Decía Coco Chanel: “la moda no es un arte, es un oficio. Que el arte haga uso de la moda, es más que suficiente para la gloria de la moda”. Dirán algunos que con eso se conformaba la famosa diseñadora, y no faltarán otros, lo mismo modistas que artistas, dispuestos a discutir esta sentencia cuyos términos, por supuesto, también pueden ser invertidos, toda vez que la moda hace uso del arte y que humildemente muchos artistas parten de la idea de que su arte es ante todo un oficio.
Lo cierto es que Chanel puso sobre la mesa las claves esenciales para un largo debate que se renueva cada que la prensa nos informa, por ejemplo, de la muerte de un grande de la moda, como acaba de suceder con el fallecimiento de Giorgio Armani. Algunos periodistas lo llamaron artista, otros simplemente modisto. No creo poder resolver aquí esta cuestión, además de que para muchos otros ni siquiera es ya un asunto polémico. Hace más de una década, en el diario español abc, Laura Revuelta explicaba con múltiples ejemplos este fenómeno:
“Si Yayoi Kusama, artista japonesa que expuso recientemente en el Museo Reina Sofía, acaba de diseñar un bolso para la firma de lujo Louis Vuitton (y no ha sido la primera ni será la última), y ha llenado la fachada de su tienda en la Quinta Avenida de Manhattan de lunares, su seña de identidad […] Si la Fundación Mapfre, de Madrid , abre las puertas al modisto francés Jean Paul Gaultier…”
Y así hay muchas más muestras de cómo arte y moda aparecen fundidos en una sola presentación. Pero la explicación que daba Revuelta es bastante material y lógica: “… la argumentación responde a causa tan prosaica como la supervivencia pura, dura y hasta cruda […] El lujo busca legitimarse con el arte y los museos necesitan cash , que diría un adicto al lujo. Y no voy a ser yo quien tire una piedra condenatoria , porque con las cosas de comer no se juega. Pero no nos liamos, ni liemos. El arte es arte y la moda, moda”.
Pero más allá de la (legítima, por lo demás) búsqueda del cash, con su apertura al universo de la moda los museos han profundizado la confusión sobre la naturaleza última o esencial del arte. Si nos apartamos de la ortodoxia estética, es obvio que todo diseño es una creación, aunque haya sido producido por encargo o en aras de un negocio extraordinario. En esas bazas resulta tan frívolo (o tan “inspirador”, según se lo vea) gastar 200 mil dólares en un cuadrito de Andy Warhol que en un atuendo otoñal de Giorgio Armani. Y los dos, como se sabe, han tenido lindas exposiciones en museos tan importantes como el Guggenheim.
La distancia o cercanía de la moda con el arte está siempre en entre dicho por varios factores que efectivamente poco o nada tendrían que ver con el arte: la producción masificada y fabril; el consumismo dirán unos, la superficialidad comentarán otros; como si el arte “puro” de las galerías no conociera una y otra cosa, y a veces del modo más descarado y arbitrario.
Para María José Guzmán, en un artículo de la revista Código, la cosa es clara: “obviamente creadores como Coco Chanel, Yves Saint Laurent, Christian Dior, Cristóbal Balenciaga y Karl Lagerfeld rompieron esquemas con sus diseños. Sus prendas no solamente son dignas de estar en cualquier museo del mundo, sino que escribieron historia, rompieron paradigmas, revolucionaron maneras de verse y de pensar, abrieron brecha hacia lo que hoy conocemos como moda. Su obra inspira, te hace reflexionar, te invita a cuestionarte, te genera sentimientos. Al ver los performances de Alexander McQueen, la piel se pone de gallina, los ojos se humedecen y el corazón se agranda. Y eso es precisamente lo que genera el arte”.
Sí, en parte, aunque también las telenovelas te pueden poner “la piel de gallina”, hacer que llores y que sientas incluso que “el corazón se agranda”. Siento entonces más matizado, pero no menos optimista, lo que decía también hace unos años Fernanda Rodríguez, en la revista Noise Mag: “estamos en un momento óptimo para que artistas y críticos contemporáneos empiecen a hablar de moda y de su poder. Que la critiquen, la juzguen, la potencialicen. Que la usen para hacer declaraciones filosóficas, de género, de feminismo y más […] Entiendo que para muchos, el mundo de la moda y el mundo del arte sean dos sistemas muy distintos, sin embargo, existe una relación simbiótica entre ambos. La moda es una manifestación de arte y comunicación, una vía que nos ayuda a expresar quiénes somos en una comunidad y al mismo tiempo refleja nuestra individualidad. Tiene el poder de trascender culturas, lenguajes, tiempo. La moda, al igual que el arte, es pasión para muchos, es energía. Las dos son parte de la cultura visual de la humanidad y tienen la misma fuerza expresiva en la sociedad. La moda es arte, pero es momento de empezar a examinarla como se merece”.
Es interesante, pero no creo que necesariamente tengamos que valernos de la moda o del arte para “expresar quiénes somos en una comunidad”, ni tampoco creo que, en términos generales, la moda (a diferencia del arte) tenga mayor trascendencia que aquello que –justamente– la hace ser tal, es decir, algo cambiante y “de temporada”.
Lo que sí es cierto es que la moda ha sido la gran acompañante de cada época. Su trascendencia va aparejada a cada momento social y cultural de la humanidad. El “pequeño vestido negro” de Coco Chanel en 1927 suponía la aparición, ciertamente, de una “nueva mujer”, la “flapper”, libre, consumista, desinhibida, atrevida si las hay. Pero, ¿qué fue primero, la flapper o la indumentaria de Chanel? No hay tal problema, creo: venían juntas con aquella década loca.
En esto, como en otros temas, es fundamental no perder la perspectiva de los hacedores de la moda. Y aquí tenemos nuevamente la sabiduría de Coco, expresada de modo incomparable a través de la prosa de Paul Morand en el libro El aire de Chanel:
“ Hay que hablar de la moda con entusiasmo, pero sin exagerar; y sobre todo, sin poesía, sin literatura. Un vestido no es ni una tragedia, ni un cuadro; es una encantadora y efímera creación, no una obra de arte eterna. La moda tiene que morir, y deprisa, para que el comercio pueda vivir […] Entonces, ¿en qué consiste el genio del modisto? El genio consiste en prever. Más que el hombre de Estado, el gran modista ha de tener una gran visión de futuro. Su genio consiste en crear en invierno, vestidos de verano, y a la inversa. Cuando sus clientas están tomando el sol en verano, él está pensando en el hielo y la escarcha”.
Y eso no es poco, aunque los museos nos hagan pensar otras muchas cosas.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez








