrea como consecuencia dos elementos negativos de grave importancia para su vida: 1) si lo que realmente tiene valor son las mercancías que el Mercado define como valiosas, entonces el Hombre habrá de valer no por lo que es como persona, sino por el tipo de mercancías que posee, tales como casas, carros, ropas, zapatos, yates, perfumes, etcétera; y, 2) si en el capitalismo el valor del Hombre se define por la posesión acumulación de riqueza y bienes materiales que posea, y esa acumulación de dinero o bienes materiales sólo puede ser real si los demás, si los otros miembros de la sociedad lo atestiguan, entonces, el Hombre se convierte en un eterno buscador de aprobación y estima social, al grado tal que no existe como agente social, si no es a condición de que los otros lo miren, lo aprueben y lo acepten como alguien valioso por tener, no por ser..
Del primer elemento se deriva por consecuencia que el Hombre del capitalismo se convierte irremediablemente en un ente consumista; y del segundo elemento, que se convertirá también en un buscador de fama y prestigio social y sobre todo, en un Hombre con una profunda fobia a la opinión pública, o lo que comúnmente se conoce como “miedo al que dirán” (continuará).
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