“Sábelo, los muertos matan a los vivos”.
Esquilo
Fue un discurso fundamental, no solamente para la campaña electoral y los priístas, sino definitivo para su destino personal. En marzo de 1994, mes del aniversario de la fundación del PRI, lo pronunció Luis Donaldo Colosio en el Monumento a la Revolución. Ese mismo día, pocas horas después, platicamos. Yo estaba en la oficina de Alfonso Durazo, entonces su secretario particular y ahora gobernador de Sonora, cuando salió Luis Donaldo en mangas de camisa, pues se iba a comer con su familia. Sin ningún protocolo, me espetó: ¿”Qué te pareció el discurso?”. Le respondí: “Muy bien, pero solamente te faltó darnos la bendición”. Desconcertado, me invitó a pasar a su oficina, no sin antes advertirme que tenía poco tiempo, pues ya lo estaba esperando Diana Laura y su hijo.
Le expliqué: “La colocación de las mamparas en el escenario, con la luz y el sol, reflejaban en tu espalda una sombra en forma de cruz; aquello no parecía un templete sino el altar de una iglesia y tú estabas al pie de la cruz”. “No es posible, son imaginaciones tuyas, de Queretano”. Comentó y al mismo tiempo que levantaba el teléfono y le llamaba a su director de comunicación, Orlando Arvizu. Le ordenó: “Tráeme de inmediato todas las fotografías del acto, en diversas perspectivas”. Aproveché el tiempo para preguntarle: “¿El Presidente conoció antes el texto?”. Luis Donaldo no me respondió, nos cubrió un silencio incómodo, estaba consciente que Colosio no quería responderme. A los pocos minutos llegó Orlando con diversas fotografías panorámicas.
No estaba mal en mi apreciación, no se trataba de una cruz que exigiera una especial imaginación espacial, era una cruz perfecta. Los malos presagios eran inevitables. Para relajar el ambiente, le dije: “Si no ganas las elecciones, te puedes reciclar profesionalmente y dedicarte a predicador en Sonora”. Luis Donaldo se rió y aproveché para volverle a preguntar: “¿Luis Donaldo, le pasaste el discurso a Salinas, antes de decirlo?”. Sólo me respondió: “Otro día platicamos”. Al no responderme era obvio que Salinas no lo conocía. Días después, ante el frío distanciamiento del Presidente y su círculo cercano en relación con la campaña, avalaba mi sospecha. ¿Qué había sido lo que había calado en el ánimo presidencial? Vale recordarlo, pues representa el legado político de Colosio, a los priístas y al país que, además, permanece aún vigente.
Antes quisiera hacer una aclaración, que la hice desde el primer momento que la escuché. Un amigo ¿o un enemigo? Circuló el rumor de que yo había metido la mano en ese discurso del Monumento a la Revolución. Falso de toda falsedad, no metí ni la mano, ni un dedo, ni la uña. Tengo entendido que los redactores, además del propio Luis Donaldo, fueron Cesáreo Morales y Samuel Palma.
El discurso partía de un diagnóstico, la frase que resumen su pensamiento, la recordó recientemente el hijo de Luis Donaldo: “Veo un México con hambre y sed de justicia”. La frase completa agregaba: “Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla”. Inevitable recordar a López Obrador, que afirma que su “superioridad moral personal” está sobre cualquier ley,
Donaldo en privado era un romántico, le gustaba la poesía y hasta declamar, políticamente era un idealista, pero sabía de las debilidades de los soñadores y procuraba siempre vacunarse de ese riesgo. Ante cualquier cuestión siempre exigía propuestas concretas que permitieran resolver las preocupaciones de la gente de carne y hueso; en el aquí y en el ahora. Afirmaba: “Tenemos los priístas una ideología rica, pero debemos; hermanar, la reflexión y la acción. Remataba: “La sociedad no admite nuevas demagogias para combatir las pasadas”.
