En este mar turbulento que es el fútbol, los aficionados de Chivas tienen derecho a soñar, a imaginar que por fin su equipo —el más mexicano de todos— podría tocar la gloria de nuevo. Pero cuando el viento sopla desde Europa, uno se pregunta si no estamos simplemente comprando espejitos, esperando que en la caja llegue algo más que polvo. El regreso de un técnico español al banquillo del Rebaño, en este caso Óscar García, es el reflejo de una obsesión por importar fórmulas extranjeras que, hasta el momento, solo nos han dejado con el sabor amargo de la decepción.
Óscar García, un hombre que lleva casi una década rondando de club en club, sin conseguir aferrarse a ninguno por más de un suspiro, llega como una esperanza y, al mismo tiempo, como un eco de tantos intentos fallidos en el pasado. La historia de este entrenador no está escrita con tinta de éxitos, sino con la sombra del fracaso, de ese gusto amargo de las promesas no cumplidas. Desde que comenzó su carrera en el fútbol profesional, ha dirigido a nada menos que nueve equipos. Nueve… y su mayor logro ha sido, si acaso, una corta estancia en el Salzburgo, equipo de la liga austriaca, que tampoco duró más de dos temporadas.
Es fácil entusiasmarse con las palabras de un entrenador que viene de Europa. Las referencias a su paso por la cantera del Barcelona suenan como un himno para los que creemos que el sello de “La Masía” es una vara mágica que se transmite a todos los que lo tocan. Pero la realidad es más compleja. Este técnico no ha demostrado, ni en su estilo ni en su trabajo, que haya captado lo mejor de ese fútbol al que algunos denominan “de autor”. De hecho, su palmarés, una larga lista de fracasos, es como un campo de batalla donde las derrotas son las que mandan, y las victorias son más bien un espejismo.
Con un historial de más derrotas que victorias, el fútbol de García parece tener una tendencia a la melancolía, como si hubiera aprendido a perder con más elegancia que a ganar. Y es que, en la balanza de su carrera, los clubes que ha dirigido le dejan una carga pesada: su promedio de permanencia en cada institución no supera el año. Ese dato es elocuente, más que cualquier cifra de partidos ganados. Es como si cada proyecto fuera solo una parada más en un largo y agotador viaje sin destino claro.
Y aquí llega el problema. Chivas no necesita otro técnico que solo busque escapar hacia un nuevo destino, que se aferre a la excusa del “proceso” como justificación por cada derrota. Necesita en el banquillo a alguien con raíces profundas en la institución, que entienda la pasión de un país que respira fútbol, que viva el “sentimiento rojiblanco” como una razón de ser. El Rebaño Sagrado no es una cantera europea, ni una institución que pueda ser dirigida a golpe de estrategias sacadas de un manual técnico frío y distante. Chivas es un equipo con historia, con corazón, con una afición que exige resultados y dignidad.
La llegada de Óscar García es un retorno a una vieja tendencia en el fútbol mexicano: el intentar copiar lo que no se comprende. Los dirigentes, en su afán por darle un aire europeo al equipo, olvidan que el fútbol mexicano necesita algo más que fórmulas foráneas. Necesita, por encima de todo, identidad. Y esa identidad no se la dará un técnico que parece más cómodo con la maleta a cuestas que con un proyecto a largo plazo.
Es difícil no ver en esta contratación un nuevo espejismo, una promesa que resplandece solo porque se adorna con el halo de lo extranjero, sin que se le haya visto realmente rendir en sus equipos anteriores. Chivas no necesita una cara bonita en el banquillo; necesita resultados, pasión y un fútbol que resuene en cada rincón del país. Lo que se nos ofrece, una vez más, es una ilusión que podría no ser más que otra decepción.
Así, mientras el técnico español se prepara para tomar las riendas de lo que es, sin duda, un desafío monumental, los aficionados se quedan mirando el horizonte, preguntándose si este será el hombre que finalmente devolverá la gloria al Rebaño. Pero ya no basta con seguir apostando a la suerte de los extranjeros. Chivas necesita mucho más que un nombre de renombre; necesita una historia que se escriba con victorias y con alma mexicana. Y para esto, Chivas no solo debe enfocarse en el banquillo, Chivas debe mirar hacia la cancha, a esos once hombres que, con todo respeto, no están a la altura del legado que esa camiseta exige. Los mejores futbolistas mexicanos ya no quieren vestir esa camiseta, porque el alma de Chivas, la mística que un día fue, ya no tiene la fuerza para atraerlos. Y, repito, mientras los dirigentes se pierden en las estrategias de los banquillos, la realidad es mucho más dura: los mejores jugadores mexicanos ya no sueñan con jugar en Chivas. Ya no les interesa. Ya no viste jugar ahí. Punto. Esa es la verdad, por mucho que queramos darle vueltas.
Los aficionados de Chivas decimos: por favor, más futbol y menos espejitos.