En política, diciembre no solo cierra calendarios: separa proyectos de ocurrencias. Y mientras algunos siguen discutiendo relatos, Querétaro pasó lista con hechos.
En los últimos días, el estado confirmó algo que no es casualidad ni suerte: hay conducción. La llegada del vuelo directo Querétaro–Madrid no es una postal turística ni un logro aislado; es la señal de que el estado ya juega en una liga internacional. El Aeropuerto Intercontinental dejó de ser un punto regional para convertirse en puerta de entrada a Europa. España es el segundo socio comercial de Querétaro y ahora la conectividad acompaña a la economía real. No se promete: se ejecuta.
En energía, la inauguración de El Sauz II vino a resolver un cuello de botella estructural. Querétaro consume más electricidad de la que produce y eso, en un estado industrial, no es menor. La coordinación con el gobierno federal permitió fortalecer el sistema eléctrico sin pleitos ni propaganda. Mientras otros gritan soberanía, aquí se garantiza suministro. Así de simple.
Y en infraestructura, el Tren Ciudad de México–Querétaro dejó de ser un sueño sexenal. Avanza: tramos definidos, tiempos claros, estaciones proyectadas y miles de empleos locales. Dos horas entre la capital del país y el Bajío redefinen la lógica económica del centro nacional. Eso no es discurso: es planeación de Estado.
El gobernador Mauricio Kuri no estorbó ni se escondió: operó.
Todo esto ocurrió con Claudia Sheinbaum en Querétaro, sin choque, sin teatro, sin sometimientos ni pleitos artificiales.
Coordinación institucional real.
Cada quien en su carril.
Y eso, políticamente, pesa más que cualquier consigna.
Por eso la sucesión ya está abierta, aunque algunos se hagan los distraídos. No por ansiedad, sino porque el estado tiene estabilidad. En el PAN el escenario es nítido: Felifer Macías, Luis Bernardo Nava o Marco del Prete. Nombres con estructura, territorio y resultados. El método está claro, el calendario también. Y mientras eso ocurre, Mauricio Kuri conserva margen político real hacia 2030, sin aspavientos ni prisas.
En medio de ese tablero aparece el contraste: el bloque radical de Gilberto Herrera Ruiz, más eficaz para el ruido digital que para gobernar. Un grupo que pretende sustituir política por bilis, mayoría por estridencia y resultados por clips.
Durante un tiempo, la pobreza fue su escenografía: sombrero austero, caminatas simbólicas y el papel del “pastor”; una copia de utilería, versión local y chafa del manual nacional. Pero detrás no hubo carencia, sino carrera pública cómoda, estructuras completas y un liderazgo construido desde el privilegio. Y mientras se vende austeridad, alrededor de su entorno persisten señalamientos y versiones públicas sobre un patrimonio familiar difícil de conciliar con esa narrativa. La distancia entre lo que predican y lo que viven termina reventando sola.
Su fuerza no nació de un movimiento ciudadano autónomo, sino de operar el músculo social del bienestar. Mientras el recurso fluyó, hubo influencia; cuando dejó de ser palanca directa, el “liderazgo” comenzó a evaporarse. Y antes, la etapa universitaria ya había dejado conflictos, denuncias y expedientes: no sentencias, pero sí memoria.
El final llegó sin épica: intentó incendiar el Presupuesto del Estado, tensó la cuerda dentro del propio Congreso local y se quedó hablando solo. Morena votó unido, sí, pero sin él. En una sola sesión se exhibió su tamaño real: irrelevancia. Hoy le queda el ruido y los voceros de siempre. Pero en política, cuando se cae el disfraz, ya no queda rebaño: queda el eco… y el olor de proyecto agotado.
Hoy, si Morena aspira a conservar algún espacio visible en Querétaro, el margen es mínimo. Y en ese escenario, solo un nombre aparece como opción funcional: Ricardo Astudillo. No por carisma, sino por higiene política: sin señalamientos graves, sin investigaciones abiertas, sin sombras transfronterizas. No entusiasma, pero no apesta.
Los demás cargan demasiado ruido: huachicol, narco, trasiego inmobiliario. En un estado que premia estabilidad, eso no suma: condena.
Así se cierra la lista de los niños malos. No por consigna, sino por hechos. En Querétaro, el poder no se hereda por discurso ni por utilería simbólica: se sostiene con resultados. Y este diciembre, los resultados ya hablaron.
Colofón: Las mentiras de Astrid
En los últimos días, Astrid Ortega y el grupo político que la acompaña han querido vender una historia que no está completa como la cuentan: que el Tribunal Electoral “obligó” a los medios a pedir disculpas públicas.
Dicho así, es engañoso.
Lo que realmente ocurre en el expediente TEEQ-PES-10/2025 es esto: la disculpa pública es una medida dirigida a regidores (a las personas sancionadas), no a la prensa. Los medios no fueron parte del procedimiento, no tuvieron audiencia, no están sancionados y no tienen obligación jurídica de publicar nada.
La sentencia habla de que los regidores hagan “gestiones” para que su disculpa se difunda en ciertos espacios digitales. Y aquí está el punto: gestionar no es ordenar. Pedir difusión no es obligar. La prensa decide, como siempre, en ejercicio de su libertad editorial, amparada por el artículo 6º constitucional.
Y hay un detalle que retrata el exceso: el propio fallo pretende estirar esa difusión por setenta y cuatro días naturales. Setenta y cuatro. Un plazo desproporcionado y jurídicamente muy cuestionable, porque intenta inflar una narrativa como si a fuerza de días se pudiera fabricar “verdad” o escarmiento.
Esto no va de proteger derechos —eso se hace con legalidad—; va de intentar convertir una resolución en garrote mediático: usar al Tribunal como escenografía para intimidar a la prensa y desacreditar a quien informa.
Pero la prensa no está para rendir pleitesía. Está para contar lo que pasa, documentar y señalar abusos cuando los hay. Y por más que les incomode, hay una frontera que no se cruza:
Nada está por encima del artículo 6º constitucional.
¡Felices fiestas y bendecida navidad, mis queridos y caros lectores!
A chambear.
@GildoGarzaMx





