Si juzgamos a la política con las clases de teatro que impartía Luisa Josefina Hernández, nadie nos vería la cara a la hora de decidir el destino de un país. Es fácil detectar la mentira de la verdad, y viceversa, cuando alguien quiere, desea, persigue el poder. Olvidamos los géneros teatrales con los que un espectador sensible descubre usos y costumbres de un pueblo, y las razones y sinrazones por las que un personaje pretende gobernar la nación.
La política pasa por la farsa, la comedia y el melodrama de manera habitual. Pocas veces utiliza el género de la pieza o el teatro didáctico brechtiano para alcanzar objetivos. De la tragedia y tragicomedia conocemos mucho, por Shakespeare. El melodrama al estilo López Portillo lo hemos superado, cuando el presidente llora en su informe de gobierno y dice que defenderá al peso como un perro. La farsa más grande la vivimos con Salinas de Gortari, que contó con apoyo de intelectuales embelesados porque el mandatario sacaría a México del hoyo. O la comedia de Vicente Fox, un invento al que el voto útil orilló a la nación al más desastroso despertar, que continuó hasta la farsa más descarnada de Felipe Calderón. Con Enrique Peña Nieto regresó la tragedia nacional del priismo que, por fortuna –todo indica–, no regresará.
Con el advenimiento del realismo en el siglo XIX surgieron los rusos: Anton Chéjov con El jardín de los cerezos. El género de la pieza se impuso. La era industrial asomaba sus narices y los hacendados poderosos daban paso al mundo empresarial. El entorno rural caía, en picada. Las clases sociales variaban dando paso a las clases medias. Conste: hablo de la Rusia de hace más de un siglo; México apenas empezaría su revolución. México pasaba el martirio de la tragicomedia, en todos sus estilos y estereotipos. Cuánta falsedad en nuestra historia por la lucha de poder…
Hoy México se asoma al género de la pieza, con el mandatario en turno. Ignoramos el final de la obra porque el presidente lucha contra molinos de viento, en este caso intelectuales y medios de comunicación que aun resisten las posibilidades de cambio.
Luisa Josefina no es responsable de mi comprensión de sus clases de teatro, pero sí de mi sentido homenaje.