El jueves por la tarde, los prelados que dirigían el Cónclave en la Capilla Sixtina leían las papeletas tras su cuarta votación. La elección del próximo Papa se inclinaba del lado del Cardenal Robert Prevost, nacido en Chicago, quien fue incrementando los votos a su favor con cada ronda que pasaba.
En contraste, el apoyo al candidato visto por muchos como favorito antes de iniciar el ritual de sucesión papal, el Cardenal italiano Pietro Parolin, se quedó estancado.
La decisión a favor del primer Papa estadounidense de la historia asombró a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, desafió a los mercados de apuestas y puso fin a la creencia de que la Iglesia nunca entregaría su más alto cargo a un ciudadano de la primera superpotencia mundial.
Sin embargo, semanas antes, se discutía sobre la búsqueda de un sucesor que diera continuidad al sueño del difunto Papa Francisco de una Iglesia inclusiva y humilde, pero que mostrara más atención por la tradición católica y una mayor capacidad para dirigir una ciudad-Estado con problemas financieros.
Ciudadano del mundo
Incluso antes de que comenzara el Cónclave el miércoles, un bloque geográfica e ideológicamente diverso de Cardenales había llegado a la conclusión de que tenían entre ellos a un candidato que cumplía con todas las características que buscaban.
“Me sorprendió la cantidad de colegas que me preguntaron: ‘¿Conoce a Robert Prevost?’”, compartió Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York, en una conferencia de prensa junto a otros cardenales norteamericanos el viernes en Roma.
El Obispo de Chiclayo, Perú, era estadounidense, pero muchos de sus partidarios describían al políglota prelado con las mismas palabras: “ciudadano del mundo”.
“El hecho de que fuera estadounidense fue casi insignificante en las deliberaciones del Cónclave, sorprendentemente para mí”, compartió Robert McElroy, Arzobispo de Washington, tras el Cónclave.
Años de experiencia como misionero dieron fama a Prevost como defensor de los pobres y marginados. Aunque a partir de 2023 sirvió en el corazón del Vaticano, los frecuentes escándalos de la Curia Romana – la Administración vaticana- no alcanzaron a manchar su reputación.
El Cardenal Parolin, en contraste, desarrolló la mayor parte de su carrera en el servicio diplomático del Vaticano antes de ascender a Secretario de Estado durante casi 12 años, convirtiéndose en el número dos del Papa Francisco.
Parolin era el favorito para suceder a su antiguo jefe y cumplir los anhelos italianos de recuperar un cargo que han ocupado durante la mayor parte de los 2 mil años de historia de la Iglesia.
Pero como dice un refrán italiano: “Quien entra en el Cónclave como Papa, sale como Cardenal”.
La silla vacía
Los Cardenales que viajaron a Roma tras la muerte de Francisco representaban el legado del difunto Pontífice: el Cónclave geográficamente más diverso de la historia de la Iglesia.
Procedían de 70 países y territorios, tenían edades entre los 40 y los 90 años y hablaban muchos idiomas. Muchos de ellos apenas se conocían entre sí. Y varios más tenían muy poco en común con la Curia Romana, dominada por los italianos.
“Hubo un gran movimiento el segundo día, y no podía ser otra cosa que la gracia de Dios llevándonos hacia este consenso que pensé que tomaría mucho más tiempo alcanzar”, afirmó McElroy.
Parolin superaba a Prevost en la tercera vuelta, pero se hizo a un lado cuando se hizo evidente que no podría alcanzar la mayoría necesaria de dos tercios para ser el nuevo Papa.
Mientras se contaban los votos tras la cuarta y última votación, Prevost bajó la cabeza al escuchar que su nombre se repetía una y otra vez. Cuando cruzó el umbral de los 89 votos, hubo una gran ovación.