En las mesas de novedades vuelve a estar Emil Cioran. Nunca se ha ido de las librerías, es cierto, pero dos reediciones suyas simultáneas no son algo común y corriente. Me refiero a su Breviario de podredumbre y Del inconveniente de haber nacido, dos obras que nos trae de regreso Taurus (dado que este sello lo edita desde los años setenta) ahora dentro de su colección Clásicos radicales.
Estoy convencido de que Cioran es un clásico, pero no estoy completamente seguro de que sea uno que practique o que se acerque a la idea de lo radical. Es algo que me permitiré, humildemente, discutir más adelante; pero como primera providencia sólo cabe agradecer a este sello español que vuelva a poner a este filósofo (por llamarlo de algún modo) en la mira de los lectores más jóvenes.
Del inconveniente de haber nacido fue traducido para Taurus por la mexicana Esther Seligson, escritora poeta y gran traductora que desafortunadamente no está más entre nosotros. Se trata de uno de los textos cruciales de Cioran, uno que tiene en el estilo aforístico su mayor filo, junto con la destreza quirúrgica de la palabra exacta y la sensación (falsa) de que puede ser citado siempre para hacernos pasar por pesimistas o, mejor, realistas ilusionados.
También está disponible como novedad editorial su Breviario de podredumbre, traducido y presentado magistralmente por Fernando Savater, quien es uno de los que mejor han explicado el pensamiento y la prosa de Cioran en Hispanoamérica. Sabedor de que su admirado autor no tiene “escuela ni progenie “ y que lo que, en todo caso ofrece al lector es la “experiencia de la vaciedad”, Savater concluye que la desesperanza de Cioran hace de él un autor que no tiene “ vocación de curandero (…) no puede ser moralista. Lo que le importa, lo que se le impone, por un retortijón incontrolable de sus vísceras, es aliviarse del nebuloso malestar que le recome y diferencia, utilizando para ello la escritura”.
Diríase que lo de Cioran es puro nihilismo, pero antes que eso está la ironía que examina Savater, y cierto humor y risa que lo salvan “del sermón de los ejercicios espirituales”. Seguramente es esto también lo que lo salva de los sistemas filosóficos, lo cual no es ni de lejos algo que le resultara insultante o incómodo; de hecho, el mismo Savater recuerda que él le llamó “nihilista”, pero Cioran le respondió: “no estoy muy seguro de ser nihilista. Soy más bien un escéptico al que tienta, de vez en cuando, otra cosa que la duda”.
Y si se puede poner en entredicho su condición de filósofo y, concretamente, de nihilista, creo que contra lo que pudiera pensarse o desprenderse de muchos pasajes de su obra, sería un tanto exagerado atribuirle alguna radicalidad intelectual. Por supuesto, la fuerza de su discurso y su penetrante capacidad para poner todo de cabeza (justo cuando lo creíamos bien ordenado), requiere de una postura tan intransigente como la que exhibe sin ningún remordimiento en toda su obra, pero eso no deriva necesariamente en una radicalidad que pudiéramos emparentar con la de algún endemoniado dostoyevskiano ni tampoco con la de un anarquista; vaya, ni siquiera con la de un suicida.
En De el inconveniente de haber nacido, tal vez Cioran nos da la clave que lo aleja precisamente de cualquier escenario radical: “Montaigne, un sabio, no tuvo seguidores; Rousseau, un histérico, alborota aún a las naciones. Sólo me gustan los pensadores que no han inspirado ningún tribuno”.
Antes, en una frase llena de oscura sabiduría, nos alerta acerca de lo que podrían ser los liderazgos “salvadores”, recordándonos que él precisamente no quiere seguir a nadie, o que más bien no podría hacerlo: “nada más lamentable que dos profetas contemporáneos. Uno de ellos debe eclipsarse y desaparecer, si no quiere exponerse al ridículo. A menos que caigan los dos, lo que sería la solución más justa”.
Su pensamiento puede parecer –y lo es— terrible y lúcido a un tiempo, y eso hace que se distancie por completo de cualquier proyecto de liberación o emancipación, como el que gustosos propondrían muchos radicales. “ Mi visión del futuro –anuncia– es tan precisa que, si tuviera hijos, los estrangularía en el acto”.
He usado de pretexto el título de la maravillosa colección Clásicos radicales, de editorial Taurus, para acercarme a un Cioran nada radical, en tanto se halla más comprometido con la nada, si es que con un pensador de su estirpe es válido suponer algún tipo de compromiso.
El genio de Cioran está por encima de las clasificaciones y aun de los reclamos por su falta de “congruencia” con un sistema de ideas, gestos o actitudes. El ensayista Fritz J. Raddatz contó que un día vio a Cioran “contento y aliviado” porque unas radiografías lo mostraban sano; al cuestionarle este estado de ánimo, contradictorio con su permanente exaltación de la muerte, Cioran le contestó: “Sí, pero valdría más que yo muriera de mi propia muerte”. Y estoy seguro que lo consiguió.
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez