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Carlos Vela, siempre libre

Juego Profundo

por Salvador González
28 mayo, 2025
en Editoriales
Un nuevo vuelo en el fútbol queretano
3
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Se retira Carlos Vela.
Y no sé si se va un futbolista… o se esfuma un sueño. El sueño de muchos mexicanos.

Porque Vela no jugaba, flotaba. No corría detrás del balón, lo acariciaba y sonreía como quien recuerda una canción de la infancia. Tenía ese no sé qué de los que nacen tocados por algo divino, como si un día, al sur de Cancún, algo divino le hubiera sembrado una pelota en el alma.

Lo vimos caminar con la pelota como si todo el mundo fuera de pasto. Driblar sin esfuerzo, con la sonrisa a medio trazar, como un niño corriendo en un recreo eterno en medio de un mundo que siempre va demasiado rápido. Era un artista que prefirió los parques tranquilos a los conciertos ruidosos, que decidió divertirse en lugar de demostrar. Fue un privilegiado por qué eligió su propio destino, hizo de su camino un lujo, porque sí, Carlitos jugó donde quiso, cuando quiso, como quiso. Y eso no es soberbia, es libertad.
Y en un mundo como este, ser libre es un acto casi revolucionario.

Nos hemos acostumbrado a ver jugadores que se desgarran por colores, que ante un gol besan histriónicamente el escudo, que juran amor eterno a una camiseta cada seis meses. Pero Vela no. Vela no prometía, Vela no rogaba, Vela no se explicaba. Él solo jugaba. Y cuando no quería, simplemente no lo hacía. No porque no pudiera… sino porque no le nacía.
Y esa honestidad, aunque doliera, también era su forma de arte. Así era su futbol, elegante y discreto.

Jugó en la Premier League con los gigantes, pero fue en Donosti donde lo vimos florecer. La Real Sociedad fue su guarida de paz, su refugio, su parque de juegos. En San Sebastián se hizo mito, se hizo dueño del balón y de la tarde.
Y cuando el alma le pidió sol y otra vida, se fue a Los Ángeles. No a exprimir contratos. A vivir.
A ver basquetbol, a ver cine, a ser papá, a patear la pelota como quien lanza piedras al mar en una tarde tranquila. Sin pretenderlo, llego a los Angeles a jugar a ser Messi y a veces serlo, con esa zurda suya que siempre fue un poema, de esos poemas bonitos.

Tal vez soy un romántico, pero qué lindo hubiera sido verlo cerrar el círculo en Guadalajara, con el Rebaño de sus primeros sueños. Una última pincelada en el lienzo rojiblanco. Una despedida como en los cuentos y después, cerrar con el Mundial en casa, regalándonos unas ultimas estrofas.
Pero no. Vela nunca fue de cuentos, fue de realidades elegidas. Y en esa libertad está su belleza y su misterio.

No vino a cumplir expectativas ajenas, no se dejó atrapar por el ruido. Se fue de la selección cuando no quiso estar. Y volvió cuando sí. Y no fue por desamor… fue por dignidad.
¿Te imaginas lo que hubiera sido si el futbol lo hubiera apasionado como a ti, como a mí?
¿Si lo hubiera amado con fuego? Pero no. Lo suyo no era la obsesión.

Lo suyo era simplemente el juego. Vela no gritaba, Vela no buscaba los focos, él solo le hablaba al balón bajito, como se le habla a un amigo de toda la vida. Que simple y que brillante.

Y, aun así, fue gigante. Porque lo verdaderamente grande no se mide en Copas ni en portadas. Se mide en memoria. Y a Carlitos Vela, lo vamos a recordar siempre.

Gracias por tu futbol, Carlitos. Gracias por no traicionarte nunca.

Gracias por mostrar que se puede tocar el cielo sin gritarlo. Gracias por ser distinto.
Y por recordarnos que a veces, la mejor jugada, es la que se hace por gusto.

Te vas, Carlitos. Pero te vas flotando. Como jugabas. Como soñabas. Como los que fueron libres hasta el último pase.

Gigantesco lo que lograste, Carlitos. Pero inmensurable lo que pudiste haber sido.

Etiquetas: futbolistaVela

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