Su cine ha sido siempre una muestra en pantalla grande de lo que los seres humanos somos, sentimos y hacemos; refleja el pensamiento de un hombre que, aunque Made in USA parece venido en el túnel del tiempo, hombre de la Ilustración que devela en pequeños gestos, la compleja humanidad que somos los hombres y mujeres del siglo XXI. Un señor del primer mundo que entiende al resto como lo hacen los abuelos: más allá del bien y del mal; apenas hay tiempo para un tomar un pequeño bocado y no el pastel completo como se atienen las juventudes.
Desde sus primeros pasos por esta larga trayectoria, se armó una personalidad legendaria que fascinó como el movimiento de sus labios en lo que bailaba, de un lado a otro una delgada colilla de habano que encendía raspando un fósforo en la suela de sus botas, lo que nos hace entender lo añoso impreso en ellas. Era Blondie en el spagetti western más famoso de Sergio Leone: El Bueno El Malo y El Feo (1966).
Clint Eastwood a sus 94 años se perfila como el gran sabio de esta aldea mundial en la que su cine son grandes lecciones de la ética de nuestro tiempo en el que las líneas del maniqueísmo se borran mañosamente por obra y gracia del poder y el deseo.
Ya lo había hecho en varios de sus filmes, aun de historias de amor en las que la renuncia es la mejor decisión como en Los Puentes de Madison (1995) o en Gran Torino (2008) en la que un veterano de la guerra de Corea se torna defensor de una familia de migrantes orientales acosada por la delincuencia. Y se podrían enumerar algunas historias más en las que ha develado la intimidad de las experiencias traumáticas de cualquier adolescente, lo que le valió el reconocimiento fuera de su tierra como fue Río Místico (2003) en el que destaca un elenco inigualable como Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon. Sus premios y nominaciones ya son incontables como su trayectoria como actor, director y productor. Muy en su estilo, nuestro actor-director le presenta a la sociedad norteamericana en La Mula (2018) un espejo en el que contradice el pensamiento común que los responsables del narcotráfico son ajenos a la ciudadanía cara pálida, pues un gringo es el despreocupado transportista de la droga de un cartel mexicano, historia que nació de una nota periodística.
Así, El Jurado #2 (2024) en las entrañas de un juicio por asesinato, un joven alcohólico rehabilitado y en espera de su primer hijo, es designado para su infortunio como uno de los 12 elementos del jurado. La asepsia con que se llevan a cabo las reuniones en las que se debate la culpabilidad o no del acusado, son parte del protocolo que se impone en la justicia norteamericana. Sin embargo, la división entre el sínodo para emitir su veredicto es un elemento que enerva a los protagonistas.
En ningún lugar del mundo la justicia como sistema ha llegado a ser perfecta. Si la justicia norteamericana cree que lo es, este streaming exhibiéndose en plataforma, muestra que no es así. Si en nuestro país se ha apostado a que el Poder Judicial mejorará sus supuestos sustancialmente, el tiempo lo dirá. El Jurado #2 expone las muchas maneras en las que la ética social se ve comprometida por las ambiciones personales, ambiciones que nada tienen que ver con el poder económico, pero sí con la política y eso me parece es lo que menos quieren ver quienes promueven la reforma judicial en México.
Sin duda, el bien más preciado: la libertad. Lo demás es deseo. Un padre atrapado en la culpa y una mujer atrapada por el poder, ambas víctimas de una sociedad que exige lo que no puede dar sino apenas un poco de tranquilidad de conciencia; a nuestro parecer, la filosofía que se encuentra en el fondo del discurso fílmico de un incansable Clint Eastwood es: hacernos entender las muchas aristas filosas, agudas y dolorosas que se encuentran en la experiencia humana.