El diagnóstico de su discurso de marzo, se expresaba empezando con “Veo”, complementó con las propuestas que se iniciaban con la frase: “Es la hora”. Debemos tomar en cuenta que las propuestas las expresó hace treinta años, algunas son actuales y, sin duda, ahora faltarían otras. Dijo: “Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República; es la hora del poder del ciudadano; es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades. Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad. Es la hora de la Nación. Es la hora de ser fuertes todos haciendo fuerte a México”.
En el organigrama del partido yo era algo así como Coordinador de Evaluación de la Campaña. Los integrantes del rimbombante nombre, trabajábamos en una pequeña oficina en el piso que despachaba Colosio. El equipo estaba integrado por Mauricio Farah, Ángel Trinidad Zaldívar, Roberto Calleja, Efrén Ortíz Villaseñor. Ana María Güemes y Jorge Moreno Collado, que luego pasó a la secretaría particular de Colosio. Todos los días acordábamos con Durazo y en ocasiones, cualquiera del equipo, según su especialidad o investigación, acordaba personalmente con el candidato. Días antes de su última gira me llamó,
Faltaban unas cuantas horas para que saliera, si mal no recuerdo a Sinaloa, Baja California y terminaba en Sonora, en su tierra Magdalena, lo que representaba la culminación de una campaña tiroteada desde las más alturas, dentro y fuera del gobierno y del PRI. Me recibió risueño y de buen talante.
Vale señalar que Colosio en su trato externo mantenía un severo control personal. Woldenberg destacaba, entre otras cosas, la firmeza de carácter de Colosio para mantenerse sereno y remar en contra de la corriente. “¡Cuántos precandidatos cayeron por carencia de esta cualidad! No soportaron la presión, se alteraron y cometieron graves errores”. Ortíz Arana, en esos momentos Presidente del PRI, me comentaba en privado su admiración por el control que tenía Colosio sobre sí mismo. En fin, Colosio era un convencido de la tesis de los españoles, que afirman: “El rey es la clase de persona que no se mueve ni se traiciona por movimiento alguno, aunque tuviese un gato metido en los pantalones».
Este mérito es más de destacar, pues Colosio era esencialmente un hombre intenso y apasionado. En privado, lógicamente se soltaba más, los acuerdos se desarrollaban en ocasiones en un intercambio vehemente, que a veces él parecía provocar. Ese día antes salir a su última gira me recibió. Aún no estaba frente a él y me lanzó un: “¿Cómo andamos?”. Respondí: “La mayoría de la crítica, interna en el partido y externamente en la prensa, es sobre la afirmación de que quieres destruir el PRI. Incluso en Excélsior, (En esa época el periódico con más influencia en la opinión pública), un artículo se tituló: «¿Postuló el PRI a quien desea destruirlo?». Afirman que como Presidente del PRI fuiste muy tímido al hacer sus reformas”. Me interrumpió: “Muy bien ¿Hay otro tema?”. Respondí: “Sí, critican que tus proclamas en favor de las comunidades indígenas, dicen que son totalmente oportunistas”.
Las críticas le borraron la sonrisa y me preguntó: “¿Tú, personalmente, tienes alguna sugerencia?”. Sí, le respondí: “Creo que tu discurso debe poner más en el acento en las clases medias”. Sonrió y agregó: “Tu propuesta responde a tus inclinaciones sectoriales (Efectivamente, yo venía de la CNOP) Por supuesto que lo haré, las clases medias son fundamentales. Tú has escrito sobre el tema, mándame unas tarjetas. Ahora, en primer lugar, cuando presenté el discurso yo enfaticé, creo que no lo suficiente, que eran propuestas para debatir”. Lo interrumpí, Jaime Sánchez Susarrey, escribió sobre el tema: Le di una tarjeta en que transcribía parte del artículo de Susarrey:
“Los rasgos de la propuesta política de Colosio, sin mesianismos, sin caudillismo. Una propuesta moderna y democrática, presentada a la opinión pública no como la única y singular salida a los problemas del país, sino como un proyecto entre otros tantos; dispuesto a discutirlo y compararlo”
Terminó de leer la tarjeta y agregó: “Por supuesto, Eso fue lo que dije en ese discurso y en otros. En el orden de las criticas que me mencionas. Mentira que hasta ahora esté pugnando por el cambio de las relaciones con el gobierno. Tú fuiste a la XIV Asamblea, de seguro te acuerdas “. “Claro” – le respondí- incluso escribí un editorial de lo trascendente de tu diagnóstico. Hablaste sobre la insegura relación del PRI en sus relaciones con el gobierno. Que la sociedad ya está cansada de ser solamente la voz del gobierno y quiere conocer la posición del PRI frente a los problemas nacionales. Para eso debemos tener voz propia”. Agregó: “También ya se les olvidó que en marzo de 1990, el partido organizó un encuentro Nacional de Pueblos Indígenas en La Ventana, Chiapas. ¿Fuiste tú? -Con la cabeza lo negué- Pues yo lo inauguré, revisa el discurso para que vean que estaba perfectamente cuenta de la deuda que tiene el gobierno en este sector tan importante para nuestro país”. Guardó un breve silencio y agregó: “Estoy en una campaña electoral, no me voy a pasar el tiempo respondiendo a las críticas. A la vida pública le falta diálogo entre todos los actores. Yo le pido a los funcionarios relacionados con los temas que están en los medios y también le pido a los miembros del partido, respondan; debatan. Me dan unas respuestas, que de seguro tú has escuchado varias veces con los miembros del PRI que escriben. Se excusan diciendo, ese editorialista crítico no tiene autoridad; además nadie lo lee. Me dicen: si les respondes, lo único que vas a hacer es darle más difusión a la crítica. La vida pública se desarrolla en medio de puros monólogos. En fin, ahora déjame platicarte algo que me tiene especialmente preocupado y no sé la forma de abordarlo y quiero que me ayudes”.
“Es algo de lo que yo estaba consciente en la práctica política, que lo comprobé como Presidente del Partido, pero que como candidato a la presidencia, ya todo adquiere una dimensión mayúscula. El origen de todo esto, puede ser la idea de un Presidente infalible y todo poderoso. Lo que he llamado, las “perversidades del sistema”. En ese momento me volví todo oídos, con el trágico desenlace de la campaña, posteriormente apunté en tarjetas lo que me dijo, por eso lo puedo repetir con más o menos fidelidad literal. Dijo:
“Estamos invadidos por la simulación, resultado de una subordinación prácticamente incondicional; dominados por el elogio al poder y al mimetismo. De pronto, a veces en aparente en tono de broma, me dice una mujer o un campesino; “Los que no son priístas dicen que los políticos son como los plátanos, no hay ninguno derecho”. Se ríen y yo quedo muy preocupado, nosotros vivimos por la política, de la política y para la política. Hay una actitud aduladora, taimada y humillante hacia cualquier poder.
No podemos aceptar este concepto que refleja el juicio de una realidad política de profunda degradación moral. Algo tenemos qué hacer, además, de por el momento hacer una campaña con propuestas realistas que podamos cumplir. Tomé la palabra.
-Luis Donaldo, no se te olvide que en su campaña a la Presidencia, Miguel de la Madrid, consciente de lo que tú dices, promovió lo que llamaba la: “Renovación Moral del País”. Todo acabó en un mayor desprestigio sobre los políticos”. Luis Donaldo respondió: “Tienes razón y ya lo he dicho, la sociedad no admite nuevas demagogias para combatir las pasadas». Pero el fracaso de ese tema, con lo de la Renovación Moral, no debe obligarnos a quedarnos con los brazos cruzados. Tenemos que acabar con la simulación, no podemos ni debemos aceptar el desprestigio del quehacer político».
