Ni siquiera una mosca tiene en el planeta tantos ojos como el ciberespacio, porque este ya no es ni siquiera universal, es un metaverso –algo de invisibles pero infinitas dimensiones paralelo o por encima de la realidad visible; otro universo en sí mismo, indefinible, pero existente, dicen sus creadores–, y nada queda ausente de sus ojos ubicuos; la mirada planetaria, simultánea, poderosa y precisa, cuyo registro denuncia los verdaderos –o atribuibles–, rasgos de una personalidad, especialmente en casos de política.
Por ejemplo, si un senador de cualquier país del Tercer Mundo, cuyo encumbramiento (y encubrimiento) fue logrado a base de repetir el mantra de atender, cuidar, fraternizar, identificarse, fundirse y sacrificarse por los pobres, se atiende a cuerpo de rey en la zona costosa de un vuelo a Europa en una de las muchas oportunidades del turismo parlamentaria, no se necesita mucho más para decirle farsante, fullero, mentiroso, comecuandohay. Y hasta cosas peores.
Uno de los peores momentos en la biografía política del presidente de Ucrania, a quien pronto sacarán del cargo tras perder la guerra y las alianzas, se debió a su indumentaria. Llegó a la Casa Blanca con camiseta y pantalones de soldado, como si fuera a un campo de entrenamiento. Ni siquiera a Campo David.
Eso fue suficiente para arrinconarlo de salida, no por fachoso sino porque esa ropa insinuaba una ostentación militar frente al hombre de la eterna corbata roja quien simplemente le censuró la indumentaria. Porque en ella quiso ver una presión para prolongar la ayuda militar tan costosa para el gobierno de Biden.
“Hoy estás muy bien vestido”, le dijo Trump al saludarlo, refiriéndose a la sudadera negra estilo militar de Zelensky, adornada con el escudo ucraniano.
–Cuando acabe la guerra me pondré un traje de civil, explicó más tarde Zelenzky cuando ya no podía remediar el trance. Trump tenía en su descortés indumentaria un pretexto más para empujarlo al vacío. Y lo empujó.
Le hubiera hecho caso a la tía Josefina Rebollo, como te ven te tratan, aunque el hábito no haga al monje, ni lo primero para ser torero sea (o era) parecerlo, etc, etc.
Con mucha frecuencia los cazadores de imágenes buscan en el ubicuo lenguaje de las contradicciones, elementos de contraste entre la conducta y la prédica. Y con mucha frecuencia, también, los encuentran.
Cualquier detalle de indumentaria, uso o accesorio es oportuno –a falta de mejores evidencias–, para crear todo un edificio de valores o antivalores en torno de algo a veces sin importancia, como le sucedió a Kris Noem, quien lució en la muñeca un magnífico Rolex de quince o veinte mil dólares durante una visita a una de las prisiones más horrendas del mundo.
Joseph Bernstein, comentarista de modas del New York Times periódico cuya mira se mantiene sobre Trump y sus afarolados colaboradores, al estilo de la secretaria de Seguridad Interior, escribió en un tono ácido y punzante, disfrazado de candor:
“–¿Qué te pones cuando vas a visitar a una de las prisiones más tristemente célebres del mundo?
“Si eres Kris Noem, la secretaria de Seguridad Nacional que visitó (…) el enorme Centro de Reclusión de Terroristas, de El Salvador (CECOT), la respuesta es una camiseta blanca de manga larga, pantalones grises y una gorra de béisbol con el logotipo del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas”.
Y un Rolex de apabullante resplandor.
Por cierto, si Noem dice en público, todavía falta mucho por hacer, refiriéndose a los desmesurados esfuerzos de México por complacer a Trump, también valdría oro lo que le dijo en privado a nuestra cordial presidenta.
JUEZ
Esteban Solís, sin capital ni padrinazgos, inició su campaña para lograr el voto y convertirse en juez federal por el primer Circuito Judicial con jurisdicción en Coyoacán e Iztapalapa.
Antes fue casamentero, pero entre boda y boda llegó a ser Maestro y Doctorante en Derecho.
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