Una causalidad es la sucesión de causas y efectos relacionadas con un hecho, mientras que la casualidad es una supuesta causa de los sucesos, no debidos a una necesidad natural ni a una intervención intencionada, esto según el diccionario del uso del español de María Moliner.
En política no hay de estas últimas, por eso, explicar por qué una región que se preveía hostil al proyecto de Morena, y como pudo ésta, perder tanta presencia en la Ciudad de México y su zona metropolitana, tiene que ver con causalidades y no con casualidades.
No es casual lo del centro del país, pues ninguna entidad y región acumuló tantas muertes y hospitalizaciones durante la pandemia como la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, por ende, nadie sufrió más la carencia de oxígeno, de medicamentos, o de la deficiente actuación del Registro Civil que convirtió en un viacrucis el enterrar o incinerar a sus muertos.
Igualmente en ninguna parte se vivió con la misma intensidad el movimiento femenino por su seguridad y el insultante desdén presidencial; el desempleo, el cierre de negocios, la poca empatía del gobierno con los pequeños y medianos empresarios, y sin extendernos más, en ningún otro lugar los pequeños fuegos que prendió el gobierno, con los intelectuales y becarios de Conacyt, con los beneficiarios de los fideicomisos dedicados a la cultura y las artes, al deporte; con los padres de niños con cáncer sin medicamentos etc., y si a ello le sumamos el incendio en el centro de control del metro con la consecuente interrupción de servicio por días, el derrumbe de la línea dorada y sus 26 muertos, que tienen causas probadas y no son casualidades explican los resultados. La oposición no derrotó a Morena y es inútil que pretendan cargar a los medios la pretendida manipulación de la clase media, pues el presidente tiene más exposición mediática que todos los medios juntos y sobre todo una capacidad para generar distractores incomparable.
Por otro lado, no es casualidad que el noroeste de la república se haya pintado de morado, cuando la mayoría de las encuestas publicadas reflejaban escenarios de competencia cerrada y eventuales triunfos de la oposición en Baja California Sur, Sonora y Sinaloa. La causa predominante es simple: las alianzas, construidas en escritorios cupulares, no bajaron al territorio ni fueron compartidas por los militantes locales.
En Sonora, en la elección anterior a gobernador, los dos partidos aliados, PRI y PAN, habían obtenido más de 800 mil votos y sin embargo, el candidato aliancista solo obtuvo en ésta, 290 mil votos. Es decir, la alianza fue incapaz de convocar a las militancias para respaldar lo que acordaron en la mesa los dirigentes y el candidato se tuvo que conformar con una votación menor a la que obtuvo su propio partido en la elección anterior. Se podría decir, quedándonos en la superficie, sin profundizar en fallas, notorias y graves, que la campaña fue deficiente, que la estructura del candidato no estuvo a la altura del reto o que sus propuestas no fueron suficientes para convencer al electorado, pero la realidad es que Morena hizo lo que tenía que hacer y la alianza no pudo o no supo, aprovechar las condiciones de irritación social por la creciente criminalidad y algo que habrá de analizarse a fondo es la hasta hoy inexplicable causa de la baja participación ciudadana.
En Sinaloa, independientemente de la operación que realizaron grupos violentos para coaccionar el voto, el secuestro del secretario de organización del PRI, días antes de la elección, así como la privación de la libertad de diversos representantes del PRI ante las casillas y órganos electorales, exhibe la innegable participación de grupos criminales en el proceso, con actos flagrantes de intimidación, compra de votos, secuestro e intimidación de votantes entre otros actos punibles, según quedó documentado en medios de comunicación y redes sociales, sin embargo, no parece haber sido el temor lo que inhibió el voto ni que la actividad criminal haya sido determinante, sino que, una vez más, la alianza partidista resultó de papel y no se sumaron la militancias.
A diferencia de Sonora, las campañas fueron más intensas y agresivas, aunque la participación fue similar a la elección anterior a gobernador 49%, y la suma de votaciones que debiera haberse dado, no existió. La falta de unidad y coordinación es evidente al final del proceso, pues la dirigencia estatal del PRI reconoció la derrota mientras que el candidato y la dirigencia nacional impugnan el resultado y la batalla por las diputaciones de representación proporcional exhibe la división.
El caso de Baja California Sur no es muy diferente, es sorpresivo que el resultado desmienta a todas las encuestas y esto amerita una investigación más a fondo. Lo que estos resultados evidencian, más allá de las fallas y condiciones locales, es que las alianzas cupulares no funcionan en las elecciones locales, sobre todo cuando el interés de los partidos insiste en postular por compromisos y arreglos partidistas, sin impulsar caras nuevas acreditadas con la honestidad y el trabajo con la base. Lo cierto es que las dirigencias nacionales mostraron ineptitud, torpeza, y las estatales docilidad y descoordinación. En lo nacional, cambiaron una victoria pírrica por presencia territorial y por eso son perdedores, no es casualidad.