“Critican que mi campaña no levanta, no niego la responsabilidad que yo pudiera tener, pero la atmósfera es de una falta de credibilidad a la política, a los políticos. Hay una desconfianza absoluta. Las campañas se observan como rutinas inútiles, derroche de dinero superfluo. Al final piensa la gente nos olvidaremos de las promesas y actuaremos como se nos dé la gana. Hay un escepticismo total hacia las campañas y estoy seguro abarca a todos los que aspiran a un cargo de representación”.
“Bueno, Luis Donaldo, -intervine- El descrédito de la política es mundial. En Estados Unidos dicen que es más confiable un vendedor de autos usados que un político”. Me interrumpió. “Pues sí, el descrédito a la política puede ser mundial, pero no podemos resguardarnos bajo la conseja de “Mal de muchos…”. No le encuentro la punta al hilo, no sé qué se pueda hacer para…” Lo interrumpí y lo quise enriquecer: “Hacer algo para adecentar la política”. Ahora fue él quien me interrumpió: “Eso de adecentar es un concepto muy común en tu tierra, los del Bajío. Tiene algo de despectivo, de aristocrático, al final los ricos son los únicos decentes. Otro debe ser el nombre de esta cruzada”. Frustrado, porque ni él ni yo encontrábamos el concepto se paró y me encaminó a la salida, en el umbral me dijo:
“ Hubo una frase de mi discurso que no ha ameritado mayores comentarios: ¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, la corrupción y a la impunidad!». Nadie ha dicho nada al respecto. Tal vez porque la sensibilidad a críticas al gobierno, ahora está muy a flor de piel. De lo que se trataría sería de elevar la honradez, el civismo, la moralidad pública, en suma; la ética política. Sería algo más que una campaña, habría la necesidad de que interviniera la Secretaria de Educación fortaleciendo la materia de civismo; los partidos políticos con sus comisiones de honor; la iniciativa privada, los empresarios. Esta cruzada, como va relacionada con la cultura, toma mucho tiempo, de seguro ni tú ni yo veremos los resultados. Todo lo relacionado con la moralidad pública, con ética política, tiene que abarcar todos los aspectos y a todos. Por supuesto la mayor responsabilidad es de nosotros, los políticos, que estamos en el aparador”
Abrió la puerta, comentamos algo de nuestra vida personal y nos dimos un abrazo. La siguiente vez que lo vi, fue muerto en un hospital de Tijuana.
Treinta años después de su desaparición, sin duda el gran pendiente es lo que fue su preocupación final: la ética política. Con un Presidente identificado como el gobernante más mentiroso del mundo; blindado a cualquier verdad que él no reconozca. En este sexenio no solamente no hemos avanzado sino que hemos retrocedido, al grado del cinismo y la desvergüenza. Lo peor, Lady Anticarisma, se ha revelado como una fiel seguidora del Presidente. Un solo ejemplo: Se presentó en público con una falda con una estampa de la Virgen de Guadalupe. Si hay alguien que está convencido que la Señora Sheinbaum ya olvidó sus orígenes, sino que además ya renegó de su confesión pública de que es totalmente agnóstica. En fin, si hay alguien convencido de que la Señora Sheinbaum es Guadalupana. Me permito informarle, que ya está listo para estar también convencido de que Santa Claus sí existe y que López Obrador respetará el resultado de una elección aunque le fuera adversa.
Con el crimen de Luis Donaldo se cumplió, esa que parece ser una ley fatal en la historia: el árbol de los ideales de los pueblos, sólo crece, cuando es regado con la sangre de sus mejores hombres. Tuvo razón Diana Laura, cuando al enterrar a Luis Donaldo dijo: «Las balas del odio, del rencor y de la cobardía interrumpieron la vida de Luis Donaldo; dieron fin abrupto a su existencia, pero no a las ideas por las que luchó». Mientras los pendientes de Luis Donaldo sigan sin respuesta, Luis Donaldo seguirá vivo y vigente. La mejor forma de honrarlo será recordarlo.